Revista Psicología

España y los empresarios: una mirada a nuestro más inmediato pasado (primera parte)

Por Gonzalo

Se dobla la primera mitad del XIX y Europa vive una era de plena pujanza, olvidada ya del sobresalto napoleónico. Duermen aún los futuros gigantes, Estados Unidos y Rusia, cuando el crecimiento extraordinario de la población europea y el monopolio de las fuerzas generadas por la revolución industrial anuncian días de gloria para el viejo continente.

Sin embargo, la presencia española en ese colectivo poderoso empezó a ser de una insignificancia preocupante y la visión de España como algo exótico y marginal tomó cuerpo a pesar de algunos esfuerzos aislados y de otros proyectos desesperanzados por evitarlo.

La historia recoge el afán modernizador de Cataluña y la cornisa cantábrica, donde  el esfuerzo de unos pocos impediría que el retraso español llegase a convertirse en catástrofe o subdesarrollo definitivo.

Los amagos de industrialización habían tropezado en el siglo XVIII con la falta de mercado nacional unificado, de tal forma que Cataluña es la única región que logra dar el salto adelante, gracias a su inventiva empresarial y a disponer del consumo americano para colocar sus mercancías.

Al quedarse sin el mercado colonial, los fabricantes hispanos se vuelcan en la península, donde la multitud de pequeños mercados regionales característicos del Antiguo Régimen entorpecía gravemente la expansión pretendida. Era necesario un mercado unificado, en cuya demanda llevan la voz cantante los empresarios catalanes agrupados en poderosas patronales que se oponen a los proyectos librecambistas inaugurados por la revolución burguesa.

La tendencia natural hacia el mercado único tiene su refrendo en 1841, cuando el mismo Espartero decide trasladar las aduanas vascas a la costa como castigo contra los moderados norteños, que poco antes habían conspirado en favor de su oponente Narváez.

Pese a la crítica de los nostálgicos, la muerte del régimen foral arranca el aplauso de los capitanes vascos de la economía, liberados al fin de las servidumbres que impedían su plena integración en el espacio consumidor español. No tardarían en demostrar su capacidad de liderazgo, construyendo algunas de las modernas factorías que cambiarán para siempre el paisaje de las orillas del cantábrico.

En el calendario del nuevo mercado español, tiene especial relieve la renovación de la red viaria que ayuda a poner fin a siglos de aislamiento y abarata el trasiego de mercancías. El plan de carreteras de 1851, encaminado a unir Madrid con las ciudades más importantes y, sobre todo, el desarrollo de los ferrocarriles  colaborarían a  tender puentes entre todos los territorios del país. Con  sus prestaciones se salvaban por fin los obstáculos que en el pasado habían regionalizado la vida española y, sin proponérselo, se conseguía el importante objetivo político de trabar la nación.

La España de los liberales se afianzaba con los caminos de hierro a falta de una enseñanza verdaderamente universal. Al compás del tren, la unidad económica y la especialización agrícola e industrial progresan, uniendo la España litoral y el interior. Así y todo, el trazado dejó mucho que desear, y zonas como Asturias o Vizcaya tardarían en integrarse.

Hasta el fin de siglo no discurre el tren por toda  la geografía, pero mientras tanto se convertía en el mejor aliado del tráfico internacional y en palanca de colonización económica, al acercar las mercancías extranjeras al gran mercado consumidor madrileño y favorecer la exportación minera de gran interés para las sociedades de crédito.

Con la euforia del ferrocarril, las operaciones de ingeniería financiera diseñadas por el capital extranjero tendrían un efecto perverso sobre la capacidad inversora de España. Atraídos por la esperanza de unos beneficios sabrosos, los capitalistas españoles cayeron en la trampa de poner su dinero en unos proyectos que resultaron escasamente lucrativos, haciendo desarbolar el sistema bancario peninsular, especialmente en Cataluña.

De la crisis no se libró ni el propio gobierno, que terminó a merced de las bolsas extranjeras, cuyos responsables impondrán una política económica nada acorde con los intereses de España y la cesión de los activos más rentables del Estado como las minas de Almadén o Riotinto.

El país se convertiría en el paraíso de las sociedades de crédito de origen europeo, lanzadas a la conquista de empresas de alta rentabilidad en el sector de la minería, el transporte urbano o el gas. Simultáneamente, unos pocos establecimientos bancarios nacionales lucharían por sobrevivir, metiéndose de lleno en las actividades comerciales o financiando el despliegue industrial, sobre todo en el norte, donde los bancos de Bilbao y Santander mantendrán su cuota de mercado frente al arrollador avance del Banco de España, que en 1874 adquiere el monopolio de emisión de papel moneda.

Condicionada por la escasez de capitales, España cae postrada en seguida ante un modelo de economía semicolonial, que hará de ella la abastecedora preferente de materias primas de las factorías europeas. Especial gravedad reviste la colonización económica de Andalucía. Aunque la comarca gaditana había sido pionera en la mecanización del vapor y Málaga tuvo el privilegio de levantar las primeras fábricas de una siderurgia moderna, la industria nunca llegará a cuajar en el sur.

Sin salida, la burguesía autóctona acabaría por desanimarse, replegándose hacia negocios más seguros como el agropecuario o la especulación urbana. La huida al campo le impedirá  al capital andaluz aprovechar los ricos cotos mineros de la región, de gran demanda internacional, pero necesitados de técnicas novedosas y una fuerte inversión.

Multinacionales europeas con nombre español como The Linares o Peñarroya se harían entonces con la parte del león de los beneficios del plomo andaluz, suministrador de una octava parte de la producción mundial entre 1861 y 1910. El cobre cae presa de los banqueros europeos que, encabezados por los especuladores Rothschild, se adueñan en 1870 de los cotos de Riotinto impulsando una de las mayores empresas mineras de Europa con ramificaciones en la producción química, energética y ferroviaria.

 

Fuente: ÁLBUM DE LA HISTORIA DE ESPAÑA  (Fernando García de Cortázar)

0.000000 0.000000

Volver a la Portada de Logo Paperblog