Revista Psicología

Estoy enamorada de vuestro padre...

Por Psicoceibe @alejandrobusto

por Olga Carmona
"Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan ahí, ni el recuerdo los puede salvar…” (Silvio Rodríguez)
Estoy enamorada de vuestro padre...
Estoy enamorada de vuestro padre.
Yo se que para vosotros somos vuestros padres, y lo somos. Pero aunque os cueste dar ese giro mental a lo que representamos para vosotros, somos dos personas que antes de vosotros ya estábamos enamorados. Y lo seguimos estando, a conciencia, con los ojos abiertos.
Este es el origen de vuestra historia, o la historia de vuestro origen, ambas me valen.
Nos conocimos a través de la palabra y sin la imagen del otro. Ambos estudiábamos la misma carrera, ya mayores: yo ya había cumplido los treinta y él los treinta y tres.  Él sobreviviendo a un matrimonio agotado y extinguido. Yo, intuyendo que la felicidad no se parecía en nada a lo que el mío me daba. Dos matrimonios que no pudieron continuar porque nacieron presa de las circunstancias y porque les sostenía el pánico a la soledad, no el amor. Él, vuestro padre, recogió sus cosas, se montó en su pequeño coche y se vino a Madrid a buscarme. Dejó su lugar, su trabajo y su familia.
Apostó duro. Arriesgó.
Yo, supe por esos días el nombre de mi mal y su pronóstico. Tras llorar muchas horas sentada en una bañera, empapada y rota, liquidé lo que quedaba de mi matrimonio, dejé un trabajo seguro y aburrido, terminé mi carrera con honores y corrí hacia vuestro padre.
Aposté duro. Arriesgué.
Antes de unirnos bajo el mismo techo y para siempre le hablé de mi mal, le conté como supe lo que podía esperarnos. Le dije, esto es lo que tengo y puedes salir corriendo ahora que todavía no que me quieres tanto, aún estás a tiempo. Él, vuestro padre, desde ese día la llama “nuestra enfermedad”. Vi en sus ojos que me quería, que ya no estaba a tiempo, que me quería por encima de ella y con ella y supe que en el fondo tampoco arriesgábamos tanto, porque no teníamos otra opción que estar y permanecer juntos, si queríamos seguir respirando.
Vinieron días difíciles, el trabajaba de noche y apenas nos veíamos,  pero los ratos que pasábamos juntos, paseando a mi perra, comentando un libro, escuchando música, tomando un café y sobre todo, mirándonos a los ojos, eran la vida. Fuimos creando una burbuja donde no cabía nadie más y su oxígeno nos bastaba para ser inmensamente felices.
Han pasado los años, vamos para catorce ya y puedo y quiero contaros que seguimos locamente enamorados, con los ojos abiertos, a conciencia. Con el paso del tiempo, todo lo vivido hasta hoy nos confunde y nos hace creer que antes de nosotros no había nada.
Lo que hoy sentimos es la convicción profunda de que sin el otro, la vida perdería sentido. Yo vivo a vuestro padre como una parte esencial de mí, una prolongación. Su ausencia, aunque sea corta, me mutila un poco.
Y de esto quería hablaros:
No os conforméis nunca.
Que el miedo no os dirija, arriesgad si de amor se trata.
Tenéis el sagrado e imprescindible derecho de amar y ser amados con la vida, sin moderación, sin límite, sin miedo.
Vosotros sois hijos de eso. 
Ojala en alguna parte de vuestro ser, haya quedado bien grabado el mensaje.
Licencia de la foto
Ice age / Era glacial (Alfonso Salgueiro Lora) / CC BY 3.0

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