Revista Belleza

En primera persona: Infertilidad

Por Gadirroja

En primera persona: Infertilidad

Hace unas semanas me sentí muy orgullosa de que una lectora quisiera, a través de este humilde rincón, hablar de su experiencias sobre la pérdida gestacional para ayudar a otras mujeres, o personas cercanas a ellas, a afrontar esta durísima vivencia.

A raíz de ese post, Ana me contactó. Ella ha vivido en sus carnes la infertilidad, y como mujer, la presión social, el estigma sanitario y el coste psicológico de toda esta vivencia.

Se ofreció a dejarnos un texto con sus reflexiones, en pleno momento de estado depresivo tras fracasar en varios tratamientos. Es un texto muy duro, pero estoy segura de que habrá otras lectoras que se sientan reflejadas en sus emociones de frustración, dolor e impotencia.Os dejo con las palabras de Ana.
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“¿Qué te ocurre? ¿Ansiedad? ¿Depresión? Por favor, si todo te va a ir genial.

¿Genial? ¿Y eso lo deduces porque me ves de higos a caracoles con una sonrisa que intuyes detrás de una mascarilla?

¡Qué coño sabe el mundo de lo que llevo en mi interior!

Llevo años escondida y sola. ¿Sola? No, sola no. En el fondo somos muchas mujeres las que sufrimos lo que sufro.

Comienza por un deseo liviano, un querer seguir la vida y acaba por ni siquiera querer vivir.

Hace cuatro, casi cinco años que intento ser madre, dar vida, sin llegar a conseguirlo. Todo comenzó sin un interés extremo, como quien no quiere la cosa…creí que sería sencillo.

Veía como amigas y familiares se quedaban embarazabas sin problema. Pero no, no era sencillo.

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Comencé con los primeros pasos, a estos le siguieron tratamientos, clínicas de fertididad. Dinero, mucho dinero…hormonas, muchas hormonas.

En estos cuatro años, casi cinco he podido ver cómo mi cuerpo y mi mente se deterioraban y cómo me ponían una fecha de caducidad. Fecha de caducidad que te hace sentir como si te quedaran 5 años de vida, como si ya no tuvieras tiempo y acabas por no querer vivir, por perder el sentido de todo.

El mundo tampoco ayuda: si no ves embarazadas por todos lados, ves carritos o te enteras de que alguien se queda y piensas, “¿por qué yo no?” Te sientes inútil, inservible y en toda esa batalla, tu familia y conocidos te insisten…”Y tú, ¿para cuándo? Ya es hora, ¿no?” A lo que sería demasiado duro contestar “Yo pienso lo mismo, pero mis ovarios no. Llevo cuatro años pensándolo, de hecho tengo una depresión a la que – ahora que lo dices – no ayuda la presión”.

Pero solo lo pienso y en vez de ello, digo: “¿Yo?¿Con lo tranquila que estoy? No, por favor”.

Las mujeres que sufrimos todo esto tendemos a escondernos,  por vergüenza, quizás o por no querer ver en otros la mirada de compasión que tú misma te diriges en el espejo cuando, puntualmente, tu regla aparece.

Tu regla se convierte en tu peor enemiga, si por lo general ya te entraba mal humor al verla, ahora se convierte en Hitler o cualquier asesino múltiple que cuando viene te recuerda que tu deseo ha vuelto a morir.

¿Por qué hablo de mujeres? Fácil. Quizás haya hombres que sufran con todo esto, no lo niego, pero siendo realista, la carga, la mayor carga, la llevamos nosotras.

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A ellos, en líneas generales les da igual. Si viene, bien y si no, será un privilegiado que siga yendo a partidos, a tomar cervezas con los amigos, sin más complicaciones.

Incluso al principio del proceso se involucran, pero cuando ya todo se vuelve caótico, rezan solo para una cosa: que se te pase “el capricho”.

Para ellos es un capricho más de mujer. Incluso para las mujeres que no lo viven no es igual, no te entienden. Comienzas además, a sufrir en silencio, a ser vista como una loca. Nadie que no haya pasado por todo esto te va a entender. Así es.

Hormonada hasta la médula, habiendo gastado dos ilusiones y todo tu dinero en tratamientos, juzgada como loca, con ansiedad, vista para sentencia. Nombrada por los ginecólogos “vieja” y al borde del divorcio.

Así es la vida de una mujer que no puede tener hijos. Pero…¿ansiedad? ¿depresión?...¡Carajo, si te va genial!”

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No estás sola.

Hablar estas vivencias, normalizarlas y ser críticos con los aspectos de la sociedad que en lugar de ayudar a las personas que sufren, las estigmatizan, es IMPRESCINDIBLE.

Por eso desde aquí brindo mi espacio a todas aquellas mujeres que quieran tener voz, en estos temas o en cualquier otro que necesite ser visibilizado.

Un abrazo, y gracias a nuestra valiente Ana por compartir sus vivencias, sus durísimas emociones y sus certeros razonamientos.

Gracias por seguir en este viaje. 

 ¡A vivir!



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