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Ensayo sobre el bañador.

Publicado el 15 abril 2014 por Molinos @molinos1282

Ensayo sobre el bañador.Para ir a nadar hay que tener siempre en mente la regla de los 5 dedos: bañador, toalla, chanclas, gafas y gorro.
Son las cinco cosas imprescindibles para ir a nadar. Bueno, imprescindible imprescindible sólo hay una.
Puedes probar a nadar sin gafas y cerrar los ojos confiando en no salir cegado por el cloro, puedes secarte con tu ropa interior o al aire contoneándote debajo de los secadores esos del demonio, puedes intentar nadar sin gorro un par de largos antes de que te llamen la atención y puedes ir sin chanclas rezando para no pillar ningún hongo...pero NO puedes nadar sin bañador.
El bañador es por tanto lo más importante, lo fundamental y sin embargo se le suele prestar poca atención hasta que se tiene la epifanía, hasta que se alcanza la sabiduría suprema. Para que nos hagamos una idea de lo que hablo, el bañador es tan importante como las zapatillas para correr...o más. Sí, más.
El camino que lleva a esa sabiduría es sin embargo largo.
Cuando uno decide empezar a nadar, lo normal es que opte por una inversión mínima. No se sabe cuánto te va a durar la Fuerza de Voluntad, el dinero o las condiciones espacio temporales para ello, así que se opta por coger lo que se tiene por casa.
En el escalón más bajo de esta escalada está el bikini de tiras.
Es alucinante pero hay gente (mujeres, obviamente) que van a nadar a piscinas olímpicas con bikinis de triángulo, cordelito y mínima expresión de tela. Entiendo que es posible que no tengan otra cosa por su casa pero ¿en qué cabeza cabe creer que vas a poder nadar con eso? Es materialmente imposible nadar como Dios manda con esos bikinis. Descubres que lo que haces en la playa con esos bikinis es chapotear...y no se parece en nada a dar brazadas contundentes que te hagan avanzar. Pierdes aliento, fuerzas y los nervios viendo como vas perdiendo la braga y como tus pechos (los de quien sean y aunque sean mínimos) parecen tener vida propia y salirse por todos lados. Además, es inevitable que las gomas se abran y hagas resistencia. Nadar con uno de esos bikinis es como intentar chuscar con un mono de esquiar puesto. Lo intentas, te calientas y te frustras.
Un escalón por encima está el bañador de playa para él y para ella.  Para él suele ser un bañador tipo bermuda de colores brillantes, de muslo ancho y que se ata con cordel. Para ella, un traje de baño completo muy mono, con sus tirantes, su espalda al aire, sus adornitos y su estampado.
Estos tampoco sirven para nadar bien.
Él descubre que esas bermudas tan cómodas para hacer el idiota en la piscina o coger olas, para ir por la playa con el dinero para la caña, el móvil y las llaves, son una trampa mortal para nadar. Se inflan, se arrugan, se pegan a las piernas....rozan. Rozan mucho y escuecen. Él, siempre competitivo, se ve frenado en su impulso natatorio por esa especie de bolsa multicolor que lleva atada a la cintura. Se ve frenado bien porque hace resistencia o porque descubre que el cordelito que tan orgullosamente se ha atado, inexplicablemente se afloja y va perdiendo el bañador. Tiene dos opciones, parar y hacerse un nudo tan fuerte que la posibilidad de quedarse sin circulación de cintura para abajo sea un hecho o nadar sujetándose el bañador cada 3 brazadas.
Ella descubre que el bañador es una mejora considerable con respecto al bikini absurdo, pero aquel atuendo ideal en la playa o en la toalla tampoco sirve para nadar. Tiene mucho escote o la ingle demasiado baja o demasiado prieta, el tejido hace bolsas que se llenan de agua haciendo resistencia, los tirantes se deslizan y aunque intente obviar los síntomas sabe que llegará al final del largo con una teta (o las dos) descolocada y libre.
Estos atuendos son como chuscar con los vaqueros puestos.
Avanzando un escalón más está la visita a Decathlon a comprar un bañador "para nadar". Obviamente se opta por algo barato que parezca bueno, que tenga pinta de que al ponértelo va a parecer que sabes lo que haces. Con tu bañador Tribord vuelves a tu piscina más feliz que una perdiz. Te lo pones en el vestuario y te sientes bien. Tu bañador es nuevo, nadie te va a confundir con un principiante que trae su bañador con arena de playa y brillas.
¿Brillas? Aquí es donde está el fallo.  Pronto vas a descubrir el horror de esos bañadores "baratos que parecen buenos". Son de "lycra de puticlub", de purpurina, del material de las diademas de los chinos.
Brillan y aprietan pero NO sujetan. Esos bañadores, tanto para él como para ella, son como ir en bolas pero untado de aceite brillante.  Se pegan. Brillas y vas marcando hasta la cicatriz del cordón umbilical. Se te ve todo, de un negro brillante y lustroso. Literalmente pareces una foca lustrosa (da igual que peses 50 kilos)...toda tu piel brilla embutida en ese tejido que resulta que tampoco sujeta dentro del agua. Todo lo que sobresale, sobresale más. En el vestuario, al desnudarte, descubres además que ese tejido se queda como baba mojada después y que al cabo de unos cuantos usos (muy pocos) es baba mojada transparente. Se me olvidaba decir que en el caso de ellos, estos bañadores son siempre demasiado cortos, como pantaloncitos cortos, negros, pegados...y brillantes. Y sí, a ellos también se les marca todo.
Este atuendo es chuscar con ropa interior...una mejora pero igual de frustrante y muy muy poco digno.
Cuando ya estás desesperado y resignado a intentar disfrutar del baño con lo que sea, aunque sea a costa de tu dignidad estilística, un día decides hacer un dispendio y te compras un bañador BUENO. Uno que cuesta pasta, uno caro con una etiqueta más larga que tu brazo y de marca. Un día es un día...y total, llevas la toalla corporativa de tu empresa y una mochila de Bob Esponja así que puedes gastarte dinero en un bañador.
(El de ellas es negro o azulón (siempre) y con espalda alta. El de ellos es negro (siempre) y les llega hasta casi la rodilla.)
Una pasta. Te sientes culpable, piensas que te lo mereces, te sientes culpable, piensas que te lo mereces, te sientes culpable...te lo pones en el vestuario y lloras de emoción. Efectivamente, es como ponía en la etiqueta "una segunda piel", pero no de foca lustrosa o de prostituta de los años 80. No, es una segunda piel suave y recia. Eso es, recia. Todo encaja, todo se sujeta y joder...hasta pareces más alto y más esbelto.
No te confías, ya sabes que en el agua todo se encoge y es allí dónde fracasaste en las anteriores etapas natatorias. Pero no. El bañador segunda piel es maravilloso, al mojarse no se adhiere a tu cuerpo como un plástico baboso, sencillamente se acopla a tu cuerpo, sujeta todo con la debida tensión pero permitiéndote moverte con libertad y despreocuparte de que nada se salga de su sitio.
Estás cómodo, te deslizas sin preocupaciones y sabes que por fin has alcanzado el nirvana natatorio.
La prueba definitiva para saber si por fin ya tienes ¡el bañador de tu vida! es que al salir, te da pena quitártelo...estás tan cómodo y te sienta tan bien que te quedarías a vivir en él.
Y sí, esos bañadores son como chuscar como se debe: son fuegos artificiales con la pareja perfecta.

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