Revista Salud y Bienestar

…enterrar a los muertos

Por Pedsocial @Pedsocial

urlFue el Marqués de Pombal, gobernante a la sazón en Portugal, al que preguntaban qué hacer cuando el terremoto de Lisboa de 1755, quien dijo: “Pues enterrar a los muertos y dar de comer a los vivos…”

Enterrar a los muertos es un compromiso que, al parecer, los humanos hemos contraído dede hace más de medio millón de años. Así se datan los hallazgos de la Sima de los Muertos de la excavación prehistórica de la sierra de Atapuerca. Y testimonio de ese compromiso son las pirámides de Egipto, el Taj Mahal o el mausoleo de los Inválidos de París. Aunque, y realmente, la inmensa mayoría de los que nos han precedido han pasado, una vez muertos, a integrarse en la tierra de la que hemos salido de formas mucho menos monumentales, enterramientos o incineraciones.

En nuestra proximidad, el trámite de disponer de los restos mortales de la gente ha encontrado fórmulas diversas pero que, en todos los casos resultan significativamente onerosas. Morirse es bastante caro. Y digo bastante porque el coste de un entierro en mi entorno próximo equivale a el salario medio de tres meses: 3.000 euros. La incineración es algo menos cara: 2.050€. Tasa completa mínima y sin posibilidad de negociar. Igual para todos. También los niños. Si se desean otras ceremonias, funerales, ataúdes diferentes, etc. todo eso se paga aparte.

Esta es una apreciación personal, pues es evidente que quienes controlan las funerarias, han llegado a acordar esas tarifas por su cuenta y, al ser los servicios funerarios una actividad de carácter monopolista en cada ayuntamiento, sin que exista una competencia que pueda matizar los precios. En medio de la actual situación (la crisis !) económica el coste que acompaña la muerte resulta evidentemente oneroso.

La única alternativa es obtener un certificado de beneficencia con lo que las exequias resultan gratuitas pero que, mientras que dan derecho a la inhumación, ésta se hace sin que quede constancia de la identidad del cadáver en un lugar concreto. Es lo que se conoce como “fosa común”. Me ha llamado la atención que cuando haces alguna consulta sobre estas materias, los que te atienden cuando mencionan la fosa común inclinan la cabeza, bajan el tono de la voz confiriéndole tonalidades tenebrosas como si fuese el horror de los horrores. ¿Será que la idea de compartir el lugar con desconocidos durante toda la eternidad, incluso entremezclando los huesos en una macabra intimidad promiscua, resulta impensable?

Son bien conocidos los seguros de entierro desde el siglo XIX, anteriores incluso a los sistemas de seguridad social, pensiones o asistencia médica. Y la voluntad mil veces expresada de ser enterrado en “tierra sagrada” y no como un perro o un infiel.

Sin extendernos más, queremos entender que los entierros, la disposición de los cadáveres de quienes fallecen representan un problema social. Y económico.

Los que se encargan de la salud de los niños y por ello pueden, afortunadamente de manera bastante ocasional, tener que enfrentarse con la muerte de un paciente y con la situación que se produce, deben informarse debidamente de los recursos funerarios existentes en su comunidad, para poder ofrecer a la familia información adecuda para que puedan tomar decisiones y con ello intentar evitar que a la natural tragedia de que un niño se muera, se añada un problema social.

X. Allué (Editor)


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