Revista Cine

Érase que se era...

Publicado el 28 abril 2011 por Alfonso


Mientras los amos del capitalismo miran con ojos de cordero degollado a los chinos, que según dicen las leyendas es una de las pocas economías comunistas del mundo actual y la más próspera, aunque suene contradictorio, va uno de por allí, un hongkonés llamado Pang Ho-Cheung y decide rodar como una joven mileurista descubre las dificultades para conseguir el piso de su vida y llena su sueño de sangre y vísceras: Wai dor lei ah yut ho (Dream home -título internacional-, 2010), es la barbarie que anuncia que también en Asia se copian los malos hábitos occidentales. Y al escribir conducta inapropiada no me estoy refiriendo a que la protagonista vaya dejando un rastro más rojo y caudaloso que el de Idi Amin Dada, o que otro farandulero de la cámara decida ejercer su profesión en contra de la mayoría política de su país, si no al desorden del crecimiento urbanístico, al elevado precio de la vivienda, a la imposibilidad de cobijarte, en Chicago, Madrid o Běijīng, bajo un techo salvo que te toque la lotería -¡imposible si no juegas!- o dejes como herencia a tus nietos los últimos pagos de la hipoteca. Y es que en China las naranjas no son tan naranjas como nos parecen o quisiéramos que fuesen, que las bibliotecas están llenas de historias de por allí, de cuentos chinos.
Mientras las cadenas de televisión de mañana de medio mundo -mañana como 29 de abril de 2011, no como sinónimo de futuro lejano o imposible-, y la prensa del día siguiente -la del 30 de abril, claro- amenazan con una ración extra de almíbar y azúcar, la boda del hijo mayor del heredero al trono del United Kingdom of Great Britain and Northern Ireland con una plebeya -otra niña bien de altas aspiraciones entre los Windsor; observesé que no puse “y” sino “con”, pues de lo contrario igualaría sus posiciones sociales, y eso de que las monarquías han bajado a las calles no me lo creo: otro cuento- recuerdo una lectura de la infancia en la que el príncipe triste se alejaba de palacio a caballo a ver si curaba su angustia viajando por las tierras de su padre. La sanación llegaba al encontrar a una súbdita pobre y hermosa, pero de gran corazón y llena de bondades, a quien haría su esposa -otro cuento, otro: basta con recordar el Ius primae noctis, ver como el normando Chrysagon de la Crue se encaprichaba de la rubia Bronwyn en The war lord (El señor de la guerra, 1965), de F. Schaffner-. Lo cierto es que puesto a escoger pareja, la treta de hacer dormir a las pretendientes sobre una pila de mullidos colchones que escondían un guisante bajo ellos, ocurrencia de un contemporáneo del caballero afligido, siempre me ha parecido más poética. Y así debe ser, pues en nuestros días se da más la vulgaridad, como ocurre en el primer relato ficticio y de papel de este párrafo: si el Príncipe de España, triste tras varios fracasos y las negativas de sus progenitores, encendió el televisor y se tropezó con una presentadora de informativos vestida como una novia perfecta, el británico va y escoge a una que pasaba por allí y se terminará pareciendo a la mediática madre que perdió en accidente más que un huevo a otro huevo: el tiempo y los periodistillas metomentodo se encargarán de ello con ahínco.
Mientras el mundo gira y la gente se preocupa de las vidas de los ajenos, de los famosos, de los gladiadores Nadal, Casillas y Alonso, o Federer, Messi y Hamilton, un ese-eme-ese me recuerda que el diablo no descansa, que las empresas no tienen lugar en la vieja Europa, que los despidos siguen llegando, que los proyectos de vida se siguen truncando las más de las veces por causas ajenas a uno mismo, a la Naturaleza, a la lógica. Y me dirigo a telefonear a alguien que hasta ayer viajaba como si el mundo cupiese en su mirada y la razón en su cabeza, que el terror no siempre viste con ropa militar o estrella comunista, del mismo modo que la felicidad no es un plato de guisantes o un esposo con la corona en el armario. Otra vida que se desliza cuesta abajo y vive un presente que comienza: Érase que se era...
ÉRASE QUE SE ERA...
Idi Amin Dada


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