Revista Opinión

¿Estamos o no estamos en guerra?

Publicado el 25 noviembre 2015 por Franky
Los turcos acaban de derribar un avión de combate ruso y algunos dicen que ese podría ser el comienzo de la Tercera Guerra Mundial. El presidente de Francia, Francois Hollande, ha dicho que ya estamos en guerra. Otros políticos europeos parece que ahora afirman lo mismo. Hay varias guerras simultáneas conviviendo en el presente y quizás todas sean parte de un gran combate del hombre por su libertad y por una existencia digna. Si eso es así, quizás haya que cambiar el chip y colocarnos el uniforme y el chaleco antibalas para empezar a luchar. --- ¿Estamos o no estamos en guerra? Lo primero que hay que hacer para ganar una guerra es asegurarse de que uno está en el bando bueno y que merece ganarla. Antes de luchar a muerte, Europa debería recuperar lo que ha perdido: dirigentes políticos decentes, una democracia que ha sido asesinada en muchos países, unos valores que han sido acosados y debilitados desde el poder y una ciudadanía que se ha sometido, adaptado a la corrupción, que elige en las urnas a dirigentes ineptos y sin ética y que antepone la economía y el dinero a todo lo demás.

Nuestra verdadera guerra no es de trincheras, sino de civilizaciones y de valores. De un lado está Europa, con sus viejas tradiciones humanísticas, valores y grandes conquistas políticas y sociales. De otro lado está el Islam y otros pueblos que, ajenos a nuestra cultura y valores, llegan a Europa para ordeñarla, saquearla, conquistarla y destruir su civilización.

Combatir en esta guerra no exige sólo empuñar el fusil y disparar al enemigo. Eso habrá que hacerlo en situaciones extremas y es labor reservada para los militares especializados en combate. Nosotros, los ciudadanos y los dirigentes políticos y sociales, debemos realizar otras tareas, tan necesarias para ganar la batalla como el combate mismo.

Primero hay que reconocer nuestros errores propios, que son básicamente tres: el primero es haber intervenido militarmente en países que eran estables y que no merecían ser machacados por las tropas occidentales que afirmaban, con falsedad, exportar la democracia; el segundo error es haber abierto de par en par las puertas de Europa para que, junto a inmigrantes necesitados y honrados, entren también miserables, canallas y todo tipo de escoria humana; el tercero es haber elegido en las urnas a políticos sin valores, sin democracia, sin altura, incapaces de cumplir con su deber, cobardes, colaboracionistas y culpables de que estemos siendo derrotados en esta guerra.

Hay que señalar, en primer lugar, a los enemigos, para que las líneas y los bandos queden claros. El enemigo es doble: los líderes corruptos y adictos a la corrupción y al abuso de poder y todo el que llega a Europa sin voluntad de integrarse, sin respeto por la cultura europea, sin humildad y sin la colaboración necesaria para la construcción de un mundo mejor. Ahí están los violentos, los que quieren imponer su cultura y su religión a los autóctonos, los que roban, acosan y violan, los que no respetan los derechos y libertades conquistadas por los europeos, los que viven de los subsidios y se niegan a trabajar, los aprovechados, los que se dedican a robar cobre y dejar sin luz y comunicaciones a barrios enteros, los que sueñan con la violencia, los que la practican y los que se han preparado para asesinar y permanecen dormidos hasta que les despierten para derramar sangre.

En segundo lugar hay que identificar a los quintacolumnistas y cómplices del adversario: son los políticos cobardes que han abierto las puertas de Europa de par en par y ni siquiera han filtrado a los canallas y delincuentes que llegaban en masa. Esos buenistas quintacolumnistas que siempre justifican los crímenes del enemigo y que se autoinculpan de todo. Los que, con su veneno falsamente pacifista y tolerante, paralizan la necesaria reacción europea contra el invasor. Son los profetas rojos del multiculturalismo fracasado y los buenistas que amana mas a un inmigrante con turbante que a los millones de europeos que padecen hambre y duermen en las calles y plazas. Noveleros acobardados, amigos del enemigo y enterradores de nuestra cultura y de nuestros valores.

En tercer lugar hay que empezar a exigir la reacción de Europa a nuestros políticos y dirigentes, relegando y derrotando a los cobardes y buenistas en las urnas, cerrándoles para siempre el camino al poder, para que no vuelvan a llenarnos Europa de escoria agresiva.

En cuarto lugar hay que empezar a cerrar esas mezquitas radicales que no son centros de oración sino escuelas de asesinos y expulsar a los terroristas dormidos, a los imanes que predican la violencia y el odio y a los que tienen el corazón lleno de desprecio y violencia, a los que tienen por profesión el robo y la violación y a los que esperan dormidos su oportunidad para llenar nuestras calles y plazas de sangre.

El quinto escalón de la guerra es ya el combate en los frentes de batalla, labor que corresponderá a nuestras tropas, si llegara a ser necesario.

Toda esta política de defensa, propia de una guerra como la que hoy vive Europa, debe acompañarse de una política inteligente de cooperación con los países asolados de África y Asia, de donde proceden los millones de inmigrantes que esperan a las puertas de Europa para entrar. Hay que ayudarles a que se desarrollen y crezcan. Sólo si ellos son prósperos y estables, las oleadas humanas que buscan un mundo mejor en Europa podrán frenarse.

La guerra exige medidas extremas y de gran dureza. No se puede hacer la guerra con las ONGs en la línea de combate, ni con los multiculturalistas y buenistas tomando decisiones. Eso equivale a entregar la victoria al enemigo sin ni siquiera empuñar las armas. Con países como Arabia Saudita, que financian la invasión islámica de Europa. hay que ser implacables y aplicarles la reciprocidad: ni una mezquita en Europa si no permiten construir iglesias en las tierras de Mahoma; ni un musulmán aquí hasta que no permitan la práctica de la religión allí; mil musulmanes expulsados de Europa por cada cristiano asesinado allí.

No se trata de negar la responsabilidad de Occidente en la gestación y actividad criminal del terrorismo islámico, ni de practicar la venganza, ni de considerar enemigos a todos los musulmanes que llegan a Europa, sino de actuar frente a la agresión y de filtrar a los que llegan para preservar Europa y sus valores. La idea es acoger a los de buena voluntad y rechazar a los hostiles. Y, por supuesto, expulsar sin miramientos a los que se preparan para matar y a los imanes e ideólogos que interpretan el Corán como un llamamiento a cortar cabezas y propagan la violencia en las mezquitas y barrios marginales.



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