Revista Comunicación

Entendiendo la relación entre compromiso y efectividad

Publicado el 15 junio 2016 por Jmbolivar @jmbolivar

Entendiendo la relación entre compromiso y efectividadDesde hace algún tiempo, existe un debate abierto en el mundo de la productividad y efectividad personal acerca de la naturaleza, dimensión, alcance, límites e impacto del compromiso. Y aunque mis colegas de OPTIMA LAB ya han escrito algunos posts fantásticos sobre el tema, como por ejemplo este del maestro Jerónimo Sánchezeste del maestro David Sánchez o este otro del maestro Antonio José Masiá, creo que queda aún espacio para aportar algunos matices que pueden ser interesantes.

Uno de los elementos de este debate abierto tiene que ver con la naturaleza del compromiso. ¿Qué tipo de concepto es el compromiso? ¿Es algo binario, es decir, se tiene o no se tiene o, por el contrario, es algo que admite una diversidad de grados? Otro de los elementos del debate es el que trata sobre la dimensión y los límites del compromiso. ¿Estamos hablando de un recurso o hablamos de otra cosa? ¿Puede ser infinito el compromiso o tiene límites? Y, por supuesto, otro elemento de debate es el que tiene que ver con el alcance e impacto del compromiso. ¿Qué pasa cuando hay y cuando no hay compromiso? ¿Cómo influye el compromiso en la efectividad?

Como ves, muchas preguntas sobre la mesa y una multitud de matices a tener en cuenta para responderlas. Personalmente, de todas las definiciones de compromiso que conozco, la que más me gusta – y también la que considero más acertada, por rigurosa – es la que nos daba Francisco Alcaide en esta entrevista que le hicimos: «El compromiso es la determinación con nuestras metas; y la determinación implica absoluta incondicionalidad. El compromiso no admite excusas, sólo resultados. La palabra compromiso significa dos cosas: hacer lo que haga falta el tiempo que haga falta».

De esta definición se deduce, en primer lugar, que el compromiso es el resultado de una decisión sobre algo. Se trata, además, de una decisión que solo admite dos opciones: me comprometo o no me comprometo. La opción de «me comprometo un poco» o «me comprometo bastante» es incompatible con el carácter de «absoluta incondicionalidad» del que habla Alcaide.

Cuando el compromiso no es total y absoluto, entonces ya no es compromiso, sino algo distinto y, por consiguiente, hay que utilizar un nombre distinto. Cuando un compromiso no es incondicional, entonces lo que tenemos es una intención. Y, a diferencia del compromiso, las intenciones sí admiten grados, ya que intención tiene que ver con intentar y los intentos pueden ser puntuales, esporádicos, recurrentes, insistentes, constantes…

Tus compromisos definen tus prioridades y es a tus prioridades a lo que dedicas tus recursos. El problema es que la gente suele llamar compromiso a un buen número de cosas que en realidad no lo son. Eso se debe, como ya han comentado mis colegas en algunos de los post que citaba al principio, a la tendencia natural que tenemos todas las personas a autoengañarnos.

Digo autoengaño en lugar de «sobrecompromiso» porque, en contra de lo que pueda parecer, es imposible sobrecomprometerse. Lo que llamamos sobrecompromiso es el resultado de confundir las intenciones con los compromisos genuinos y mezclarlas con ellos. En realidad, compromisos genuinos hay muy pocos. La mayoría de lo que la gente llama compromisos son simplemente intenciones. Yo a estos falsos compromisos los llamo «compromisos garrafón».

Precisamente de ahí viene el error de confundir el compromiso con un recurso. Los recursos son limitados, eso está claro. Lo que ocurre es que el compromiso genuino se encuentra más allá de la buena intención y, por tanto, es necesariamente realista. Un compromiso genuino es una intención cuya viabilidad ha sido validada. Comprometerse «a ciegas» es hacer un brindis al sol porque, en realidad, es confundir lo que solo es un deseo, al menos por ahora, con algo que podría llegar un compromiso en el futuro.

Que quede claro. Antes de que algo pueda considerarse un compromiso genuino tiene que existir la certeza absoluta de que es 100% alcanzable en tiempo y forma y de que se cuenta con los recursos necesarios para ello. Cuando esto no es así, podremos hablar de una intención más o menos fuerte, pero nunca de compromiso.

El principal culpable del mal llamado «sobrecompromiso» es el mal hábito de «decidir en caliente». Cuando lo haces, relegas a tu sistema racional a un segundo plano y dejas a tu sistema emocional campar a sus anchas. El resultado es que confundimos «lo que queremos hacer» con «lo que podemos hacer». Decidir en caliente supone decidir hacer algo de manera incondicional antes de saber incluso si ese algo se puede hacer realmente o si se dispone de los recursos necesarios para ello.

Por tanto, la solución al problema no es dosificar el compromiso, como plantean algunos, sino enfriar el pensamiento para pensar más y mejor, integrando los deseos con la realidad, a fin de administrar y adjudicar los recursos existentes con sentido.

Metodologías de productividad personal, como GTD, y de efectividad personal, como OPTIMA3, incorporan hábitos que, de forma implícita o explícita, favorecen «enfriar el pensamiento». Separar en el tiempo la toma de decisiones de la aparición del estímulo es un gran paso de gigante hacia los compromisos genuinos. Separar «pensar y decidir» de «hacer» es otro gran paso en la misma dirección. Cuando las decisiones se toman «en frío», teniendo en cuenta no solo «lo que quieres hacer» con algo en concreto, sino «todo lo que quieres hacer», como un conjunto más amplio, la realidad se impone y limita con qué puedes comprometerte.

Cuando te comprometes con más de lo que puedes hacer, en realidad no te estás comprometiendo con ello sino solo expresando tus intenciones. Confundir intenciones con compromisos sabotea tu efectividad porque te resta claridad a la hora de asignar recursos. Cuando te comprometes bien, de manera genuina, el compromiso potencia tu efectividad al máximo.

Se puede tener demasiadas buenas intenciones, pero no sirve para nada. Eso sí, no las confundas con compromiso. Cuando te comprometes con algo estás decidiendo cómo usar unos recursos que tienes para lograr algo que puedes lograr. El compromiso no es un recurso, sino un catalizador que favorece la consecución de resultados. La presencia del compromiso es lo que transforma una intención en una determinación. Por eso, cuando el compromiso es genuino, nunca te comprometes demasiado.

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