Revista Cine

Ese otro cine español: Los dinamiteros (Juan García Atienza, 1964)

Publicado el 15 octubre 2014 por 39escalones

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De la fructífera fórmula de coproducción tan frecuente en Europa desde los años cincuenta, y que, tras la cumbre que supusieron las décadas de los sesenta y setenta, se mantiene de forma intermitente pero incesante hasta hoy, destaca la cooperación hispano-italiana como fuente de un amplio catálogo de títulos de todo género (con predilección por el terror, el policíaco, el bélico y el western) y nivel de calidad, algunos de ellos, los menos, auténticos hitos del cine mundial. Entre los más desapercibidos, pero también entre los mejores, se encuentra Los dinamiteros (Juan García Atienza, 1964), obra mayor del cine español que puede encuadrarse en el subgénero de robos y atracos cometidos por miembros de la tercera edad. Más allá de etiquetas, la película supone una mirada tierna, pero también crítica y burlona, de la sociedad española de la dictadura, en la línea de las grandes películas de los Berlanga y Bardem o de los guiones de Azcona, aunque excede estos límites y puede considerarse incluso un cuestionamiento de la cuota de injusticia que conlleva el desarrollo económico ligado al capitalismo salvaje.

Don Benito (José Isbert), Don Augusto (Carlo Pisacane) y Doña Pura (Sara García) viven de la pensión que reciben de una Mutua a primeros de mes, ocasión que aprovechan, mientras hacen cola, para ponerse al día de sus respectivas vidas, del pasado, de sus familias, de sus achaques… Uno de esos días de cobro, tienen conocimiento del mal estado de salud de Don Felipe, otro de sus conocidos mutualistas, ingresado en el hospital y cuyo diagnóstico invita a pensar en el peor de los desenlaces. Sabedores de su soledad y de sus estrecheces económicas, se percatan de que no tendrá bastante dinero para un entierro digno, y deciden pedir un adelanto en la Mutua, que les da largas. Decepcionados, y cuestionándose la utilidad de la pertenencia a una entidad que en el momento crucial no sirve de ningún apoyo, establecen paralelismos con sus casos particulares: Don Benito aspira a construirse un buen panteón para que el día de mañana sus restos reposen junto a los de su esposa, pero carece del capital para costearlo, aunque sí tiene un diseño que le gusta y conoce a la persona adecuada para erigirlo; Don Augusto y Doña Pura son más terrenales: a él le gustaría nadar en dinero para darse la gran vida, viajes, mujeres, lujos, comodidades, para disfrutar el tiempo que le queda; ella querría ayudar a su hijo y a su nuera (Paolo Ferrara y Lola Gaos), en cuya casa vive. La sensación de desamparo y el destello de fantasía que les producen sus respectivos sueños les llevan a conformar un descabellado plan: volar la caja de la Mutua y hacerse con sus fajos de billetes.

Los dinamiteros, cuyo título nada tiene que ver con los anarquistas (aunque, sin duda, haría erizar el vello de más de un censor), navega continuamente en un tono agridulce, si bien con un barniz de comedia que la hace grata, amable y, por momentos, hilarante. Inspirándose en novelas de tapa blanda compradas en los quioscos y en películas de serie B, los protagonistas trasladan a la cotidianidad española de un terceto de ancianos de los sesenta las claves y los lugares comunes del género negro, sección atracos, dándoles forma, adaptándolos a su realidad más inmediata. Así, conciben un plan rocambolesco sobre el papel pero tremendamente efectivo y sencillo en su ejecución, durante cuya preparación, extremo que la película explora durante buena parte de sus 93 minutos, tienen lugar momentos muy divertidos, en los que intercambian diálogos de una lógica “aplastante” además de cruzarse con toda una galería de personajes de la fauna de extrarradio de las grandes ciudades de la época de lo más pintorescos. Especialmente destaca la escena del ensayo con los explosivos, pero también las visitas del trío al cine o la estudiada forma de intercambiarse las novelas que les sirven de inspiración, en las que Don Augusto ha anotado los números de página y subrayado los párrafos a los que deben prestar atención sus compinches.

En un tono que recoge ecos del ya lejano neorrealismo, García Atienza, coautor también del guion, se entrega a un humor sutil, negro en ocasiones, que recubre el contenido de crítica social y de mirada desencantada que posee el film, y que transita por la soledad de las personas mayores, por su situación de abandono económico, de amortización social. Los tres se encuentran solos, fuera de sitio, sin quehaceres en el tiempo que les queda, y además del afán de justicia, de lo que ellos entienden por hacer justicia, poco a poco les va poseyendo el ánimo de verse útiles, ocupados, comprometidos en algo que supone un aliciente, un proyecto, un objetivo para unas vidas que la sociedad considera ya dadas de sí, como una segunda juventud despertada y alimentada por la tentación de cometer un crimen justo: “quien roba a un ladrón”… Sin embargo, la conclusión, la sorpresa final (bueno, no tan sorpresa), aparentemente la debida concesión a la moral imperante en la época, no deja de ser, además de un fenomenal broche humorístico, un afianzamiento en las intenciones y en el carácter criminal de estos tres pillos.

Mordaz, inteligente, socarrona, excelentemente dirigida y planificada, en especial la secuencia de la ejecución del atraco, soberbiamente narrada, la película mantiene el pulso en todo momento (tal vez se resiente a partir de la entrada de la policía en el asunto), conserva el equilibrio entre sensibilidad en el tratamiento y comicidad en las situaciones, y destaca principalmente por las excelentes interpretaciones del terceto protagonista. Como complemento, la interesante banda sonora del italiano Piero Umilliani, alterna con acierto las necesarias dosis de intriga y suspense con la necesaria rechufla que exige el conjunto, contribuyendo a rubricar el tono de cada escena pero también a dar la impresión de comedia de que se dota la película.

En suma, una cinta atípica, más que estimable, obra de un Juan García Atienza curioso y pintoresco, castizo y sabio en su manejo de las claves del género, pero que no llegó a desarrollar una carrera propiamente cinematográfica, quedando este como su único largometraje, a causa de los problemas de distribución que hicieron que Los dinamiteros apenas gozara de repercusión comercial. En todo caso, una obra más que recomendable.

 


Ese otro cine español: Los dinamiteros (Juan García Atienza, 1964)

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