Revista Filosofía

Épocas del estar

Por David Porcel
Y yo me pregunto..... ¿para qué estar informados? ¿De qué nos sirve estar conectados? ¿Por qué en su lugar no elegimos estar sentados? ¿O en pie? ¿O de rodillas? Y el mundo se hubiera llenado de sillas y rodilleras. ¿Qué tiene de más la información que la haga tan apetecible? ¿Llevará algún aditamento dosificable? Habría que preguntar a los químicos de la información por su composición. Seguro que ellos saben cómo administrarla, y cómo regular y gestionar su adicción, como las grandes tabacaleras, empresas de esteticismo y agencias de viajes. Sí, la información es el producto estrella de nuestra época. Claro que hay quien hace de las redes sociales una fuente de conocimiento, pero es una excepción, uno entre mil. Una anomalía en el sistema. Una rareza existencial, como los ángeles sin materia de santo Tomás o los estilitas que hacían del último capitel su alojamiento. Y lo llamativo es que no nos cansamos.
Épocas del estar  El último estilita en la cima del pilar Katskhi
La perversión comienza en el momento en que se busca la información por el hecho de estar informados. ¡Como si la información fuera algún tipo de oxígeno, o de luz! De la información importa el hecho de tenerla, de que esté en mí. Y es que vivimos en la época del estar. Atrás quedaron la teoría del ser, de la sustancia y de la permanencia, y los corazones que aguardaban a que un testimonio anónimo revelara: soy gracias a ti. Atrás quedaron el deleite y la capacidad de contemplación, y el aburrimiento de quien sabe esperar. Épocas del estar, que precisan de pacientes y de estados, sólo para ser rellenados.
Si el ayuno y la abstinencia liberan idealmente al alma del cuerpo, no aíslan al ser humano en completa soledad. De ahí la necesidad de una separación espacial. Esta tomó dos direcciones: la elección de un refugio para vivir apartado, o el rechazo absoluto de todo alojamiento. El desierto se pobló de vagabundos y eremitas. Los primeros llevaron una vida ambulante, a veces rechazando toda clase de ropa, tanto por su preocupación por despojarse de lo vano como por su aspiración a un estado adánico. Así, María Egipciaca vagó durante décadas por el desierto cubierta tan solo por su espesa cabellera y alimentándose de un total de cuatro hogazas de pan. Otros, llamados subdivales[1], eligieron un lugar muy delimitado, donde vivieron de pie sin jamás moverse, en una condición voluntaria de «sin hogar».(Tacet. Un ensayo sobre el silencio, Giovanni Pozzi)


[1] Literalmente (los que viven) bajo la luz del día. 

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