Revista Cine

Escribir con la cámara

Publicado el 08 febrero 2018 por Josep2010

Se podrá estar de acuerdo con él o no, pero ningún cinéfilo negará que Samuel Fuller fue un tipo con personalidad propia: alguien capaz de renunciar a prebendas con tal de salirse con la suya y esa independencia, la convicción de que debía hacer lo que le viniera en gana, no le abandonó ni por un momento.
Si además nos paramos a pensar o a comprobar datos, constatamos que Fuller, como algunos de su época, era un tipo especial: un tipo que sabía escribir, que sabía ordenar sus ideas y trasladarlas a un medio inteligible, donde otros pudiesen entrar en su mundo particular y luego manifestarse de acuerdo o no.
Hace ya sesenta y cinco años, en 1953, Samuel Fuller había vivido lo suyo y disponía de experiencias enriquecedoras y en su calidad de superviviente a mil batallas en la Segunda Guerra Mundial seguramente su carácter le situaba en una posición en la que no estaba dispuesto a ceder demasiado a los requerimientos culebreantes de una industria cinematográfica que se hallaba revolcada en los lodos derivados del lastimosamente famoso Código Hays.
Fuller había suscrito un contrato con la Twentieth Century Fox y un buen día el mandamás Zanuck va y le presenta una trama pergeñada por Dwight Taylor, guionista de la casa capaz de escribir guiones para musicales como sombrero de Copa y de elaborar una intriga sobre el Hombre Delgado creado por Dashiell Hammet. Fuller, monaguillo antes que fraile, jamás llegó a reunirse con Taylor y le aseguró a Zanuck que él ya tenía una idea para investigar el modo de vida de un carterista, un delincuente de medio pelo, nada de importantes asesinos, qué va, pero con unas interesantes reflexiones en torno al submundo de un hampa conformado por gentes de mal vivir, no en vano Fuller, a sus diecisiete años ya era reportero de sucesos en un periódico de Nueva York y conocía el percal perfectamente.
En aquel momento el cine negro ya estaba inventado y podríamos decir que sus bases estaban bien claras, de modo que a Fuller, que contaba con Richard Widmark para el protagonista, necesitaba elegir a la mujer: en aquel momento en la 20th estaban a sueldo nada menos que la Monroe, la Gardner, Betty Grable, Shelley Winters y Jean Peters: la Monroe estaba enfrascada en un célebre musical y la Gardner y la Winters le parecieron a Fuller demasiado para el palel: la Grable quería que se incluyese un número de baile y la Peters..... la Peters no la quería Fuller, hasta que un día la vió de espaldas andando por el estudio y se dijo que sí, que era ella. La tercera pata del taburete tenía que ser Thelma Ritter, de eso no había duda.
Porque Samuel Fuller había escrito una historia para llevarla al cine: primero escribiría el guión, luego escribiría el guión técnico y acabaría escribiendo la trama con la cámara: ése y no otro era el plan de Samuel Fuller, porque, no lo olvidemos, Samuel Fuller hacía lo que le venía en gana y por suerte para todos, era un hombre preparado: un tipo que sabía leer, sabía escribir y sabía usar una cámara.
Así, en 1953 acabaría por estrenar Pickup on South Street que en España recibió el título de Manos peligrosas, cuando lo más adecuado hubiera sido "manos desafortunadas" porque todo empieza así:

Fuller empieza muy fuerte con esa secuencia en la que exhibe toda la potencia de su sabiduría al emplear la cámara que nos habla y explica lo que está sucediendo: el carterista Skip McCoy (Richard Widmark) se cierne sobre una presa fácil, la sensual Candy (Jean Peters), ignorando que dos tipos la van siguiendo y se percatan que hábilmente le ha robado la cartera: de la llamada telefónica de ella deduciremos que algo que ella transportaba ha cambiado de manos y está claro que Skip pescaba sin saber que el pez era más grande de lo imaginado, porque resulta que en vez de unos billetes lo que pilla es un microfilm que iba a parar a manos de "los comunistas".
Escribir con la cámaraHagamos un alto y advirtamos que estamos en 1953, que la "guerra fría" estaba en marcha y que en Hollywood se producían películas con claro contenido patriótico señalando a "los rojos" como enemigo a cuidarse de ellos y bastantes de esas películas, de serie B (por falta de presupuesto principalmente) han pasado a la historia en mal lugar. Samuel Fuller parece jugar con las cartas marcadas y por lo que sabemos hoy, tuvo sus más y sus menos con la censura por la rudeza de sus planteamientos y también incluso con el FBI porque se atreve a poner en duda o por lo menos a ironizar en varias ocasiones con lo que era un sentir generalizado en la época, poniendo en boca de Skip y de Candy, así como de Moe, frases que claramente se burlan de convicciones patrióticas.
Moe Williams (Thelma Ritter) es una mujer que se dedica a vender corbatas baratas e información acerca de los integrantes de esa pequeña hampa de rateros, carteristas, descuideros y prostitutas que cuando la bofia les busca ella sabe siempre su paradero y mientras ahorra unas pesquisas a los polis logra incrementar sus ahorros para conseguir una tumba en un cementerio particular, porque su obsesión es no ir a parar a una fosa común.
Cuando los agentes (que nadie dice sean del FBI porque Hoover lo advirtió) que perseguían a la mensajera Candy se percatan de la faena de Skip, acuden a la comisaría del distrito solicitando ayuda para pillar al deditos rápidamente pues la entrega debe realizarse y lo que les interesa es el destinatario: se encuentran con Dan Triger (Murvyn Vye) que ante la premura decide llamar a Moe (y entonces empieza el festival de la Ritter) que, tras un interrogatorio al agente secreto, asegura saber quién es el carterista.
Entretanto, Candy logra encontrar al escurridizo Lightning Louie en una extraña secuencia en un restaurante chino y éste la remitirá asimismo a Moe, con lo cual ésta, al poco, conocerá toda la historia.
Pero dejémosnos de detalles que quien haya visto esta joya no precisa y quien no la conozca mejor ignore: lo realmente importante es lo que cuenta Fuller y cómo lo cuenta: el qué, es un comprimido relato en el que cabrán : una súbita, inesperada y problemática relación amorosa repleta de sensualidad entre carterista y víctima, ella como buscando un clavo ardiendo después del fracaso en su relación con Joey (Richard Kiley) {que ella creía un simple ladronzuelo y descubre como "rojo"} y él rendido por la belleza sensual de ella {él hace una semana salió de la cárcel} pero desconfiando de sus intenciones: de hecho, desconfía de todo el mundo. Hay también una relación entre Skip y Moe: él sabe que ha sido ella quien le ha chivado a Candy donde hallarle pero, como ya advierte Moe, no se enfada con ella: no le gusta, pero reconoce que es una parte de su modus vivendi y ambos saben que, de hecho, Moe saca tajada por las prisas, porque librarse, no se libra nadie, si le buscan con ahínco; de modo que Skip, en el fondo, tiene con Moe un trato como el que podría tener con un pariente próximo: hay un apego, una estima.
Fuller se cuida muy mucho de dejarnos esto claro, porque lo que va a suceder en buena parte dependerá de esos sentimientos que conoceremos gracias a la cámara, porque los diálogos apenas los expresan con claridad: pero la cámara de Fuller, ¡ay! es más que una simple cámara: es un apéndice de un escritor, es una herramienta, es el medio de comunicar: Fuller escribe con la cámara: lo tiene muy claro.
Y sabe mantener el ritmo, sin puntos muertos, sin alharacas y sin debilidades estéticas aparentes, moviendo la cámara para contarnos cosas de su guión, de la historia que él ha escrito antes en un papel y que ahora nos muestra, con la ayuda de Joseph McDonald coo camarógrafo y de un elenco que trabaja de maravilla: Richard Widmark, como todos sabemos, fue un grandísimo intérprete capaz de superar su impactante presentación en el cine como sádico asesino en 1947 y seis años más tarde vuelve a maravillarnos como un pequeño y resabiado delincuente que se considera a sí mismo un artista pues sus manos son capaces de desvalijar a cualquiera sin que se percate: Widmark está magnífico en todo momento, inexpresivo cuando "trabaja" y altanero, provocador e insolente cuando está cerca de la bofia y mucho más si se trata del sufrido Dan Tiger, que de buena gana le volvería a dar unos mamporros.
Junto a él vemos a una sensual Jean Peters cuya potencia deriva de sus miradas, sus gestos, su forma de mover la cabeza y acercarse a Skip, desplegando una seducción que no depende en absoluto del vestuario, sencillo, nada sexy, pero sí del magnetismo que la Peters es capaz de emanar en cantidades industriales comiéndose la cámara con una facilidad desarmante, tal cual queda, casi inerme por momentos, Skip: Candy no entraría en la categoría de mujer fatal tan querida en el cine negro, pero sí en la contraria, la víctima que como cervatillo anda buscando cobijo.
La que se lleva el gato al agua (como casi siempre, ya lo sabíamos) es Thelma Ritter que en su composición de Moe Williams recibió (una vez más) el reconocimiento de sus colegas en forma de nominación al premio Oscar que nunca le dieron, porque la enorme secundaria roba todas las escenas en las que aparece y uno tiene la sensación que Samuel Fuller escribió el personaje teniendo en mente a Thelma: su última escena es un prodigio de sensibilidad compartida por actriz y director, expresando con mucha claridad un sentimiento y una resolución con elegancia y de la forma más cinematográfica posible: fantástica.
En definitiva, una película para ver otra vez o para descubrir si es el caso, absolutamente imprescindible para cualquier cinéfilo que se precie, una muestra genuina del mejor cine negro, aquel género en el que la trama criminal, policial, detectivesca, alberga bajo su superficie una trama consistente capaz de detenerse a contemplar un sector de la sociedad que quizás no conozcamos de primera mano pero que está ahí, unos personajes escritos con cabeza, mucho más que meros monigotes dispuestos a la acción y poco más; una joya del hollywood clásico que no hay que olvidar, por mucho que sea en blanco y negro y apenas alcance la hora y media de metraje, aspectos éstos que, para algunos son defectos. Cuestión de sensibilidades, más que de gustos. Que la disfrutéis.
p.d.: Hoy, un regalo: un trozo de entrevista a Samuel Fuller, explicando el inicio de la película: se pueden activar los subtítulos en castellano más o menos bien traducidos, si no se pueden leer en francés.


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revista