Revista Cultura y Ocio

Escribo para los tristes

Por Calvodemora
Escribo para los tristes
Quise llevar una vida de libros, pero nunca tuve el atrevimiento de acometerla en serio. No creo que todo esté en los libros. Ni siquiera pienso que haya que tenerlo todo a mano, al modo en que lo estabulan los libros. Hay saberes que no registra ningún libro. Escuché anoche que la gente profunda elude la alegría. Se siente más identificada con la tristeza e incluso la incorporan a su manera de vivir con más honestidad. Quienes no son profundos caen en otro tipo de tristeza, imagino. Quienes viven en un permanente estado de alegría no estarán leyendo esto. A veces se me ocurre que escribo para los tristes. No es nada que me haga sentirme mejor o peor que pensar que escribo para cualquier otro tipo de lector. La tristeza posee la facultad del consuelo y el mundo no está para desaprovechar ninguna manifestación que lo procure. Este mismo texto no es la alegría de la huerta, precisamente. Quizá afecte la primavera, que no es ninguna devoción mía y a la que miro siempre con un poco de reparo, cuando no rechazo frontal. Todo eso que flota en el aire malogra todo lo que flota dentro de mi cabeza. No es solo que el aire no se maneje con soltura por mis pulmones, ni que los ojos den pena de verlos, ni que tenga se me antoje que andar cien metros es una empresa inasequible a la fuerza de la que dispongo. Hay más, presumo. Está todo eso y está el decaimiento propio de la estación, que también tiene un plus letraherido, un poco libresco, qué le vamos a hacer. De hecho, no tengo autores favoritos que no posean esa extensión triste en lo que escriben, esa especie de hondura que dan los profundos. A K. le molesta mucho esta inclinación mía del ánimo. Me confiesa que gano en la alegría, que es un país en sí mismo, como sabía Benedetti. Es más fácil ser triste que ser alegre. Lo de estar es otro asunto. Se está alegre o triste, acomodándose a lo que hay enfrente, a lo que se tercie, en fin, ubicado en un momento y en un lugar. Otra cosa es el ser. No creo que haya nadie que sea alegre, que lo sea de una manera estajanovista, sin improvisar, llevada a gala desde adentro, profunda e inargumentablemente sólida. Esa tirantez del espíritu tiene que acabar viniéndose abajo. No es posible que perdure en el tiempo o que sea tan fuerte que anule las inconveniencias del camino. De ésas hay las suficientes como para que todos nos vayamos entendiendo. El arrimo de la ficción es lo que nos libera de la severidad de lo real. No tenemos que escuchar el parte de noticias, no tenemos que escuchar los problemas de los que tenemos cerca, no tenemos que avanzar con fiereza, a pesar de que flaquee el pulso y nos falte el aire. La jodida primavera, eso debe ser. Debemos, no sé, estoy especulando, pasar un poco de todo, pero es muy difícil. No sé quién inventó eso de pasar de todo. Me encantaría un curso práctico, intensivo. Haría lo posible por no perderme una sola explicación y haría más incluso por llevarlo a término en mí, pero creo que no sabría. Será porque escribo para los tristes. Anoche iba a escribir un cuento negro, pero no pude. Me salía un cuento triste. Uno no: me salían trece, por lo menos, pero no tuve el acopio de voluntad suficiente como para escribirlos. Hubiese estado bien leerlos ahora. No suelo releer nunca lo que leo. Escribo a vuelatecla, lo que va saliendo. Tengo amigos que se preocupan de que no aplique la corrección a lo que escribo. Si la aplicara, no escribiría. Tampoco se perdería tanto. Hoy es un día en que el sol ha salido y me ha invadido los pulmones. Tengo sueño. Hambre, también. Disculpen el tono crepuscular del texto.

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