Revista Cultura y Ocio

ESCANDALOSOS EJEMPLOS DE INGRATITUD DE LA HISTORIA MODERNA. Pequeñas ingratitudes sufre y comete todo individuo, pero existen grandes actos de ingratitud perpetrados por instituciones legítimas y con prestigio contra personajes que lucharon y consiguie...

Publicado el 01 marzo 2017 por Carlosdelriego

Folke Bernadotte ante uno de los autobuses con los que salvó a miles de personas, entre ellos muchos judíos. Luego fue asesinado por otros judíos..

ESCANDALOSOS EJEMPLOS DE INGRATITUD DE LA HISTORIA MODERNA. Pequeñas ingratitudes sufre y comete todo individuo, pero existen grandes actos de ingratitud perpetrados por instituciones legítimas y con prestigio contra personajes que lucharon y consiguie...

Algunos de los atletas negros de USA que fueron despreciados por el presidente y parte del pueblo estadounidense tras los Juegos de Berlín 1936.

ESCANDALOSOS EJEMPLOS DE INGRATITUD DE LA HISTORIA MODERNA. Pequeñas ingratitudes sufre y comete todo individuo, pero existen grandes actos de ingratitud perpetrados por instituciones legítimas y con prestigio contra personajes que lucharon y consiguie...

Irena Sendler con uno de los miles de niños que arrancó de las garras de los nazis. Al jurado del Nobel de la Paz le pareció poca cosa..

ESCANDALOSOS EJEMPLOS DE INGRATITUD DE LA HISTORIA MODERNA. Pequeñas ingratitudes sufre y comete todo individuo, pero existen grandes actos de ingratitud perpetrados por instituciones legítimas y con prestigio contra personajes que lucharon y consiguie...

Según el dicho, ‘De biennacido es ser agradecido’, cuyo significado permite que el refrán pueda formularse al revés, o sea, ‘De malnacido…’. La ingratitud es una de las constantes en el hombre desde que éste pisa la Tierra. Hay ejemplos cotidianos y de  alcance y consecuencias más limitados; pero también puede enumerarse una larga lista de ingratitudes que se han convertido en auténticas injusticias. Ciñéndose la cosa al siglo XX existen algunos casos verdaderamente sangrantes, tanto por el acto en sí como por el hecho de que el desagradecimiento haya llegado desde organismos legítimos, gobiernos o colectivos.     En mayo de 1948 Palestina era un volcán: la guerra entre árabes e israelíes era inminente. La ONU nombró al sueco Folke Bernadotte como mediador para tratar de evitar lo inevitable. Hombre de una honestidad a toda prueba, redactó dos propuestas de paz y varios informes describiendo la situación, todos ellos de una ecuanimidad difícil de encontrar en ambientes políticos y diplomáticos. Pero los grupos terroristas judíos (con apoyo, seguro, de ciertos políticos) no estaban dispuestos a negociar nada, de modo que en septiembre de ese año miembros de la organización Stern (o Lehi, o Irgún, que en 1946 voló el hotel Rey David con resultado de 91 muertos) detuvieron el convoy de Berdadotte, que atravesaba el sector judío de Jerusalén; preguntaron por él y, localizado, ametrallaron su coche acribillando al diplomático sueco y a otro enviado de la ONU, el francés André Serot. La Organización de las Naciones Unidas condenó el acto, pero sin levantar la voz, casi de tapadillo. Lo que sorprende es que el conde Berdadotte había arriesgado su vida varias veces durante la Segunda Guerra Mundial; primero intercambiando prisioneros de guerra con Alemania (se calcula que libró de los campos de concentración a más de 10.000 personas), y luego, al final del conflicto, cuando los nazis aceleraban ‘la solución final’, rescatando a no menos de 15.000 personas en autobuses de la Cruz Roja Sueca, entre ellos cientos, tal vez miles, de judíos destinados a las cámaras de gas. Entre quienes conocían y apoyaron el atentado contra el diplomático sueco estaban personalidades tan relevantes como Isaac Shamir. Asimismo, tras ser procesados los asesinos, Ben Gurión los indultó de inmediato y se ocupó de que entraran en el ejército sin más. Se trata de un caso evidente de ingratitud que, al menos, fue reconocido cuando Israel admitió la responsabilidad judía en los hechos y el valor del conde Bernadotte.Estados Unidos incluyó en su selección para los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 a 18 atletas negros (incluyendo dos chicas). Todos ellos habían sufrido, en mayor o menor medida, discriminación racial en su país. Una vez en Alemania todos los atletas, también los negros, fueron tratados con suma cortesía, incluso la gente les pedía autógrafos y les daba la mano sin tener en cuenta las leyes racistas de Nurenberg, dictadas meses atrás; la propaganda nazi había aconsejado ser cordiales con los integrantes de los equipos de todo el mundo, sin tener en cuenta razas, a pesar de lo cual, las imágenes dejan patente que el pueblo alemán estaba sinceramente encantado con los visitantes. Algunos de aquellos atletas pasaron a la posteridad y a la gloria olímpica, como Jesse Owens, como el también esprínter Ralf Metcalfe o el saltador de altura Cornelius Jhonson; sin embargo, las dos primeras mujeres afroamericanas que USA llevó a unos juegos, Louise Stokes y Tidye Pickett, fueron reemplazadas por atletas blancas en la final del 4x100 cuando ya estaban en la pista. Al regresar a su país, aquellos verdaderos héroes del estadio volvieron a sufrir racismo, y como muestra baste señalar el ‘detalle’ del presidente Roosevelt, que sólo recibió en audiencia a los atletas blancos, negándose tal honor a los negros (que ganaron 14 de las 56 medallas que se llevó el equipo USA). En este sentido, Jesse Owens, cuádruple oro en aquella cita olímpica, repitió hasta la saciedad que no fue Hitler quien lo despreció (a pesar de lo que escribieron algunos periodistas estadounidenses a los que la verdad no les impidió escribir una buena historia), sino el Presidente de Estados Unidos, que no le envió ni un telegrama de felicitación. Tanto la Casa Blanca como gran parte de la población fueron desleales, desagradecidos, ruines…, y ello a causa de uno de los más bajos, necios e inhumanos sentimientos que pueden albergarse, el racismo, tan cercano al nazismo al que poco después combatirían. Poco conocida es la historia de la polaca Irena Sendler. Cuando los ejércitos nazis entraron en Polonia (1939), Irena ya trabajaba en una institución benéfica, velando por todos los necesitados sin atender a creencias o etnias (ella era católica). Después, al ser hacinados los judíos en el gueto de Varsovia, se las arregló para sacar de aquel infierno nada menos que a 2.500 niños, utilizando mil y una estratagemas para burlar a los soldados alemanes; además, tomó nota de nombres y direcciones con el fin de intentar reintegrarlos a sus familias al terminar la guerra, aunque la mayoría de los padres no sobrevivieron (la historia de ‘la niña de la cuchara de plata’ es irresistiblemente emocionante). Lógicamente ella corría un elevadísimo riesgo, pues si la descubrían…, y la descubrieron en 1943, la torturaron para que denunciara a colaboradores y judíos, pero Irena soportó lo insoportable y no pronunció un solo nombre. Se libró del paredón porque un soldado se dejó sobornar… Su historia volvió a la actualidad cuando en 2007 el gobierno de Polonia la propuso para el Premio Nobel de la Paz; pero el dudoso comité noruego (que ha cometido recientemente abundantes y estrepitosas necedades) optó por el oportunismo y se lo entregó al no menos mamotreto de Al Gore por un sesgado documental que está olvidado, superado y mil veces ridiculizado. Irena Sendler murió el año siguiente, con 98 años, tras recibir reconocimientos y agradecimientos procedentes de todo el mundo…, excepto de esa cofradía de ilustres tontos rendidos a la corrección política que conforman el comité del Nobel de la Paz, los cuales dan más mérito a quien rodó un documental (a saber cuánto hizo Gore) sin mayores consecuencias que a quien consiguió cambiar el negro destino de tantas personas.   Es justo recordar de vez en cuando los nombres de estos auténticos héroes que fueron pagados con ingratitud, a veces hasta con desdén.
CARLOS DEL RIEGO

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