Revista Comunicación

Entendiendo la economía colaborativa, parte I

Publicado el 08 marzo 2016 por Héctor Quiles @ElrincondeMK

La economía colaborativa está en boca de todos. Desde que se publicara en 2010 uno de los principales libros de referencia sobre este fenómeno, ‘What’s mine is yours: the rise of collaborative consumption’, de Rachel Botsman y Roo Rogers, comenzó a popularizarse la sección más visible de la economía colaborativa, el consumo colaborativo. El consumo colaborativo hace referencia a la forma tradicional de compartir, intercambiar, prestar, alquilar y regalar bienes y servicios, todo ello redefinido a través de Internet, y que se basa en sistemas de reputación y confianza entre las personas, dado que la mayoría de relaciones a través del consumo colaborativo se hacen entre desconocidos. Este movimiento implica un cambio económico y cultural de migración de hábitos de una etapa marcada por el consumismo individualizado hacia un escenario más colaborativo y comunitario potenciado por los medios sociales y las plataformas de red entre iguales (Peer to Peer). Las otras tres secciones de la economía colaborativa son la producción contributiva -que ha instaurado un nuevo modelo industrial de producción entre iguales a partir del Movimiento Makers y de la cultura Do It Yourself (DIY)-, las finanzas participativas – que contemplan modelos como la financiación colectiva (crowdfunding) los préstamos entre personas (LendingClub), las monedas alternativas (Bitcoin) y las economías del regalo (Impossible)- y el conocimiento abierto -que engloba todos los contenidos que pueden ser usados y redistribuidos sin restricciones sociales, legales ni tecnológicas-.

Resulta casi imposible hacer una definición única de la economía colaborativa, pues existen distintas tendencias y motivaciones dentro de la misma, aunque podríamos decir que se refiere a los sistemas económicos y sociales que permiten el acceso compartido a los bienes, servicios, datos y talento. OuiShare, la comunidad internacional que promueve esta nueva economía, prefiere el término economía colaborativa en vez de su versión anglosajona, economía del compartir o ‘sharing economy’, ya que puede llevar a pensar, erróneamente, que la gratuidad es la regla.

El movimiento ha llegado con tanta fuerza que incluso la prestigiosa revista TIME indicó en uno de sus números del 2011 que el consumo colaborativo sería una de las nuevas ideas que cambiaría el mundo. No se puede menospreciar el potencial de este movimiento, pues está incidiendo en la forma en la que la ciudadanía se relaciona con su entorno, e incluso algunos expertos en el sector han apuntado que las plataformas de la economía colaborativa están devolviendo a la ciudadanía poder y control sobre sus vidas e incluso les permite cubrir necesidades que el fallido estado del bienestar ya no cubre. A esta dirección me llevó la charla que tuve durante el Oui Share Fest en París en mayo de 2014 con el investigador y profesor en la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York, Arun Sundarajan: “las plataformas en la economía colaborativa están desempeñando a menudo el mismo rol que los gobiernos. En las últimas décadas han surgido muchos movimientos de protesta, pero las plataformas de economía colaborativa permiten a los ciudadanos incidir directamente en aquello que les falta en su comunidad y que su gobierno no les proporciona.”, expuso. Sundarajan indicó que la economía colaborativa está cambiando algunas de las responsabilidades que el gobierno solía tener antes. Habló sobre una plataforma de los Estados Unidos llamada See Click Flix, que conecta a los ciudadanos con su gobierno local, y que ha facilitado que la gente esté más conectada con su entorno civil. El profesor explicó que lo más transformador que ha podido ver hasta ahora es la plataforma Ushahidi, que comenzó a utilizarse en Kenia en lugares donde no había suficiente interés, el riesgo era alto o los medios de comunicación no cubrían la zona. Es una plataforma de código abierto sin ánimo de lucro nacida en 2007, que utiliza mapas interactivos para reportar actos de violencia y cualquier hecho noticiable. Se basa en el periodismo ciudadano y el activismo social. Hoy, opera en muchos más países.


El consumo colaborativo hace referencia a la forma tradicional de compartir, intercambiar, prestar,…
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Es difícil negar que la economía colaborativa y las nuevas formas en las que las personas se están organizando en Internet para ir más allá y hacer cosas juntos en el mundo físico, está causando grandes cambios en la sociedad. Pero ahora que este movimiento ya no es una moda sino una realidad, el debate en torno a sus aspectos positivos y negativos es imperante. Comenzando por el término de ‘sharing’, considero, al igual que Oui Share, que está usado de forma errónea, pues sólo una parte de la economía colaborativa consiste en compartir de forma desinteresada. En el resto de iniciativas, las personas colaboran entre ellas y existen redes más horizontales que las que estamos acostumbrados a ver en cuanto a la forma como las personas se relacionan entre ellas a través de estas plataformas. Por ejemplo, en Airbnb los usuarios se relacionan entre ellos y los anfitriones ofrecen un servicio a cambio de un precio. Por mucho que probablemente la mayoría de la gente que alquila su casa o su habitación a través de Airbnb no tiene solamente la motivación fría de ganar dinero, sino que le interesa relacionarse con gente de otras culturas, no se da ningún fenómeno de compartir. Se colabora, pero no se comparte, pues para compartir existe una regla básica: la gratuidad. Por otro lado, en plataformas como Couchsurfing, donde los usuarios ofrecen a viajeros su sofá de forma gratuita y desinteresada, o en Freecycle, cuyo lema es “la basura de una persona es un tesoro para otra”, sí que se da el fenómeno de compartir. Cabe mencionar, sin embargo, que aunque Couchsurfing sigue siendo un servicio gratuito, pasó en 2011 de ser una empresa sin ánimo de lucro a ser una B Corporation, para la que se invirtieron millones en capital riesgo.

Pero ya que la economía colaborativa parece que ha llegado para quedarse, quizá además de ver todos sus beneficios, esta euforia colectiva no nos debería cegar y hacernos olvidar que todo movimiento debería ser objeto de análisis, pues sin la crítica, tampoco podremos empujar a que la economía colaborativa realmente cambie algo, en lugar de dejarse absorber por el sistema del que tanto renegamos.

Homo economicus moortus est

Durante cientos de años hemos definido al ser humano como un homo economicus que transita por el mundo compitiendo con los demás, el hombro es un lobo para el hombre, decía Hobbes en el siglo XVII. ¿Está muerto el hombre económico? ¿La crisis nos ha convertido súbitamente en personas altruistas y solidarias? No lo creo. Creo que más bien en cada hombre existen las dos caras de la misma moneda, el altruismo y el egoísmo, y que no somos necesariamente ni santos ni monstruos. Pero también hay que tener en cuenta que si la economía colaborativa ha proliferado tanto ahora es porque mucha gente ha visto en ella una oportunidad para ahorrar y ganar dinero en una época de vacas flacas. La profesora de Sociología en el Boston College, Juliet Schor, indica en su artículo publicado en el Dossier nº 12 de Economistas sin Fronteras titulado ‘Economía en colaboración’, que en casi todos los casos, la principal motivación que atrae a los usuarios del Consumo Colaborativo es el prisma económico. “El consumo en colaboración desplaza la actividad económica desde los intermediarios hasta los consumidores-productores, y hace posibles estilos de vida alternativos.” Esta motivación económica puede ser tanto para ganar dinero como para ahorrarlo. Un segundo motivo que impulsa muchas de estas prácticas es el ecológico. La mayoría de estas iniciativas reducen, buscándolo o sin buscarlo, la huella ecológica, ya que implican algunas veces la reutilización de bienes, otras la reducción de deshechos o compartir medios de transporte, y todo ello desencadena a su vez una reducción en la demanda de bienes y la disminución de los deshechos que se generan con la filosofía de comprar-tirar-comprar. Sin embargo, no debemos olvidar que ser eco-friendly no es muchas veces la principal fuerza que mueve a las empresas y a los consumidores del Consumo Colaborativo, sino que a menudo es una realidad intrínseca del Consumo Colaborativo. Rachel Botsman explica en ‘What’s mine is yours: the rise of Collaborative Consumption’, que estas consecuencias positivas aunque inesperadas o involuntarias ocurren porque la sostenibilidad y la comunidad son una parte inherente, inseparable del consumo colaborativo, y no un añadido. En tercer lugar, “muchos de los que participan en estas iniciativas lo hacen por conocer gente, hacer nuevos amigos y expandir su red social.“, explica Schor. La economía colaborativa relaciona a las personas directamente y rompe con la jerarquía vertical establecida entre los consumidores y las empresas. Ya sea a través de trueques, de regalar objetos que no usamos, de compartir bienes, de ofrecer o intercambiar servicios, de conectarse con otras personas con similares pasiones o cualquiera de las posibilidades del Consumo Colaborativo, este sistema vaticina una transición del yo a una sociedad del nosotros.

Entonces nace la pregunta: si la principal motivación de las personas para acercarse a la economía colaborativa es económica, ¿qué ocurrirá después de la crisis? O más aún, ¿puede la economía colaborativa cambiar el sistema o, mejor dicho, la gente que participa en este movimiento pensar en ir más allá de la motivación económica y cambiar el sistema a través de la economía colaborativa?


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