Revista Cultura y Ocio

Et tu quoque, Brute, fili mi!

Publicado el 09 febrero 2017 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Dickens nunca más volvió a caminar. De su historia podían haber hecho un triste relato brevísimo, como aquel For sale: baby shoes, never wornpero decidieron pelear con uñas y dientes por darle una segunda oportunidad.

El milagro fue cosa de Let’s Adopt. Expertos en reírse de lo imposible, en convertir una historia en leyenda; en salvar a quienes se han ahogado en la maldad de terceros… Dickens fue un milagro; otro más. Y los milagros necesitan de finales felices para sus propias historias.

Dickens tuvo su propio final feliz: nunca volvió a caminar con sus patas traseras, pero encontró una isla mágica, que un día también me acogió a mí, de momentos felices, de instantes de eternidad, cimentada en verde y limitada en azul, que le ofrecía atenciones, cariño, sonrisas y amistad. Así son las historias para estos perros, llenas de color y de vida; o así deberían ser por siempre, repletas de intentos con los que tratar de borrar una parte de todo el negro que vivieron antes.

Et tu quoque, Brute, fili mi!

Cuando Julio César fue asesinado en el propio senado —lo que constituía un sacrilegio a ojos de los dioses y del derecho romano—, allí se habían citado algunos de sus hombres de confianza, como Bruto y Casio, y antiguos lugartenientes en el campo de batalla, como Trebonio y Décimo Bruto, que traicionaron la confianza de su líder. Pero quizá César, que había esquivado cientos de acometidas en el campo de batalla, había buscado con su autocracia alguno de esos puñales en Roma.

Dickens, por el contrario, solo es un perro; un perro con parálisis trasera, que ni forjó una leyenda en vida ni se convirtió en una, que tuvo su tiempo de tristeza, y se recuperó una segunda vez, y que solo quería lo que consiguió: una familia, una mano amiga que le ayudase a moverse con su silla, y un hogar de caricias generosas.

No sé si por un tiempo lo tuvo. Pero cuando la avalancha mediática pasó, cuando el trabajo y la rutina superaron a las ganas y al esfuerzo, cuando surgieron otras preocupaciones, el amor que Dickens podía darles —a ellos, a su familia, a su hija— no pudo competir; entonces, una excusa cualquiera valió: el tiempo, el dinero, los cuidados, un cáncer en la familia… Demostrando que, en este país, no puedes dar margaritas a los cerdos —pobres cerdos, y pobrísima comparación, disculpadme—, que falta sensibilidad, y comprensión, y no se entiende que un perro no es un objeto, que no es un juguete, que es parte de la familia, y que te necesita.

Antes o después, la historia de Dickens terminará bien. Encontrará un verdadero hogar, una mano amiga, un apoyo: una familia. Por quien siento verdadera tristeza no es por el perro, que ha demostrado su fortaleza una y mil veces, sino por quienes han renunciado a él, por esa pareja cobarde que no ha querido luchar, y que tendrá que aprender a vivir con ello, y por la niña, en quien han sembrado una horrible lección que, antes o después, germinará.


Podéis seguir la historia de Dickens (y ayudarle) a través de este enlace al Facebook de Let’s Adopt España. Recordad que también tienen web.


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