Revista África

Familias rotas por el interminable conflicto del Sahara Occidental

Por Teofermi Teo Fernandez @teofermi
Desde hace 40 años, los saharauis viven divididos entre los campos de refugiados y la zona ocupada por Rabat Familias rotas por el interminable conflicto del Sahara Occidental Mohamed Embarec Limam Bachir abre la pequeña carpeta negra de gomillas y empieza a sacar papeles. Todos españoles. Libro de familia, documentos de identidad, resguardos… Este hombre nacido en 1921 en Smara (antiguo Sahara Español) escapó de El Aaiún con su esposa, cinco hijos y cuatro hijas en 1975. Unos días antes de que la Marcha Verde ocupara el hasta entonces territorio español. Mohamed dejó atrás a Jatri, su hijo de once años. Y dos de los hijos que huyeron dejaron su vida en la guerra que los saharauis libraron contra Marruecos hasta 1991. Esos muertos son los «mártires» de la causa. Y desde hace 38 años la casa de Mohamed y los suyos se halla en el campo de refugiados saharauis de Dajla (sur de Argelia). Conforman una más de las familias rotas –la inmensa mayoría– por un conflicto olvidado. Ante la falta de soluciones, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur) puso en marcha hace una década un programa de visitas entre los que se quedaron en la zona que ocupa Marruecos y los que viven en los campos de refugiados de Argelia. Desde marzo de 2004, casi 20.000 personas de más de 4.000 familias se han beneficiado de estos viajes en aviones de la ONU. Para la mayoría de los 150.000 saharauis refugiados ésta es la única forma de reunirse con familiares a los que no veían desde hacía décadas. Algunos se resisten a aceptar la invitación y aseguran que no volverán a poner el pie en su tierra hasta que se vayan de ella las autoridades del reino alauí. «No trajimos nada. Ni ropa, ni dinero, ni jaima, ni comida, ni medicinas…», recuerda Mohamed, que nunca ha vuelto a su tierra ni se muestra dispuesto a ello, aunque sí pudo volver a ver a Jatri durante una semana cuando este viajó al campo de Dajla en 2007. La hija mayor, Keltum, viajó en sentido contrario a El Aaiún en 2011. A sus 92 años y sobre muletas, a Mohamed apenas le quedan fuerzas para cuidar su huerto, por eso le han preparado uno más pequeño justo en la puerta de la casa de barro en la que vive la familia.
Pero los hay más firmes que este anciano. El Mami El Cori Ali, de 73 años y vecino también del campo de Dajla, lamentó a solas y en la distancia la muerte de su madre en 1998. «No fui a enterrarla a El Aaiún, así que hágase usted una idea del odio que tengo a los marroquíes», asegura firme este hombre de pocas palabras. «No volveré jamás allí mientras estén ellos». Ninguno de los miembros de esta familia, que responsabiliza a España de su situación, piensa participar en los programas de vuelos de la ONU. «Nos gusta la paz, pero si es necesario volveremos a la guerra y a morir si hace falta. Todavía me acuerdo del número de mi fusil en el acuartelamiento», de tiempos de combatiente. El Mami es uno de los pensionistas saharauis a los que el Estado español envía una paga mensual. En su caso es de 416,84 euros que recibe en dinero argelino en el campamento Dajla cada cuatro meses. «Salimos de El Aaiún como si fuéramos protagonistas de una de las pelis que veíamos en el cine Las Dunas. Nunca pensé que esto fuera a durar 38 años. Desde entonces contamos el tiempo mes a mes, pero nada». Habla Ali Salem Cherif, nacido en 1960. Al igual que el anciano Mohamed guardó su DNI español, pero en este caso le sirvió para años después reclamar la nacionalidad española, que casi todos los saharauis perdieron en medio de la ocupación marroquí y la caótica salida de las autoridades de Madrid de su colonia. «Vamos a picar un poco de tortilla para matar el hambre», dice al reportero en un castellano rotundo mientras cuenta su vida.
Tres hijas españolas Apenas había dejado de ser un niño cuando salió de El Aaiún el 18 de diciembre de 1975 con otros dos hermanos. «Nos pegamos un mes y pico con los marroquíes», pues la Marcha Verde partió el 6 de noviembre. Con su memoria perfecta recuerda infinitos detalles de su infancia, sus juegos en la calle con el perro Tarugo, la iglesia, la piscina… Pierde la sonrisa cuando recuerda a su hermano mayor, Abdalahi, muerto en la guerra. Sus padres se quedaron atrás. Tres hermanas y dos hermanos permanecen en El Aaiún, adonde viajó el mes pasado por última vez con su pasaporte español, pues no necesita los vuelos de la ONU. Gracias a su victoria frente a la burocracia, las tres hijas de Ali Salem tienen también nacionalidad española. «Es una desgracia que España mantenga su postura tras la equivocación de los Acuerdos Tripartitos», con los que entregó el territorio a Marruecos y Mauritania (que poco después abandonó también). Aunque Ali Salem es capaz de algo tan raro entre los saharauis como la autocrítica: «Fue un error no haber negociado con España».
Fuente: abc.es

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