Revista Cultura y Ocio

Escoria

Publicado el 01 noviembre 2016 por Icastico

Una decisión que me dio lata fue la elección del seguro de decesos. Pasé antes por varias fases. Dejarle el muerto a quien le tocara, en plan egoísta total, pero maduré. Me parecía una cabronada. Sobre todo porque en mi entorno nadie merece esa faena. Una lástima. Morirse jodiendo debe dar un gusto bárbaro si se ha vivido jodido.

Cuando vino la crisis y los recortes me puse también a ello y quise donar mi cuerpo a la Ciencia para ahorrar la mensualidad del óbito. Y la Ciencia estaba saturada de fiambres. Literalmente. Tanto que lo que me echó atrás fue una noticia macabra: El hacinamiento de más de quinientos cadáveres en el sótano del departamento de Anatomía y Embriología, donados a la facultad de medicina de la Universidad Complutense de Madrid. La foto que vi en su día me recordó a una de las muchas imágenes de los campos de exterminio. Si fuese un familiar que hubiese identificado aquel rostro vacío habría pasado un mal trago.

Así que póliza al canto. Ajustar la tarifa es matador, ya que estamos. En estos tiempos uno puede hacer planes a medida para todo menos en este negocio. Yo pretendía que una vez muerto me introdujeran en una caja de pino del país y de ahí a la pira directo. Eso le comenté al vendedor. Pero el kit mínimo incluye tanatorio, mesa de firmas, corona de flores, cura, monserga del cura y qué se yo. Aunque renunciase a toda esa parafernalia la tarifa no se inmutaba. No hay tu tía. Es un rollo explicar las causas, los profesionales del funesto asunto lo hacen de coña.

Una vez firmado queda decidirse sin prisas entre inhumación o cremación. Tierra o fuego. Al agente le da igual, él cobra su comisión y ahí queda uno con los detalles. Elegí cremación por varios motivos. No obstante no las tenía todas conmigo, cosas de vivir en una tierra de meigas. En la Galicia atávica. Ahora no me queda ninguna duda tras leer que la Iglesia no ve razones doctrinales para prohibirla; “la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo”. Ante esto, es posible que en un futuro cercano las compañías de seguros incluyan la cobertura de un servicio de resucitación. Lo pagaría muy a gusto siempre que no siga Rajoy ahí cuando me materialice nuevamente. Sería un sin vivir.

Claro que en la misma iglesia hay quien dice que se trata de “algo brutal”, “un proceso que no es natural, sino que interviene la técnica y que además no permite a las personas cercanas acostumbrarse a la falta de un ser querido” Mira que no empleó técnica la Santa Inquisición para privar a mucha gente de sus seres queridos. Y con el fuego se le fue la mano quemando a seres humanos vivos.

¡Se acabó la fiesta de la ceniza! ¡Que es eso de pillar un barco o subir a la montaña y lanzar cenizas al mar o al aire como quien tira bolas de nieve! Por muy emotivo y cool que sea. O echarlas en la hierva que pisó CR7 jugando en el equipo que se llevó a la pira a tu viejo tras un partido de infarto. Y es que ni en la casa familiar del finado se pueden tener, aunque le montes un altar del copón en la mesilla de noche. Ya no digo nada de transformarlas en piezas de joyería u otros artículos, opción muy de moda. Reciclaje de lujo. Confieso que nunca se me pasó por la cabeza llevar a un ser querido en el anular. Llega con tenerlo en el corazón.

Para la Iglesia, “la conservación de las cenizas en un lugar sagrado ayuda a reducir el riesgo de apartar a los difuntos de la oración”. Añade que “se evita la posibilidad de olvido”. A mis queridos desaparecidos les reservo un lugar en la memoria, un panteón de lujo. No hay oración, por grande que sea, que equivalga al recuerdo. Además, si lo que temen es el olvido no entiendo esa pataleta en no dejar tener las cenizas en casa, permíteme que insista. Las pones al lado de la Smart TV y en las pausas publicitarias le mandas un beso, aunque sea con el mando a distancia.

No. El lugar adecuado es un lugar sagrado, o sea, el cementerio, dice la Santa Madre Iglesia. “Los muertos no son propiedad de los familiares, son hijos de Dios, forman parte de Dios y esperan en un campo santo su resurrección”.

Conviene recordar que cuando a los ojos de tanto santo varón no fueron hijos de Dios los fenecidos les negaron sin piedad cristiana sepultura, no permitiendo el entierro en esos confines sagrados, dejando fuera al difunto para su escarnio eterno. La pena por echar las cenizas en cualquier lugar es la negación de un funeral. No sabía que me lo iban a poner tan a huevo. Odio los funerales. No quiero darle la barrila a nadie con lo bueno que fui. También odio pasar por caja, que se me antoja que es el meollo de este invento. Así que si vale como testimonio vital dejo aquí escrito de que las mías sean esparcidas de forma que infrinja el nuevo mandato. Por mi alergia a los lugares sagrados. Y por joder, ya de irse hacerlo con placer.


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