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En el poder y en la enfermedad

Publicado el 17 noviembre 2010 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda
En el poder y en la enfermedad

En el poder y en la enfermedad

John F. Kennedy recibió en secreto la extremaunción dos veces durante su mandato presidencial. Winston Churchill, Mao Zedong y Lyndon B. Johnson tuvieron que luchar toda su vida contra la depresión. Borís Yeltsin sufrió cinco ataques cardíacos mientras dirigía los destinos de Rusia, pero sus asesores ocultaron algunos de ellos fingiendo que el presidente ruso estaba borracho. Adolf Hitler nunca estuvo loco.

Todos estos mandatarios y sus males aparecen en las páginas de “En el poder y en la enfermedad”, el brillante libro del británico David Owen, médico de formación y ministro laborista en la Gran Bretaña de los setenta. Su ensayo es un repaso de la historia del poder en el siglo XX desde un enfoque original: el de la enfermedad que padecían los líderes de las principales potencias mundiales cuando dirigían los destinos de su país.

Owen intenta demostrar cómo las decisiones de quienes gobernaron el mundo estuvieron afectadas por los males que padecían. Enfermedades que muchas veces se esforzaron por mantener ocultas y para las que no pocas veces recibieron tratamientos nada ortodoxos. Males que se taparon tras el velo de otra enfermedad, más visible pero menos grave, capaz de despistar a unos periodistas demasiado miopes.

La tesis de Owen es audaz: hasta qué punto influyen las enfermedades de los gobernantes en sus decisiones. ¿Habría sucedido la crisis de Suez si el primer ministro británico, Anthony Eden, no hubiera estado dopado con anfetas y sedantes para resistir una chapucera operación de vesícula? ¿Habría resuelto Kennedy igual de bien la crisis de los misiles de Cuba si no hubiera dejado meses antes las drogas que le suministraba el “doctor Feelgood”?

Tras el ritmo veloz de una primera parte magistral, Owen analiza minuciosamente las enfermedades que afectaron a Eden, Kennedy, el Sha y Mitterrand durante sus gobiernos. Si el caso del Sha ilustra cómo la caída de su régimen dictatorial fue paralela al avance de un linfoma que fue destruyendo al monarca persa en secreto, el cáncer de próstata de Mitterrand, le sirve a Owen para mostrar una negativa constante de los poderosos: ocultar su enfermedad a los votantes que le han elegido.

La tercera parte del libro está dedicada a ese mal que afecta a muchos poderosos y que aquí llamamos “el síndrome de La Moncloa”. La “hybris” no es una enfermedad, pero sí un síndrome que afecta una y otra vez a los mandatarios, una embriaguez de poder que cierra sus ojos y oídos y les lleva a despreciar los consejos de su equipo, tomando decisiones de terribles consecuencias.

El poder - concluye Owen - es una droga dura que no todos los líderes políticos tienen el firme carácter necesario para contrarrestar: una combinación de sentido común, sentido del humor, decencia, escepticismo e incluso cinismo que trate el poder como que es, una privilegiada oportunidad para servir y para influir – y en ocasiones determinarla – en la marcha de los acontecimientos”.

Owen tiene pocas dudas de que Tony Blair y George W. Bush estaban afectados por la hybris cuando decidieron la desastrosa invasión de Irak. De Aznar, compañero de flequillo rebelde en el trío de Las Azores, no dice nada, pero tampoco de Franco o de Alfonso XIII. Aunque la conclusión de su libro vale para todos los gobiernos democráticos. Es necesario establecer mecanismos que impidan el secretismo de los que nos gobiernan sobre las enfermedades que a veces les gobiernan.

17/11/10


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