Revista Opinión

Europa en llamas

Publicado el 26 diciembre 2010 por Gollino

Quien sigue definiendo al continente europeo con el adjetivo “vieja” tendrá pronto (esa es la esperanza) que volver a contextualizar dicha expresión, pues hoy asistimos a algo sumamente nuevo: una rebelión nueva, transversal, intergeneracional que, lejos de resumirse en las escenas de franca rebelión callejera, está estableciendo las bases para un nuevo paradigma de la vida colectiva. La crisis económica de los últimos dos años está cobrando sus consecuencias a los que la provocaron. Éste es el dato hoy de las intensas movilizaciones que recorren las avenidas de las grandes capitales europeas. Y quienes provocaron la crisis hoy se asustan.

Las llamas que hoy queman en las calles de Inglaterra, Italia, Grecia, Francia e Irlanda no las prendieron los cientos de miles de estudiantes; jóvenes y no tan jóvenes trabajadores precarios; maestros e investigadores; migrantes; mujeres y empleados de las burocracias acotadas; ciudadanos afectados por basureros, bases militares, mutlinacionales; artistas, informadores y comunicadores; obreros y campesinos. Esas llamas las prendieron los gobiernos nacionales al aplicar leyes, aprobar otras y recibir todas las indicaciones de las instituciones financieras supranacionales que, tras determinar el derrumbe de las respectivas economías, tratan de remediar aplicando más de lo mismo.

A estos señores – hombres de negocio y políticos de todo color y signo – se les dijo durante años que la crisis no la íbamos a pagar los que abajo estamos. Se les hizo saber de múltiples maneras que parecía injusto que los agujeros financieros causados por la desaparición de miles de millones de dólares virtuales se pagara con miles de millones de dólares muy reales procedentes de los bolsillos de gente igualmente real. Se le dio a entender que esa injusticia comenzaba a tener traducciones muy materiales en las vidas de los millones de ciudadanos.

Y sin embargo, los de arriba hicieron caso omiso. La distancia entre los de arriba y los de abajo se hace cada vez más grande. La tentativa de modificar la “normal” geometría del reclamo social del eje abajo-arriba al eje abajo-abajo, descargando los efectos peores de esta crisis en un conflicto horizontal casi “inter-étnico” - el creciente racismo sería el mejor ejemplo para ilustrar lo anterior – está paulatinamente fracasando.

La multitud europea, que no es masa sino es una multiplicidad de sujetos y redes muy asombrosa, está primero reivindicando ese derecho de rebelión que camina de abajo hacia arriba. Y lo está haciendo con la rabia de quienes durante demasiado tiempo no fueron escuchados y tuvieron que soportar. Esa rabia hoy clama un contundente “¡qué se vayan todos!”. Por otro lado, pero, sería reducido describir lo que está sucediendo como una mera rebelión.

Los de abajo está construyendo algo nuevo. Un nuevo movimiento, sin programa ni pliego petitorio definido. Es el reclamo claro en contra del sector privado, beneficiado en el pasado, causa de la crisis y beneficiado por las medidas de austeridad. Es el reclamo también en contra de ese “público” cada vez más prostituido a intereses ajenos a la base social (y teórica) del público. La crisis de la representación llega a su fin. Los gobiernos y los Parlamentos que realizan la pantomima de la “representación popular” ya no tienen correspondencia en las sociedades europeas.

En alternativa, los movimientos que se expresan en estos meses en Europa construyen algo distinto. Un nuevo común, que no es público y menos privado. Un común que cuestiona radicalmente las bases de la democracia representativa europea, vendida al mundo como la mejor posibilidad de convivencia social. Sus caracteres inclusive fueron el pretexto para imponer su exportación manu militari en la última década del siglo pasado y principio del presente. Esa farsa comienza a ser cuestionada y sustituida por este nuevo común social: un común sin programa, insistimos, y que más bien se reúne alrededor de prácticas comunes, de gestiones comunes del territorio. Un común que sobre todo quiere apropiarse otra vez del derecho a tener el futuro cada vez más ensombrecido por las políticas de los de arriba.

Europa está en llamas. No han sido los manifestantes de estos meses quienes prendieron el fuego. Sólo unos locos lo harían, en lugar de disfrutar la vida. Este movimiento no quiere eso, sino al contrario desea simplemente una vida justa, pacífica, digna y autónoma. Para todos y para poder imaginar su propio futuro, en lugar de revolver abajo para tratar de inventarlo, comprándolo piezas tras pieza, día tras día. A los de arriba, en cambio, les gusta mandar, determinar, obligar, enjaular, ganar. Inventan narraciones en las que existe sólo una posibilidad – la de ellos – y para eso destruyen toda alternativa, toda tentativa de evasión. Lo pueden hacer, porque tienen ejércitos y policías, macanas y armas, diputados y gobiernos que los escuchan.

Y sin embargo, abajo, poco a poco, se construye otra narración de este presente que prefigura futuro. Una narración nueva, que no niega el pasado, pero que inventa nuevos lenguajes y se apropia del sacrosanto derecho de desobedecer. Dicen los manifestantes en Europa: “Somos precarios: antes que en la condiciones de vida, lo somos en las perspectivas que auto-limitan y en los deseos disciplinados. Decidimos dejar de serlo y de comenzar a respirar nuevos horizontes”.


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