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Esbozo de Luis Alberto

Por Agora

Esbozo de Luis AlbertoHacer un dibujo contrastado —con sus líneas de luz y sus trazos de sombra— de Luis Alberto de Cuenca resulta tarea imposible para quienes no pertenecemos al círculo primero de la intimidad del poeta, o sea, para casi todo el mundo. Se me podrá decir que eso, en términos absolutos, pasa con él y pasa con cualquiera. Sí, sí, pero con el amigo Luis Alberto ocurre más que con nadie. La mayoría de los seres humanos, aunque intentemos evitarlo (salvo los muy exhibicionistas), nos revelamos en lo bueno y en lo malo a los ojos del prójimo no sólo por lo que de modo consciente hacemos y decimos, sino aún más por nuestros gestos imprevistos, por ciertos deslices verbales y actitudes involuntarias. A Luis Alberto no se le puede incluir de ninguna manera en esa mayoría. Posee un envidiable y muy controlado carácter compuesto de elementos apolíneos y joviales —Apolo y Jove nada menos—, fruto de la propia naturaleza y de una refinada educación, y no resulta nunca posible pillarlo en un renuncio. He coincidido con él muchas veces, en muchos sitios, a lo largo de muchos años, y lo tengo por un buen amigo. Pues bien, en las más variadas ocasiones y circunstancias siempre lo he visto mostrarse idéntico: cordialísimo, simpático, sereno, sin recovecos extraños, incómodas esquinas ni secretas galerías. Este don de saber mostrar invariablemente en sociedad sólo el lado mejor, evitándole a los otros nuestras oscuridades y neuras (que Luis Alberto sin duda tiene también, como cada hijo de vecino), es una bendición para las relaciones sociales, y ahí creo yo que reside el secreto de la firme unanimidad establecida en torno a la figura de nuestro poeta: todo el mundo opina que es hombre con el que da gusto tratar. Al agrado general que concita la manera de ser de Luis Alberto de Cuenca contribuye también no poco su aspecto personal, elegante y desenfadado a un tiempo: elegante de cintura para arriba (chaquetas de buen corte, camisas buenas y alegres corbatas de seda); informal de cintura para abajo (infaltable pantalón vaquero y zapatos cómodos, mocasines o de esos que ahora llaman casuales). No hay en el porte de este hombre excesos ni atildamientos, pero tampoco ningún descuido. Muy característico asimismo de su imagen —sobre un rostro de frente despejada, facciones regulares y sonrisa pronta— es ese pelo suyo, ahora entrecano, siempre muy bien planchado hacia atrás con la ayuda de algún fijador. No creeré nunca a nadie que diga haberlo visto despeinado, por más que afirme que tal hecho extraordinario ocurrió en día muy revuelto y con un viento de mil demonios. Todo el mundo sabe que Luis Alberto ha compatibilizado durante bastantes años su actividad poética e intelectual con el desempeño de muy importantes cargos en la administración pública y en la política. He de decir enseguida, porque es muy justo hacerlo, que ninguno de dichos cargos ha podido con él. La percepción que he tenido del poeta cuando éste atravesaba las procelosas aguas de los altos empleos ha sido la imperturbable imagen amable, sonriente y cercana del Luis Alberto de siempre. El revestimiento solemne o la falsa naturalidad evidentísima con que tantos se muestran durante su tránsito por los puestos de mando no le afectaron nunca. Y por fortuna el desarrollo de su obra poética durante los años entregados al trabajo político ni se detuvo ni se resintió. Por lo que yo sé, y por lo que muchos me han referido, no utilizó el poder de manera sectaria. Logró pasar por la política sin que ésta produjera en su impecable aspecto feas ni deshonrosas salpicaduras, lo cual, en España, raya en lo insólito. La mayoría de los intelectuales metidos a políticos acaban por desprestigiarse ante sus pares como intelectuales y ante todo el mundo como políticos. Luis Alberto, sin embargo, no se ha visto afectado por esta fatalidad. E incluso su figura pública de poeta se ha proyectado mucho en los últimos años (desde todos los puntos de España lo reclaman sin cesar para recitales, conferencias y actos relacionados con la cultura). Me parece a mí que en realidad nadie consideró nunca que él fuera un verdadero político, y no creo ni que el propio Luis Alberto haya llegado alguna vez a pensar en serio de sí mismo que lo sea. Como poeta es, por el tono de sus composiciones y por el tratamiento de sus temas, uno de los más singulares de la generación a la que tanto él como yo pertenecemos. Tras los juveniles excesos culturalistas de las primeras publicaciones, vino a desembocar su poesía en La caja de plata(1985), libro en el que alcanza la madurez y que supone un giro importantísimo en su trayectoria. Ante todo, Luis Alberto de Cuenca se decanta a partir de ese momento por un lenguaje poético transparente, coloquial, cotidiano y de fácil acceso para el lector (aunque las referencias culturales de todo tipo continúen estando siempre muy presentes). Se trata de la famosa “línea clara”, de la que el autor ha hablado tantas veces. El humor, además, habrá de ser en adelante elemento fundamental de su obra. Es éste un ingrediente a primera vista antipoético, más propio en apariencia de la poesía festiva o satírica que de la estricta poesía lírica, siempre tan sería y grave por estos rumbos nuestros. Con la incorporación del humor consigue Luis Alberto una poesía chispeante, vital, inteligente y amena, que sabe dibujar la sonrisa y hasta la risa en el rostro del lector. Baste recordar a este respecto, entre tantos otros, poemas como “La malcasada” o “Bébetela”, de una gracia y una efectividad antológicas. Pero la obra madura del poeta madrileño no sólo se mueve en ese deliberado registro ligero y frívolo; composiciones como “Nausícaa”, “En la tumba de Joker” o “El cuarto oscuro” demuestran que también es capaz de hondura y emoción en poemas sencillamente inolvidables.
Eloy Sánchez RosilloFotografía: Toñy Riquelme.Puedes descargarte el ejemplar completo de nuestra revista nº 27 pinchando AQUÍ.

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