Revista América Latina

¿Fiesta Nacional?

Publicado el 12 octubre 2015 por Yohan Yohan González Duany @cubanoinsular19

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Por Vincenzo Basile

Auschwitz fue la moderna aplicación industrial de una política de exterminio sobre la cual se había largamente basado la dominación europea del mundo 

Sven Lindqvist, Exterminad a todos los salvajes

Imagínense, por un solo momento, que están de visita en Alemania. Es un día 30 de septiembre cualquiera, de un año cualquiera. Familias enteras han bajado a la calle para disfrutar los últimos días de calor antes de la inminente llegada del otoño y del frío. Muchas calles están cerradas al tránsito de automóviles. Hay policía en todas partes. Aviones en el cielo exhiben los colores de la bandera germánica y de algún rincón de la ciudad llegan las notas del himno nacional. Se respira solemnidad y militarismo en todas partes.

Armados de una cámara y con una curiosidad innata en cualquier turista, se dejan guiar por los sonidos hasta llegar a una hipotética calle principal de Berlín. Se encuentran en el medio de un desfile. Un cordón de seguridad los separa de una parada militar. Cientos, quizás miles, de uniformados están marchando bien ordenados, uno tras otro, frente a unos espectadores privilegiados que los admiran y contemplan desde las alturas de un palco. Con un poco de esfuerzo, logran ver algunos de los miembros de la platea. Algunas son caras conocidas. Logran reconocer a la canciller alemana y algún otro ministro de su gobierno. Las otras caras, aunque desconocidas, deben pertenecer – ustedes imaginan – a otro miembro importante de la vida política de ese país.

Tratan de acercarse aún más pero ya llegaron al límite del cordón. Aun no entendiendo lo que se está celebrando, se dirigen a un transeúnte cualquiera para preguntarle a qué se debe tanta solemnidad. Éste le responde:

Hoy es el día de la Fiesta Nacional alemana. Hace mucho tiempo lo celebrábamos como Día de la Raza pero las ideas han cambiado y hay cosas que no pueden hacerse ya. Hace muchos años, el 30 de septiembre de 1938, nuestros soldados cruzaron las fronteras nacionales de nuestro Reich dirigiéndose hacia Checoslovaquia. La historia de los años sucesivos debería conocerla. En muy poco tiempo logramos expandir nuestra influencia en gran parte del continente. Claro, hubo sombras y cosas malas ocurrieron, pero para Alemania y los alemanes ese día significó mucho: fue el comienzo de un período, breve pero glorioso, de proyección cultural más allá de los límites nacionales”.

Acaban de enterarse de que Alemania celebra con nostalgia y patriotismo el día que dio comienzo al expansionismo nazi en Europa y llevaría a la Segunda Guerra mundial y a todas sus consecuencias en términos de vidas humanas, aunque – sin saber bien el por qué – el exterminio del pueblo judío es la primera o única tragedia que les viene a la mente.

Sigan imaginando un minuto más. ¿Cuál es su reacción? ¿Cuáles sensaciones pasan por su mente? ¿Cuáles sentimientos despiertan en su corazón? ¿Indignación? ¿Desconcierto? ¿Rabia? Pueden dejar de imaginar. Aférrense a esta indignación, vuelvan a la realidad y sigan leyendo.

Hoy, 12 de octubre, el Reino de España, decadente ruina de un igualmente decadente antiguo imperio colonial, celebra, una vez más, su día de Fiesta Nacional, antaño conocido como Día de la Raza. Entre desfiles militares, aviones que dejan en el cielo los símbolos patrios y la exhibición de su poder militar, España recuerda lo que fue sin duda alguna el paso inicial que abrió camino al más grande genocidio de la historia humana, es decir, el prácticamente total extermino físico de los pueblos de las Américas y el aniquilamiento de sus culturas, en Europa conocido como Descubrimiento de América y en el reino ibérico considerado, por ley, como un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos.

Ya no es un ejercicio de imaginación. Es la dura y cruda realidad de este lado del mundo. Y aquí llega, o debería llegar, el terrorífico descubrimiento. La terrible indignación que nos produciría enterarnos que Alemania celebrara el comienzo del expansionismo nazi por Europa desaparece por completo, abriendo paso a la indiferencia, al desconocimiento o a la ignorancia, cuando se trata de la historia de España, y semejante relación podría hacerse también con la de otros países, como Inglaterra o Estados Unidos.

¿Por qué – como seres humanos – no reaccionamos en la misma manera frente a eventos tan parecidos? ¿Por qué razón las millones de víctimas que padecieron bajo el delirio de conquista nazi nos suscitan más empatía que las decenas de millones de personas que fueron exterminadas en las Américas? ¿Qué diferencia hay entre Hitler y los Reyes Católicos? ¿Por qué habría que utilizar dos parámetros distintos para evaluar a los jerarcas nazis y a los llamados conquistadores españoles? Todos fueron seres humanos despiadados. Todos derramaron hectolitros de sangre. Adolf Hitler o Isabel de Castilla, Heinrich Himmler o Hernán Cortés, Erich Priebke o Francisco Pizarro. Todos fueron gobernantes genocidas o asesinos sanguinarios.

Todos. Pero hay una diferencia esencial. Hitler y los nazis hicieron algo imperdonable para los ciudadanos del viejo continente: llevaron la matanza a Europa, nos la hicieron vivir y experimentar, cometieron sus crímenes en la que debería ser la cuna de la cultura moderna y de la civilización. Los demás asesinos, las ilustres figuras del pasado europeo y/o español, perpetraron sus abominables crímenes mucho más allá de nuestras seguras fronteras continentales, en lugares ajenos a nuestras percepciones. Lo que ellos hicieron no huele a muerte. Es una fascinante fabula, convertida en historia, protagonizada por valientes hombres que siguieron un natural espíritu aventurero y se enfrentaron a todo tipo de peligro en nombre de algún improbable objetivo supremo.

Poner al mismo nivel lo que hizo Hitler en Europa con lo que hizo España en las Américas, sería algo bien complicado que llevaría consigo consecuencias insoportables. Tomar verdaderamente conciencia de que las víctimas del nazismo representan una pequeña e ínfima fracción de lo que el mañoso imperio ibérico hizo, en la sombra, más allá del Atlántico, significaría cuestionar, como europeos y/o españoles, lo que somos, de donde procedemos y las bases que forjaron nuestra actual condición de mundo civilizado; nos obligaría a asumir una auténtica responsabilidad histórica hacia aquellos pueblos que fueron exterminados en nombre de cuantiosas teorías económicas, sociales y biológicas; tumbaría los cimientos de todas nuestras convicciones; nos llevaría a objetar la real herencia de quienes fueron los principales protagonistas de aquellas hazañas, cuyos nombres hoy abundan por las calles de todo el continente, y especialmente de España, donde – entre un Núñez de Balboa, un Hernán Cortés y una Plaza Colón – se consume la construcción del pasado, en una orgía de indiferencia y olvido histórico.

La historia la escriben los ganadores. Se sabe. Y a nosotros esto nos conviene. Es más sencillo y reconfortarte así. Necesitamos seguridades. Necesitamos certezas. Necesitamos tener bien clara la separación de los bandos y saber que nacimos y crecimos en el lado correcto. Esta, y sólo esta, es la sencilla razón que le permite – y en cierto modo hasta le impone – a España sacar del pasado a sus personales momias, exhibirlas en pompa magna, en la más completa impunidad, y presentarlas a la posteridad como los próceres de un pasado de dudosa gloria, duro como el acero, con olor a pólvora y terriblemente manchado de sangre.


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