Revista Opinión

Entrevista a Leontxo García: la política internacional sobre un tablero de ajedrez

Publicado el 10 marzo 2017 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Leontxo García (Irún, 1956) reconoce con gusto haber cubierto periodísticamente los 28 deportes olímpicos en su dilatada carrera. Sin embargo, su nombre se relaciona hoy sobre todo con una disciplina concreta, el “deporte más violento”: el ajedrez, que le ha permitido seguir a los grandes maestros durante décadas. Nos citamos con él en la cafetería Portosín de Madrid para hablar de la política internacional en los 64 escaques.

Blas Moreno: El ajedrez no solamente es un deporte actual, sino que tiene una historia registrada y documentada de por lo menos 500 años. Quizá el hito más importante —o más famoso— sea el célebre duelo Spassky-Fischer del 1972. Pero ¿ha sido el ajedrez relevante a nivel político también en otras épocas previas?

Leontxo García: No de una manera tan llamativa y tan evidente como en ese caso, pero desde luego sí existe un paralelismo que me parece muy interesante: el ajedrez, si nos remontamos al ajedrez antiguo, arábigo, y a los precursores del ajedrez, tiene más de 1.500 años de historia. Y no creo que sea casual que haya varios momentos en esa historia en los que el campeón del mundo de ajedrez, o el considerado como el mejor jugador del mundo, proviene del país que en ese momento es líder mundial, ya sea por motivos culturales, económicos o militares.

Entrevista a Leontxo García: la política internacional sobre un tablero de ajedrez
Miniatura del Libro de los Juegos, de Alfonso X el Sabio (s. XIII). Fuente: Aristocracias

Un ejemplo clarísimo sería el español Ruy López de Segura, que era un clérigo muy próximo a la corte de Felipe II y estaba patrocinado por el propio rey. Otro ejemplo sería el francés Philidor, considerado el mejor jugador del mundo en los años previos a la Revolución francesa y que tiene una frase que, aunque en principio parezca relativa únicamente al ajedrez, resultó ser premonitoria. Philidor dice que “los peones son el alma del ajedrez” pocos años antes de que estalle la revolución, es decir, pocos años antes de que los peones adquieran poder en uno de los momentos más importantes de la Historia de la humanidad. Podríamos poner muchos más ejemplos así.

BM: Yendo ya al siglo XX, a Fischer-Spassky, ¿qué es lo que convierte este duelo en algo tan importante en lo mediático, lo político y también, por descontado, lo ajedrecístico?

LG: Conviene ponerlo en contexto para que a los lectores más jóvenes de esta entrevista no les parezca que estamos exagerando una barbaridad. Para 1972, el botón de la guerra nuclear había estado varias veces a punto de ser pulsado. A aquella enorme tensión entre los dos países más poderosos del mundo se le llamó Guerra Fía, pero en realidad era muy caliente, y solo estamos hablando aquí hoy porque no pulsaron el botón. La tensión era tremenda. En ese marco, ¿qué simbolismo mayor puede haber que dos personas separadas por un tablero de ajedrez en un país neutral como Islandia peleando por el título mundial durante tres meses? Y, además, con matizaciones muy importantes: el ajedrez en la Unión Soviética era más popular —y no exagero nada— que el fútbol hoy en España. Spassky era, por tanto, un ídolo nacional en la URSS. Entonces, la Casa Blanca —especialmente Henry Kissinger, que era probablemente el más inteligente de todos los asesores o miembros del Gobierno de Nixon— se dio cuenta de que arrebatar a los soviéticos el título mundial de ajedrez sería un golpe propagandístico en la línea de flotación. Los soviéticos no disimulaban que para ellos tener la hegemonía mundial en ajedrez era un escaparate de su teórica superioridad intelectual sobre el capitalismo.

BM: ¿Qué convierte al ajedrez en algo tan importante para la Rusia de aquel tiempo?

LG: El ajedrez ya era razonablemente popular en Rusia antes de la revolución; durante el siglo XIX ya se jugaba mucho. Pero luego hay una serie de factores que confluyen. Supongo que no debe de ser casualidad que tanto Lenin como Stalin o Trotsky fueran ajedrecistas. Me imagino que eso influyó.

Hay otros argumentos más serios: el primer Gobierno del Kremlin encarga un informe sobre las virtudes pedagógicas y sociales que desarrolla el ajedrez, y el informe es aplastante en su valoración favorable. Además, el clima en casi todos los territorios de la URSS tiende a ser muy frío, lo que dificulta la práctica de otros muchos deportes, y el ajedrez resulta muy poco costoso en cuanto a su infraestructura básica. Por todo eso unido, deciden convertir al ajedrez en una pasión nacional.

Sin embargo, nunca llegó, como mucha gente cree, a ser asignatura obligatoria en los colegios, aunque era una de las actividades optativas que los niños soviéticos podían practicar durante las tardes. En todo caso, el ajedrez fue muy promovido por parte del Gobierno del Kremlin.

BM: Viendo que la URSS tenía tanto poder ajedrecístico, ¿por qué EE. UU. no lo estimuló a su vez? Porque Fischer sale de la nada y no estaba apoyado por el Gobierno.

LG: Porque EE. UU. siempre ha sido una sociedad completamente distinta. La mentalidad allí está generalmente más por que el Gobierno tienda a tener el menor peso posible en casi todo. Sin embargo, Fischer fue un tremendo bum: consiguió que se agotaran los tableros, los libros y los relojes de ajedrez en todo el mundo, no solo en EE. UU. En EE. UU. logró que las grandes cadenas de televisión dieran programas en directo de ajedrez, algo impensable en una sociedad donde todo va tan rápido.

Sin embargo, casi inmediatamente después de convertirse en campeón del mundo, Fischer se retiró; simplemente dejó de jugar. Si Fischer hubiera cultivado la pasión masiva que él mismo creó al convertirse en campeón y destruir la hegemonía soviética, sin duda el ajedrez hubiera seguido siendo muy popular en EE. UU.

Ahora hay una especie de renacer del ajedrez en EE. UU., sobre todo en el ámbito escolar —hay cada vez más colegios que lo están utilizando como herramienta pedagógica—, y además EE. UU. acaba de ganar la medalla de oro en la Olimpiada de ajedrez por primera vez en decenios. Con lo cual es posible que haya un nuevo advenimiento del ajedrez en EE. UU.

BM: ¿Qué supuso para la URSS —y para Spassky en lo personal— perder en 1972 en Reikiavik?

LG: Una tragedia nacional. Sé que los más jóvenes van a pensar que estoy exagerando, pero lo he vivido en carne propia. Pasé muchos meses en la URSS y viví eso desde muy cerca. Daré unas cifras que seguramente ayuden a comprender esto mucho mejor: la URSS era el país más grande del mundo; tenía 187 millones de habitantes*, de los cuales había cinco millones de jugadores federados —ajedrecistas con licencia— y unos 50 millones de practicantes de ajedrez de forma esporádica en escuelas, sindicatos, cuarteles, centros de personas mayores, etc. De modo que no solamente era una pasión nacional, sino que lo que hiciese o dijese un campeón del mundo como Spassky tenía una influencia en la sociedad soviética mayor que lo que nuestros mejores futbolistas puedan decir o hacer en España.

*Nota: La cifra real es de 242 millones en la Unión y 130 millones solo en Rusia.

Entonces, para los soviéticos era impensable que sus grandes campeones pudieran perder ante un mozalbete estadounidense rebelde y autodidacta como Bobby Fischer. De hecho, en cuartos de final de ese Torneo de Candidatos que Fischer tuvo que ganar para poder retar a Spassky, eliminó a Mark Taimánov, que era uno de los grandes maestros soviéticos de primera fila mundial. Lo venció por seis a cero. En el Kremlin —y esto me lo contó Taimánov mucho tiempo después— daban por supuesto que Taimánov se había dejado ganar: les parecía imposible que pudiera pasar eso. Castigaron a Taimánov no solo como ajedrecista: le prohibieron viajar, escribir artículos, hacer exhibiciones de simultáneas, participar en programas de televisión, dar clases, entrenar a jugadores… Además, Taimánov era un gran pianista y le prohibieron hacer cualquier cosa también como músico. Hasta que en semifinales Fischer venció al danés Larsen de nuevo por seis a cero, y entonces, en palabras del mismo Taimánov, “alguna mente preclara en el Kremlin debió de pensar que era muy raro que un danés y un soviético se pusieran de acuerdo para dejarse ganar seis a cero por Fischer”.

De esa manera, se dieron cuenta de que Fischer era una amenaza real y por eso armaron a Spassky con toda clase de municiones técnicas, entrenadores y un departamento del KGB exclusivamente dedicado al ajedrez —que luego, por cierto, se mantuvo—. En fin, creo que una de las razones por las que Spassky perdió ante Fischer fue que acusó la enorme presión que tenía sobre sus hombros, el tremendo peso de representar a la patria soviética.

Entrevista a Leontxo García: la política internacional sobre un tablero de ajedrez
Leontxo lleva más de tres décadas en el mundo del periodismo ajedrecístico. Imagen de la entrevista. Fotografía del equipo de El Orden Mundial.

BM: Cuando pierde Spassky y desaparece Fischer, llega el tiempo de Karpov, y parece que es imbatible. Pero en seguida, como es habitual en ajedrez, apareció la némesis, un contrincante digno: Korchnói. Korchnói es completamente contrario a Karpov: uno es el comunista perfecto y el otro es absolutamente crítico con la Unión Soviética.

LG: Sí, este es un fenómeno curioso, pero no exento de lógica. Cuando Spassky pierde el honor nacional, tienen dos grandes candidatos para recuperarlo, que son Karpov y Korchnói. Korchnói es veinte años más viejo y además en su historial hay pequeñas manchitas negras. Por ejemplo, una vez en un torneo en Cuba fue sorprendido varias noches a altas horas de la madrugada en compañía de —digámoslo así— muchas mujeres y mucho alcohol. Esas cosas no le gustaban nada al Kremlin, pero es que además el perfil de Karpov era ideal por su juventud y por su origen humilde de familia obrera de los Urales, así que la elección estaba clara. Y al elegir me refiero a que perjudican a Korchnói cuanto pueden, de múltiples maneras.

Lógicamente, Korchnói agarra un cabreo tremendo, y ese cabreo se traduce en que al final está tan enfadado que se escapa de la URSS. Aprovechando la invitación para un torneo en Holanda, consigue despistar a los vigilantes del KGB y pide asilo político. Después se nacionaliza suizo —y aquí viene lo curioso de la historia—, gana el Torneo de Candidatos y se convierte en el retador al título mundial que Karpov había ganado por incomparecencia de Fischer, que se había retirado después de ganarlo. Claro, desde el punto de vista periodístico, fíjate qué tenemos: ahora resulta que el nuevo héroe soviético se enfrenta contra un traidor, un disidente que se ha escapado de la URSS y que ahora le reta desde fuera. Como historia, no puede ser más atractivo.

BM: Además él era polaco y católico. Es casi como el símbolo de que quizás se va a desarrollar una rebelión en Polonia en algún momento dado. Korchnói también anticipa cosas, ¿no?

LG: Sí. Aunque antes Korchnói nunca había dado muestras evidentes de una oposición política al régimen comunista, después, cuando ya se escapa, sí, porque además —había dejado en la URSS a su esposa e hijo cuando escapó— se enamora de Petra Leeuwerik, conocida por su violento activismo antisoviético, que le había merecido la confinación en un campo de concentración en Vorkutá (Siberia). Imagina el binomio de una Petra Leeuwerik recién salida del campo de concentración y Korchnói… Las diatribas que lanzan contra el Kremlin suponen una bomba ideológica.

BM: Sin embargo, ambos —Karpov y Korchnói— son soviéticos. Al final, en los años 80, el dominio soviético es absoluto, innegable, en el ajedrez mundial.

LG: Sí, sí, eso por descontado. Creo que no exagero si digo que entre el 80 y el 90% de mejores jugadores del mundo entre los años 50 y 80 eran soviéticos.

BM: Se llegaron a organizar torneos de Rusia contra el resto del mundo.

LG: Exacto, eso era una tradición. La Unión Soviética contra el resto del mundo era un duelo, no recuerdo si anual o bienal, pero era muy frecuente.

BM: Después de Korchnói llega otro soviético más que reta a Karpov: Kaspárov. El tan famoso duelo.

LG: Mira, los aficionados al ajedrez que nacimos en la segunda mitad del siglo XX somos unos grandes privilegiados. Hubo tres rivalidades tremendas, extraordinarias, cuya popularidad trascendió en mucho el ámbito del ajedrez por motivos extradeportivos, y además todos ellos eran jugadores que están entre los mejores de la Historia.

Retomemos el hilo del relato que llevábamos. Karpov gana dos veces al traidor Korchnói; le ponen todas las condecoraciones posibles en la URSS; ahora ya es el superhéroe nacional y de sus éxitos viven un montón de chupópteros burócratas, asesores, entrenadores, ideólogos, etc. Bien, en ese contexto, según me explicó el propio Karpov muchos años después, cuando ya podía hablar con libertad, y en sus propias palabras, “yo en aquel momento pensaba que mi vida iba a ser muy plácida, iba a poder vivir de rentas”.

Claro, no podía imaginar que en el aquel momento a unos dos mil y pico kilómetros de Moscú, en Bakú, capital de lo que hoy es Azerbaiyán, estaba creciendo un niño llamado Garry Kimovich Kaspárov que iba a convertirse en el gran dolor de cabeza de Karpov, pero también en el otro gran héroe deportivo que, junto a Karpov, mantendrá la mayor rivalidad deportiva de la Historia de todos los deportes, no solo en ajedrez. Y esto lo digo con pleno conocimiento de causa, porque he cubierto los 28 deportes olímpicos y he estudiado esto a conciencia.

Y, una vez más, los periodistas tenemos mucha suerte, porque mientras tanto ¿qué ocurre con la política soviética? Que la URSS se destruye desde dentro, cae en pedazos. Habían surgido Mijaíl Gorbachov y su perestroika, es decir, su espíritu renovador. ¿Y a quién denomina Gorbachov como embajador cultural de la perestroika? A Garry Kaspárov. Ahora tenemos a Anatoli Karpov como símbolo de la vieja guardia comunista —que todavía tenía mucho poder en el entramado soviético, a pesar de que Gorbachov ya era el presidente— enfrentado al símbolo de la nueva perestroika. El simbolismo es evidentemente enorme: cada partida entre Karpov y Kaspárov era muchísimo más que ajedrez; había cientos de millones de personas en el mundo —no solamente soviéticos— que estaban siguiendo aquello y por motivos no solo ajedrecísticos.

Entrevista a Leontxo García: la política internacional sobre un tablero de ajedrez
Kaspárov contra Karpov, la mayor rivalidad histórica de todas las disciplinas deportivas. Fuente: Chess24

BM: De hecho, Kaspárov ha sido crítico con el Kremlin; lo fue en su momento y también lo sigue siendo ahora. Siempre ha sido un opositor a Putin, se ha posicionado mucho políticamente en contra del poder ruso, ¿no?

LG: Kaspárov es un rebelde de por sí. Su padre era judío; su madre, armenia; nace en Azerbaiyán… ese origen ya de por sí le incita a ser rebelde. Al principio él era muy pro-Gorbachov, pero eso se rompe cuando él advierte a Gorbachov repetidamente de que debe enviar tropas a Azerbaiyán para evitar que los azerbaiyanos y los armenios se maten entre sí. Gorbachov no le hace caso… y los hechos demuestran que Kaspárov tenía razón. Hacia 1988-1989, la violencia estalla y hay unas salvajadas tremendas por las calles, hasta el punto de que Kaspárov tiene que huir precipitadamente de Bakú. Creo recordar que el avión que sus amigos de Moscú consiguen fletar —y donde Kaspárov mete a unas 50 personas entre familiares, amigos y allegados— es el último que despega del aeropuerto de Bakú antes de que los rebeldes consigan cerrar el aeropuerto. Entonces tuve la gran suerte de entrevistar a Kaspárov en cuanto llegó a Moscú y estaba todavía cabreadísimo; dijo cosas terribles contra Gorbachov. A partir de ahí, se convierte en una voz muy crítica contra Gorbachov.

En todo caso, Kaspárov nunca había sido tan crítico como lo es ahora contra Putin. Tuvo que escaparse —mudarse, vamos a decir— de Moscú a Nueva York simplemente por sentido común: el último disidente de Putin asesinado, Nemtsov, era amigo y compañero de lucha en la oposición de Kaspárov; probablemente el próximo en la lista era Kaspárov, a quien ya habían detenido y golpeado varias veces. Con lo cual, mudarse de Moscú a Nueva York —dejando a su madre allí— es la única jugada en esa posición.

Entrevista a Leontxo García: la política internacional sobre un tablero de ajedrez
Leontxo García conversa con Garry Kaspárov. Fotografía facilitada por el entrevistado.

BM: Después de mantener la hegemonía ajedrecística durante la Guerra Fría, ¿sigue siendo Moscú la gran capital del ajedrez mundial? ¿O ha perdido su liderato?

LG: Sigue siéndolo. Primero, porque, aunque es verdad que el ajedrez ruso ya no mama de la gran ubre del Estado, como en los 70 años de la URSS, no se puede borrar en tan poco tiempo lo que se ha sembrado durante decenios. Pero hay más razones, mucho más recientes y concretas. Putin ha dicho varias veces que recuperar el título mundial de ajedrez es una prioridad para el deporte ruso.

¿Por qué lo dice de una manera tan solemne?, ¿por qué es eso tan importante para Putin? En primer lugar, porque la imagen del ajedrez está ligada con la inteligencia; por tanto, cualquier Gobierno o presidente dictatorial —como Putin, en este caso— que ligue su imagen personal con la del ajedrez está proyectando a sus ciudadanos la imagen de la inteligencia. Pero, además, por una cuestión de consumo interno: a Putin no le importa tanto que Rusia mantenga o renueve la hegemonía del ajedrez de cara al exterior, pero a escala interna, dado que los rusos pasan dificultades por las sanciones internacionales, el bajo precio del petróleo, etc., Putin necesita alimentar a su pueblo con razones que cimienten el optimismo colectivo, el sentimiento patriótico, el nacionalismo. Recuperar el dominio mundial en ajedrez, que está deslizando la idea de que “Somos los más inteligentes” —que es lo mismo que hacían los soviéticos—, tiene así mucho sentido.

BM: Recuperando esa idea, quería hacer un poco de inciso y volver atrás, a la España de los años 50. Existe un caso de un gran maestro español, Arturo Pomar, que no recibió el apoyo del Gobierno en absoluto. Sufrió el ostracismo del régimen.

LG: Esto no solamente es curioso, sino que es muy lamentable, porque indica que el franquismo no solamente era una dictadura atroz en algunos aspectos, sino que además los que estaban arriba eran muy poco inteligentes. Arturo Pomar se lo puso a huevo: de pronto, por generación espontánea —no porque el Gobierno de Franco lo hubiera cultivado—, sale en España un auténtico genio, una luciérnaga que alumbra la absoluta oscuridad cultural de España en ese momento.

Entonces hay una cosa que el Gobierno —al menos, en lo que se refiere a su beneficio propio— sí hace bien, que es sacar a ese niño en todas las partes posibles, publicitarlo al máximo en el NODO. Arturo Pomar salía ahí constantemente y luego, cuando hubo televisión, también, además de en todos los periódicos del movimiento, que eran muchos: uno en cada provincia. El régimen explotaba la imagen de un niño prodigio español. Hasta ahí perfecto. Pero ¿cómo pueden ser tan idiotas de no apoyarle absolutamente nada cuando Arturo Pomar ha demostrado sobradamente que podía ser uno de los mejores del mundo y que necesitaba ayuda especial de entrenadores, etc.?

Un ejemplo concreto: Estocolmo 1962, Torneo Interzonal, que es como la antesala del Torneo de Candidatos a campeón del título mundial. Ahí están Fischer y varios de los mejores maestros soviéticos; eran algo más de veinte jugadores, y Pomar, en la mitad de la tabla en el pronóstico inicial, es uno de ellos. Con una gran actuación, quizá podría haberse metido entre los cinco o seis primeros; de hecho, Pomar empieza de maravilla: hace tablas con Fischer, gana a algunos de los soviéticos… Pero ¿qué ocurre? Pomar fue el único de los participantes medianamente importantes en ese torneo que fue allí solo. Sin ningún analista, sin ningún acompañante, sin libros técnicos, sin un entrenador. Tuvo que pedir ayuda a un compañero de trabajo para que cubriera su puesto como funcionario de Correos. Ni siquiera le habían eximido de su trabajo durante esos días. ¿En qué se tradujo eso? En que, para la segunda mitad del torneo, Pomar estaba ya agotado.

Entonces las partidas de ajedrez se aplazaban para el día siguiente después de cuatro o cinco horas de juego y se reanudaban en la posición última que se había jugado. Eso quería decir que el rival de Pomar, cada vez que se aplazaba una partida, se iba a dormir, y los entrenadores de ese rival trabajaban toda la noche en un análisis de la partida en curso para pasarle en el desayuno el resultado por escrito. Pomar tenía que ser él quien estuviera toda la noche trabajando en ese análisis y se presentaba a la reanudación sin dormir. Eso una y otra vez, hasta que al final terminó agotado, sus resultados se resintieron y no logró clasificarse para el Torneo de Candidatos. Y lo que es mucho más grave: empezó a dar justo en ese momento los primeros síntomas de la enfermedad mental que luego lo acompañó hasta su muerte el año pasado.

Entrevista a Leontxo García: la política internacional sobre un tablero de ajedrez
Leontxo habla con el analista de El Orden Mundial Blas Moreno. Fotografía del equipo de El Orden Mundial.

BM: Volviendo a años más recientes, Kaspárov deja de ser campeón del mundo en el año 2000 y ahora parece que tenemos un nuevo reinado de un jugador que ya califican como referente histórico: Carlsen. ¿Estamos ante alguien imbatible, como lo fue Kaspárov?

LG: Estamos, sin duda alguna, ante el reinado de un genio con mayúsculas. Los periodistas, y especialmente los deportivos, tendemos a exagerar un poco, a abusar de la palabra genio, y a veces llamamos genio a cualquiera. Magnus Carlsen es un genio con mayúsculas. Creo que en las biografías que he publicado sobre él hay argumentos de sobra para que cualquiera comprenda que no estoy exagerando en absoluto. Por tanto, desde el punto de vista teórico, Carlsen está capacitado para batir los récords de Kaspárov, incluso el más difícil de todos: ser el número uno del mundo durante veinte años consecutivos.

Ahora bien, mi gran pregunta es: ¿qué ocurrirá el día en que Carlsen se enamore? Porque Kaspárov se ha casado tres veces —me imagino que se habrá enamorado alguna más—, pero para él el ajedrez fue siempre la prioridad número uno en su vida, en todo momento: cuando tuvo hijos, cuando se casó, en todo momento. Claro que esto que acabo de decir roza lo inhumano. Por eso me pregunto: ¿qué ocurrirá el día que Carlsen se enamore? ¿Seguirá siendo el ajedrez para él lo más importante en su vida? Si lo es, entonces puede ser campeón del mundo durante veinte años seguidos, como lo fue Kaspárov, pero, claro, las dudas son más que razonables.

BM: Sí, porque, en un ajedrez que es cada vez más técnico y requiere más preparación, ¿él, más libertino, quizá recuerda un poco a Capablanca, que llevaba una vida un poco más desordenada y no entrenaba demasiado?

LG: Pero con matices importantes. Carlsen se parece a Capablanca ciertamente en dos cosas: una, en que los dos son genios con mayúsculas, tienen un talento —probablemente natural— extraordinario, y dos, en que Carlsen no tiene un sistema de entrenamiento disciplinado, con un horario rígido cada día. No lo tiene. Pero, como él mismo suele explicar, él está pensando en ajedrez todo el día. Puede estar esquiando en invierno o jugando al fútbol en verano o paseando o tumbado en un sillón y está pensando en una posición. En realidad, le está dedicando al ajedrez muchas horas al día.

Lo que ocurre es que protagoniza una revolución en el ajedrez. Él utiliza las nuevas tecnologías, trabaja con una de las supercomputadoras más potentes que hay en Noruega, y no para jugar de memoria los 25 primeros movimientos de una partida, como hacen algunos rivales suyos, sino para sacar a sus rivales de la teoría conocida lo antes posible. A él se le ocurre una idea rompedora mientras va paseando por la playa: llama entonces a sus computadores y les dice “Meted esta idea en la supercomputadora, a ver si encuentra una brecha muy grande”. Si la respuesta de su equipo es que esa posibilidad le va a dar al menos una posición equilibrada, él juega esa idea y lo que consigue es que su rival, desde una fase muy temprana, tenga que pensar con su propia cabeza en vez de jugar de memoria, es decir, consumir tiempo, y esos minutos seguramente le harán falta después, cuando se apure de tiempo. Esa es la revolución Carlsen.

BM: Sin embargo, a pesar de ser un genio inapelable, no va a estar exento de retos y de contrincantes. Por ejemplo, Karjakin, el ruso, que como has dicho antes está apoyado por Putin; incluso Carlsen se ha visto forzado a intentar protegerse de ciberataques rusos para evitar ese robo de información privilegiada.

LG: Al margen de ciberataques o de cosas extradeportivas que no niego que puedan existir, Karjakin es un buen ejemplo, claro. Yo suelo decir que, si el ajedrez fuera solo defensa, el campeón del mundo no sería Carlsen, sería Karjakin. Rivales como Karjakin obligan a Carlsen a jugar al cien por cien de su potencial, porque si no ocurre lo que ocurrió hace unos meses en el mundial de Nueva York: que tienen que llegar al desempate rápido para que Carlsen imponga su genialidad sobre la exquisita y depurada técnica de Karjakin. Por supuesto que hay otros rivales muy fuertes, pero ahora mismo, en teoría, Carlsen debería seguir dominando el ajedrez unos cuantos años más.

BM: Entonces Putin no está en disposición de conseguir que su candidato llegue a ser campeón del mundo ahora mismo.

LG: Bueno, sí está en disposición.

BM: Pero ¿no podría pasar ahora mismo?

LG: Podría pasar —y esta es mi opinión y me puedo equivocar, por supuesto— si Carlsen no juega al cien por cien de su potencial o si pierde motivación, por ejemplo. Uno de los problemas que tiene el entorno de Carlsen con él es el de mantenerlo motivado, porque por encima del número uno no hay nada, convencerle constantemente de que le interesa seguir siendo el número uno el mayor tiempo posible por los privilegios que eso conlleva, por lo bien que se va a sentir por serlo… Eso no es tan fácil cuando hablas con un genio. Pero, si eso se mantiene y Carlsen sigue jugando con todo su potencial, ahora mismo no veo a nadie que sea mejor que él.

BM: Aprovecho esta narrativa que llevábamos. Se ha escrito mucho sobre la nueva Guerra Fría: Carlsen, el occidental, contra Karjakin, el ruso. Pero me planteo: ¿qué hay del todavía joven prodigio chino Yi Wei? ¿Podemos ver en la irrupción de China como el tercer polo del ajedrez mundial?

Entrevista a Leontxo García: la política internacional sobre un tablero de ajedrez
Karjakin y Carlsen, enfrentados por el trono mundial en noviembre de 2016. Fuente: El Periódico.

LG: Por supuesto, pero voy a hacer un matiz a lo que has dicho. ¿Hay una nueva Guerra Fría en el ajedrez? Solamente de un lado; por lo tanto, no hay guerra. Desde el punto de vista ruso, sí hay un interés político clarísimo y confirmado en recuperar el torno del ajedrez. Sin embargo, Carlsen se ha convertido en el símbolo de Occidente contra esa pretensión de Rusia contra su voluntad: él no se mueve por motivaciones políticas.

En cuanto a China, yo añadiría también a la India. No olvidemos varias cosas. En primer lugar, el ajedrez —por lo menos hasta donde sabemos— nació o en la India o en algún sitio muy cercano a lo que hoy es la India. En segundo lugar, la India ya debe de tener unos 1.300 millones de habitantes; China debe de andar ya por los 1.400 millones de habitantes; si sumamos, estamos acercándonos a los 3.000 millones de habitantes entre los dos países.

Si en esos dos países, por razones distintas, se dedican a promover el ajedrez, darás una patada en el suelo y aparecerán centenares de grandes maestros del ajedrez. Por tanto, lo lógico es pensar que, en unos años, el centro del ajedrez mundial se va a mover hacia Asia. En concreto, China es desde hace ya aproximadamente quince años la primera potencia mundial de ajedrez femenino, y empieza a amenazar con serlo también en el masculino: ya ganaron una medalla de oro en la Olimpiada de ajedrez de 2014. Esa tendencia puede seguir; espero que no le extrañe a nadie si el número de jugadores chinos entre los 25 primeros del mundo —que ya es bastante alto— sigue aumentando.

BM: ¿Ha habido alguna política del Gobierno chino últimamente para promover el ajedrez, como hizo la URSS antes?

LG: Yo diría que aplican al ajedrez el mismo sistema que aplican a los demás deportes: si en cualquier rincón de un país gigantesco como es China algún entrenador detecta a un niño o una niña con un gran talento, va al teléfono y llama a Pekín, a la Federación China de Ajedrez, y pregunta por el director técnico, Ye Jiangchuan, un gran maestro de ajedrez. Tras contarle lo que ha visto, la respuesta de Ye siempre va a ser “Envíame sus partidas por correo electrónico”. Él estudia esas partidas y, si cree que lo que le han dicho tiene sentido, entonces coge un avión y se va a ese pueblo, por muy alejado que esté, habla con los padres de ese niño o niña y les ofrece un trabajo con buenas condiciones en Pekín.

Eso va ligado a que el niño o la niña entre en un centro de alto rendimiento para jóvenes talentos, donde, si se compara con la media de niños chinos, son preparados mucho mejor y están mucho mejor tratados. También se busca siempre —y esto, siendo justos, hay que decirlo— que haya un equilibrio entre su desarrollo deportivo y su desarrollo académico: no son fábricas de construir monstruos que corran mucho o que jueguen muy bien al tenis o que jueguen muy bien al ajedrez; se cuida su educación académica. Otra cosa es discutir si el nivel de exigencia para mantenerse en esos centros es excesivo o no, pero eso ya sería una discusión de matices en la que habría que hilar muy fino.

BM: Para terminar, hay hoy mucho interés en que los niños trabajen en el ajedrez desde el principio y quizá la tecnología también los ayude a aprender mucho más rápido. Es precisamente Karjakin quien tiene el récord mundial de ser el gran maestro más joven, con doce años y siete meses. ¿Nos estamos dirigiendo hacia una especialización del ajedrez cada vez más temprana?

LG: Sí, esto es totalmente lógico. Cuando yo era jugador semiprofesional hace 35 o 40 años, si tenía una invitación para jugar un torneo dentro de cuatro meses en Italia, por ejemplo, y conocía la lista de quiénes iban a ser mis adversarios y entre ellos había uno de Checoslovaquia, para conseguir información de partidas de este tío, yo tenía que mandar cartas a mis amigos de Checoslovaquia a ver si por casualidad alguien me mandaba partidas o investigaba en revistas checoslovacas y me lo mandaban. Ahora yo escribo el nombre de ese señor en mi base de datos, que tiene seis millones y medio de partidas perfectamente clasificadas desde el siglo XV hasta ayer, y tengo todas las partidas que ha jugado ese señor. Eso por un lado.

Luego el programa informático que yo tengo en mi teléfono móvil puede calcular cientos de miles de posiciones en un segundo. Por tanto, podemos resumir que lo que yo aprendía durante varios meses hace 35 años un niño que se entrene ahora en ajedrez lo puede aprender en un mes… o tal vez en un día; no hay un cálculo exacto. Por tanto, tiene la mayor lógica del mundo que los grandes maestros sean cada vez más jóvenes.

Además, sabemos que, en cuanto al desarrollo neuronal, la capacidad de absorción del cerebro humano en la adolescencia es casi ilimitada. Los niños que se meten en ajedrez progresan a una velocidad de vértigo.


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