Revista Salud y Bienestar

Es la vida, no una enfermedad.

Por Doctorcasado

Uno de los factores que más daño está haciendo al sistema sanitario no son los recortes derivados de la crisis (que también). Hay algo mucho más pernicioso. Cada vez que acudimos por un sufrimiento derivado de la vida estamos acudiendo al sitio equivocado. ¿Qué pasaría si cuando como adultos tuviéramos una duda de gramática acudiésemos todos a preguntar al instituto o colegio más cercano? ¿o si cuando el marcador de combustible de nuestros vehículos marcara bajo acudiéramos a solucionarlo a un todo a cien? Tal vez me digan que tiene que ver el culo con las témporas y les responderé que para cada cosa hay un lugar.
Un porcentaje alto de los motivos de consulta que lleva a los ciudadanos a los sobrecargados centros de salud son problemas derivados de la vida para los que no hay una solución médica o un tratamiento químico. Problemas laborales, de pareja, de soledad, de convivencia, situaciones de paro de larga duración, de finanzas familiares bajo mínimos, de sobrecarga por cuidar a unos hijos o a unos padres mayores. Pérdidas de trabajo, de alguna persona querida, de alguna capacidad o habilidad. Y combinaciones aleatorias de todos los anteriores y los que nos podamos dejar en el tintero.
La gente sufre (sufrimos) de manera notoria. En la vida hay momentos en los que se pasa francamente mal. En otros tiempos uno recurría a contárselo a alguien de confianza, a buscar consejo en alguna persona sabia o mayor de referencia o se consultaba con algún sacerdote. Era común apoyarse en la familia nuclear y en la extensa, en los buenos amigos y en la comunidad cercana. Se lloraban los problemas, a veces se cantaban y otras se contaban. Se dejaban correr y la vida, que es muy sabia, terminaba poniendo las cosas en su sitio y cicatrizando las heridas.
Hoy queremos la solución a toda costa y además de manera inmediata. Queremos la pastilla que nos quite la angustia, el agobio, la desesperanza y el sinsentido. Buscamos el remedio que recomponga nuestra situación laboral, nuestras finanzas o la maltrecha situación de nuestra pareja. Y como la ciencia avanza que es una barbaridad y además tenemos un sistema sanitario “de los mejores del mundo”, pues nos damos una vueltita por el ambulatorio para ver si el galeno se enrolla y nos prescribe algún bebedizo proverbial .
Por mucho que el facultativo empatice con nosotros y nos escuche con paciencia poco podrá hacer para arreglar la situación con nuestro jefe, o aliviar el dolor por la pérdida de nuestro padre. Como mucho podrá decirnos que no tenemos una enfermedad y que en ocasiones la propia vida duele como ellas. Como mucho nos podrá acompañar en el sentimiento y darnos alguna pista para que busquemos alivio expresándolo y dejándolo correr. Pero no tendrá ni el tiempo necesario para hacernos psicoterapia ni dispondrá de la varita mágica que le permita aliviarnos del peso de la vida.
Aunque no lo crean el Sistema Sanitario no tiene elaborado un protocolo para abordar los motivos de consulta derivados de los problemas de la vida corriente. Tampoco es un tema que se hable en exceso en los congresos ni para el que los profesionales sanitarios se formen especialmente. Suele ser más común quejarse en la salita del café de dichas consultas que agobian las agendas y aturden a los profesionales en lugar de tratar de buscar una manera mejor de manejarlas.
El dolor es una potente fuerza que favorece el movimiento. Nos impulsa a buscar soluciones y a acometer cambios. Cuando es producto de las circunstancias de la vida,, pese a no ser deseado, deberíamos reconocerle un sentido y una dignidad. Una persona que sufre merece apoyo y consuelo. Merece ser bien recibida y atendida acuda donde acuda, pero si lo hace al sistema sanitario será fundamental orientarla y explicarla, si fuera el caso, qué es la vida y no una enfermedad. Que probablemente tenga otras opciones para desahogarse y otros cursos de acción para arreglar su situación.

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