Revista Educación

Estudios absurdos

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Ya sabemos que hay universidades en Estados Unidos -Ohio, Cincinnati, Wisconsin y otras que no recuerdo- a las que les sobra la pasta para hacer estudios un tanto absurdos (científicos, sociológicos…). Digo absurdos, sin faltar el respeto, porque en realidad me resulta desatinado invertir esfuerzos en investigar cuestiones que nada aportan a nuestro día a día.

Quizá falte siempre, en esas informaciones que leemos a velocidad de vértigo en ese inmenso mar que es internet, una justificación que ponga cierto sentido a esa absurdez. Entono entonces el mea culpa por juzgar sin tener todos los datos. Sin embargo, con una rápida búsqueda en Google una puede leer de un solo clic, por ejemplo, un pequeño compendio de los diez estudios científicos más absurdos (¡vaya! me tranquiliza ahora comprobar que no soy la única en usar ese adjetivo calificativo).

Así, podemos saber que correr de espaldas adelgaza más, que hacer la cama es malo para la salud (eso ya lo sabía yo), que las pulgas de los perros saltan más alto que las de los gatos (vivo más tranquila desde que lo supe, hace unos minutos), que las mujeres casadas beben más o que las que más beben son más listas (¿ein?).

Estudios absurdos

http://www.somosmultiples.com

En fin, que lo que sí es cierto es que cada estudio supera al anterior en absurdez.

Todo esto era así hasta que hoy leí algunas conclusiones de un nuevo estudio, esta vez de la Universidad de Washington, que afirma que los bebés se portan peor cuando están con sus madres. ¡¡¡Eso es… VERDAD!!! No saben cuán aliviada me he sentido al tener un respaldo sociológico a mi sospecha diaria, esa que me hace pegar la oreja a la puerta de la entrada de casa cuando llego del trabajo y oír solo risas y gorgoritos, y una vez la atravieso se produce una transformación a lo Mr. Hyde cuando dos enanas que no llegan a los 80 centímetros se dirigen hacia mí corriendo en llanto y queja de mil decibelios, por lo menos.

Parece ser que, según relata este artículo, “el causante de este mal comportamiento se debe al olor que enmascara las feromonas naturales que emanan las madres para ofrecer a sus hijos alivio”. Realmente, el alivio lo necesito yo, pero bueno.

“Estaban muy tranquilitas antes de que llegaras” es la frase que cada día me generaba mayor desesperanza. Pensaba en mi torpeza para calmarlas, en mi poca habilidad para transmitirles la paz que, la verdad, no tengo salvo cuando llego al trabajo (nunca pensé que diría esto). Y todo ese sentimiento que me angustiaba tiene final hoy. Gracias, Universidad de Washington, ya sé que esto que me pasa a diario forma parte de una realidad descubierta en un estudio serio, motivada por mi condición natural de madre. Qué culpa tengo yo…

A partir de este momento se me ocurre que tengo dos opciones: una, buscarme feromonas masculinas para bañarme en ellas, o dos, disfrazarme de padre. Seguro que con dos padres en casa no me rechistan 😉


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