Revista Viajes

Escrituras nómades: Paisajes peruanos de José de la Riva-Agüero

Por Pablosolorzano
   Desde hace ya un buen tiempo leo con pasión mucha narrativa de viajes. He leído a varios autores y todavía me faltan muchos, muchísimos más, por leer. Espero, ruego, imploro, deseo, anhelo, sacar tiempo de donde para hacerlo.    He reseñado en este blog algunos libros del género, y también he copiado frases que me encantaron y encontré en muchos de ellos. Si los quieres ver tienes que ir a la etiqueta ESCRITURAS NÓMADES o LA POESÍA DEL VIAJE y tendrás la lista completa de los, hasta ahora, libros reseñados.    Al principio mi acercamiento fue sobre todo a la narrativa de viajes hecho por escritores europeos que contaban, casi siempre, sus reflexiones y aventuras en lugares como Asia o África. Pero desde no hace mucho, me estoy enfocando más en leer y reseñar la obra de escritores (peruanos o extranjeros) que han narrado sus viajes por el Perú (ya he reseñado "El Perú a toda costa" de Ricardo Espinoza): he elaborado ya una lista larga de libros a comprar cuando vuelva a mi país, y otra más con obligadas relecturas de textos (Omar Zarzar, Rafo León, etc.) que tengo en mi casa de Lima.    En ese sentido, hace poco terminé de leer "Paisajes peruanos" de José de la Riva-Agüero. Libro que me traje de Lima a Europa y en el que me adentré más o menos guiado por las opiniones que da sobre este autor el gran Wili Reaño (cuyo libro "Viajando por el Perú" he reseñado en la entrada anterior). Escrituras nómades: Paisajes peruanos  de José de la Riva-Agüero

   Hablar sobre la biografía y el pensamiento del hombre que escribió "Paisajes peruanos" (en realidad esta colección de escritos que aparecieron en el Mercurio Peruanos entre 1918 a 1929, se tituló "Paisajes andinos") daría para mucho. Con la ventaja que da la distancia en el tiempo se le podrían reprochar varias cosas (todavía se le injuria, no tanto por su aporte intelectual –debe haber sido uno de los intelectos más poderosos de nuestro país- como por su condición de aristócrata; ya se sabe que la crítica fundamentalista y ciega se queda en lo superficial y casi nunca se atreve a profundizar), pero hay cosas que son loables en su pensamiento y que bien se reflejan en este hermoso libro: aquella idea entonces novedosa y (digamos) revolucionaria de considerar al Perú como un país que amalgama dos tradiciones espirituales, que se complementan, que en su violenta unión han formado esto que somos: nuestra ascendencia inca y española. La una no puede vivir sin la otra. Si negamos una, nos estamos negando a nosotros mismos, y eso nos deshumaniza, nos vuelven remedos de humanos; seres incompletos; sonámbulos.

   Y digo revolucionaria (puede que esa idea hoy todavía lo siga siendo) para la época del autor. Momento en que el indio era visto como una rémora para el desarrollo del país. Pues es justamente allí, en ese momento, que De La Riva-Agüero, un aristócrata descendiente directo de conquistadores españoles, vindica el papel de lo inca y reclama su inserción en el espíritu peruano.
"El Perú es obra de los Incas, tanto o más que de los Conquistadores; y así lo inculcan, de manera tácita pero irrefragable, sus tradiciones y sus gentes, sus ruinas y su territorio."
   Cuando todos sus amigos se iban a Europa, el autor tomó sus cosas, montó los bártulos en lomos de bestias, y se metió a andar por esos caminos horribles de nuestra bella serranía. Si hoy para muchos de los que hemos viajado por las profundidades de nuestros Andes consideramos que varios de esos caminos aún son un desastre… ¡hay que imaginar lo que debieron haber sido a inicios del siglo XX!

   Durmiendo algunos días en chozas, y otros tantos en casas de la aristocracia provinciana; caminando en punas frías y en valles cálidos; desandando el camino por donde conquistadores españoles lucharon entre ellos mismos en horrendas batallas; el autor nos da una clase magistral de historia peruana (principalmente de la época de la conquista) y, lo mejor de todo, la excelsa belleza de su prosa está a la altura de un paisaje tan bello como el de los Andes del sur y centro de nuestro país. Por momentos el estilo tiene ese tono romántico, es decir, ese toque apasionado y delicado con que narraban los románticos cuando describían los paisajes, lo cual me hizo recordar las "Cartas desde mi celda" y las "Leyendas" de Bécquer; o los libros del gran Paddy Leigh Fermor, de quien, a propósito, ahora leo "Tres cartas desde los Andes", sobre un viaje por el Perú que hizo el gran viajero inglés.

   Con la misma eficacia narrativa nos deja imaginar eventos crudelísimos como la batalla de Chupas (¡qué salvajada!), o los desfiles incas en Vilcashuamán (¡qué descripción, qué imaginación!), viajamos (volvemos a viajar, diremos los afortunados) hasta las orillas del tormentoso río Apurímac (el retrato que hace de esta parte del viaje es alucinante); visitamos la belleza señorial de Ayacucho, y nos solazamos con las sublimes descripciones de Izcuchaca.    Otro punto a resalta es su llamado a proteger nuestro patrimonio y a defender el quechua. Aunque, también, critica acerbamente la predisposición del indio al alcoholismo; y el abuso de la iglesia usurera que cobraba las primicias en pueblos miserables lo cual nos denota ese liberalismo juvenil del Autor, del que poco a poco se fue alejando para convertirse en un defensor de la tradición católica.    Me sorprendió mucho el retrato que de la Riva-Agüero hace de Quinua, el bello pueblito ayacuchano donde viven tantos artistas y adonde he ido, siempre feliz, muchas veces. Dice de él que es "uno de los pueblos más decaídos y lastimosos que he visto". Si don José volviera ahora quizás su opinión cambiaría mucho. Sobre todo si se va a conversar con los grandes maestros artesanos y discapacitados a quienes tuve la suerte de conocer hace unos años.    En resumen, que sí, que este es un libro de viajes, pero al mismo tiempo es más que eso: es un compendio de historia, una sucesión de inigualables y bellas descripciones de nuestra geografía, pero es, sobre todo un llamado a las conciencias peruanas: como diciendo "fíjense que no todo es la costa (Lima, diríamos), que la mitad de nuestra alma está allá arriba, en los Andes…" y claro, hoy sabemos que también más allá, en la (amenazada) selva que limpia nuestro mundo, y del de que depende nuestro futuro como especie. Pablo.

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