Revista Cultura y Ocio

¿En qué etapa evolutiva te encuentras? (¡genealógicamente hablando!)

Publicado el 29 febrero 2016 por Antonio Alfaro De Prado @genealogiah

Los aficionados a la Genealogía, o los más prudentes al menos, durante años rehusamos el apelativo de “genealogista” considerándolo excesivamente formal para quienes hemos aprendido de forma autodidacta. Y es que, a falta de diplomas oficiales, tendemos a considerarnos aprendices de genealogista a perpetuidad.

Pero si el autoaprendizaje puede resultar largo y plagado de errores, añadámosle además el hecho de que se han escrito y publicado decenas de libros genealógicos fantasiosos. Desde los antiguos tratados hasta nuevas obras que persisten repitiendo y amplificando los tópicos. Podemos encontrar auténticos disparates o, lo que es peor, medias verdades capaces de confundir al investigador mejor intencionado. Un terreno minado en el que solemos caer una y otra vez, con dolorosos resultados.

Intentemos definir las etapas de aprendizaje que suelen observarse entre los genealogistas:

1-Infancia/inocencia. El primer acercamiento a la Genealogía normalmente es espontáneo y despreocupado. Un buen día leemos un libro o recibimos información donde se nombra algún apellido nuestro y consideramos haber hallado la piedra filosofal que explica todo sobre la familia. Puede que consultemos una obra que nos informa con total certeza y detalladamente sobre la nobleza, antigüedad, heráldica y virtudes ancestrales. En otros casos estudios sobre minorías nos revelan que con nuestro apellido hubo judíos conversos, esclavos o personas pertenecientes a cualquier otro grupo social, étnico o religioso y automáticamente nos vinculamos a ellos, aunque hayan transcurrido siglos y el posible parentesco no esté probado en absoluto.

Es una etapa inconsciente pero francamente bonita ya que nos dedicamos a recrear toda una épica familiar y, muchas veces, un solo personaje o rama puede ocupar toda nuestra atención genealógica.

2-Adolescencia/inquietud. Cuando a la primera fase de acumulación incontrolada de datos comienzan a unirse los documentos que obtenemos en nuestras investigaciones (papeles familiares, partidas civiles o parroquiales, testamentos, etc.) nos surgen las primeras incongruencias. Un apellido peculiar pero que compartían a la vez amo y esclavo, noble y pechero, españoles y extranjeros. O tal vez una rama que procede de un lugar que nada tiene que ver con lo que habíamos imaginado, un salto de fechas que hace imposible el nexo que dábamos por seguro, unos nombres que no concuerdan con los tratados que habíamos consultado…

En este punto comenzamos a sospechar que la realidad puede ser diferente a lo que imaginábamos y que la investigación va a resultar más compleja y menos brillante de lo que nos prometíamos. Aun así, intentamos dejar aparcadas muchas de las incertidumbres y continuamos disfrutando de la mayor parte de las historias acumuladas en nuestra “infancia”.

3-Juventud/revolución. No obstante, si persistimos en investigaciones, llega un momento en que nos damos cuenta de que muchas historias familiares y suposiciones que dábamos por ciertas son erróneas. Se produce un profundo desencanto y descreimiento. Si las fuentes que considerábamos fiables no lo son, ¿tiene sentido confiar en todo aquello que habíamos recopilado sobre nuestros supuestos antepasados?

Es el momento en que nos planteamos que hay que desconfiar, rechazar y criticar todo lo anterior. Nada de lo hecho nos sirve, hay que construir una genealogía nueva que rompa con todo lo anterior. Se trata de un avance muy importante porque nos hace conscientes de que todo debe probarse firmemente y que sólo el estudio desde el presente al pasado nos mostrará nuestras verdaderas raíces.

4-Madurez/ecuanimidad. Finalmente, cuando hayamos acumulado suficiente experiencia, llegará el momento en que tendremos suficiente juicio para determinar qué suposiciones iniciales eran ciertas y cuales no, qué fuentes fiables o parcialmente válidas y otras que no tenían fundamento. Seremos capaces de combinar documentos, bibliografía, informaciones orales… para poder avanzar en unos casos sobre hechos suficientemente  probados y en otros apuntar hipótesis que tengan cierta base pero que no están suficientemente acreditadas. Veremos que no todo es válido pero que también podemos ayudarnos de quienes nos precedieron.

No resulta fácil alcanzar la madurez ya que además implica descartar muchas ascendencias sugerentes y sacar a relucir personas y hechos que muchas veces son tan anodinos como la vida misma, así como sucesos relativos a nuestros antepasados que podríamos llamar políticamente incorrectos.  Pero es precisamente esta honestidad la que nos permitirá dibujar una genealogía lo más rigurosa posible, basada en hechos y no en suposiciones o leyendas.

Desgraciadamente, el paso de unas etapas a otras no siempre es cuestión de tiempo. Hay quienes permanecen anclados en la infancia o adolescencia genealógica, escogiendo aquello que tanto les gustó creer, pese a las señales que les muestran que puede distar enormemente de la realidad.

Sin embargo, la mayoría de quienes perseveran en las investigaciones y hacen prevalecer las certezas, con honestidad, son capaces de alcanzar la madurez y de ser llamados con merecimiento genealogistas.


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