Revista Opinión

Filosofía de la ofensa

Publicado el 02 marzo 2017 por Vigilis @vigilis
Aquellas cosas que más damos por sentadas son las que menos reflexión nos provocan. Creo que el problema es que algunas de esas cosas que damos por sentadas son en realidad conceptos nebulosos, términos confusos e ideas contradictorias. Buceamos en un océano de metafísica cósmica en el que no hay asideros sólidos (materiales) a los que agarrarnos.

Filosofía de la ofensa

«Oh, tú, que das vuelta al timón y miras a barlovento, piensa en Flebas, que otrora fue bello y tan alto como tú». Ruinas del monasterio de Santa María de Melón (Orense).

Asuntos como libertad de expresión, tolerancia, justicia, moral se usan de forma maleable, cambiante y ad hoc en función de circunstancias inmediatas o efímeras y por tanto son fuente de conflicto. Las más de las veces un conflicto irresoluble que tan solo se aparca ante la llegada de un nuevo conflicto.
Y es muy curioso esto porque a poco que nos paremos a pensar tenemos que darnos cuenta de que la base de nuestras relaciones sociales se construye a partir de la tolerancia. Nuestro sistema político y nuestra convivencia diaria se basan en la tolerancia. Esta tolerancia está a su vez relacionada con la virtud cívica de la justicia, es defendida por la moral y tiene como consecuencia la libertad civil (que suelo llamar banal, y en este caso sería lo que mecánicamente entendemos por "libertad de expresión").
Tolerancia
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El de tolerancia es un concepto relativamente moderno. Aunque encontramos ejemplos de tolerancia, en la antigüedad el concepto de tolerancia simplemente no existía. Comportamientos que relacionamos hoy con la tolerancia y aplicamos a la Edad Antigua eran explicados por ciertas virtudes que estaban funcionando en aquella época. Así, ante una ofensa de un vecino uno lo dejaba correr no porque "tolerara" la ofensa sino porque le motivaba la prudencia (ser prudente era virtuoso) o se sentía tan seguro de su posición que acudía a la paciencia (una virtud relacionada con la fortaleza).
Con el cristianismo esto empieza a cambiar. La idea de tolerancia/intolerancia empieza a percibirse en la pugna entre distintas religiones o entre sectas religiosas. La idea de tolerancia se empieza a relacionar con la debilidad en la defensa de los principios religiosos, la intolerancia pasa a ser un valor positivo ya que combate esa debilidad y hace que las cosas permanezcan robustas y no den pie a conflictos (la gente cuando discutía de religión no iba a hablarlo a la tele, cogía cachiporras).
Tras las guerras de religión y el surgimiento de nuevas filosofías que endiosan al hombre y lo colocan como parte de un todo universal, de una sopa cósmica, la filosofía cristiana pierde importancia y sus ideas pierden relevancia. La intolerancia contra el mal va dejando de importar tanto y en un proceso de inversión teológica (que afecta a todas las facetas de la vida del hombre) se acaba preconizando la tolerancia del mal como algo bueno. Así, frente a una Iglesia que decía (de forma razonada) que era intolerante, los nuevos filósofos que achacan los males del mundo a la Iglesia, verán en ello el mal y por tanto defenderán su contrario: hay que ser tolerante. La tolerancia pasa a tener un valor positivo pese a que durante muchos siglos fue algo a evitar.
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Hoy seguimos esa ruta: entendemos que la tolerancia es deseable (y la intolerancia rechazable). Sin embargo no toleramos la intolerancia y toleramos la intolerancia de la intolerancia. La confusión de las implicaciones lógicas de esto es evidente. Por lo tanto estamos ante un concepto... bastante inútil. Todas nuestras relaciones sociales y nuestro sistema político parten de una idea confusa (pero no pasa nada porque hacemos como que no lo vemos y vamos tirando).
Bien, somos tolerantes, no sabemos qué significa eso, pero somos tolerantes. ¿Qué cosas toleramos? ¿Toleramos que haya nubes en el cielo? Mmm, sí, pero no está en nuestra mano. Toleramos lo que hace un "otro", toleramos acciones, y en el tema que nos atañe toleramos comunicaciones de un otro. Su expresión.
Libertad de expresión
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Todo el mundo habla de libertad de expresión. La libertad de expresión aparece en la Declaración de los Derechos Humanos (una sistematización contradictoria y confusa de virtudes cívicas que tiene una limitada utilidad publicitaria) y aparece en un montón de constituciones. Nos hace sentir bien esto pero en realidad no sabemos de qué estamos hablando.
El artículo 19 de la Declaración de los DD.HH. dice algo que más o menos es igual a lo que hay en las constituciones políticas de los países del mundo libre:
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
No hace falta rascar mucho para que a esa frase le salga un pus verde y maloliente. En muchos países está prohibido negar públicamente la existencia del Holocausto o regulada la experimentación con animales (ya no digamos con seres humanos). A causa de las opiniones de uno uno puede ser muy molestado (y hasta acabar en la cárcel). Respecto a la libertad de difundir opiniones normalmente hay muchos escollos (técnicos, financieros y legales). De lo de "sin limitación de fronteras" ni hablo, que me entra la risa floja.
Actuamos como si la libertad de expresión fuera una libertad positiva (libertad para expresarnos, libertad volitiva, libertad que depende de nuestra voluntad para realizar una acción) y sin embargo por lo dicho en el anterior párrafo en realidad estamos ante una libertad negativa (libertad de hacer lo que no está restringido).
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(El problema de la libertad del hombre tiene mucha más miga: ¿soy libre para tomar una taza de café o es mi brazo esclavo de las órdenes que envía mi cerebro y por lo tanto soy semi-libre? Si empèzáis a pensar mucho en estas cosas os crece el cerebro).
Planteada la cuestión de los límites de la libertad de expresión, podemos imaginarnos que no existen trabas. No hay limitaciones. Imaginemos que la libertad de expresión es totalmente positiva, imaginemos que somos dioses. ¿Somos libres para expresar lo que nos sale del orto? Nadie nos va a frenar, no tenemos cortapisas ¿realmente podemos decir lo que nos viene en gana?
¡Mirad allá arriba! Eso que desciende en una nave espacial se llama... ética.
Ética

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Probad vosotros a buscar una imagen de "ética", listos.

Con permiso de Aristóteles y Spinoza (unos señores que hablaron de ética y suelen emplearse como referencia en la civilización occidental) me ciño al tema que nos ocupa sobre la expresión (aunque hay gente que diría que cualquier acto voluntario es una forma de expresión: "la libertad de expresión de tomar el café con azúcar", pero entonces esto se haría infinito).
La ética no nos dice nada sobre la tolerancia o la intolerancia. La tolerancia que flota en el éter cósmico (tantas veces recurrida en nuestros días) no tiene nada que ver con la ética. No siento deciros que no es ético "ser tolerante". Habrá ocasiones en que sea ético ser tolerante y otras en que lo ético sea ser intolerante (uns pican e outros non). (Para no extenderme doy por sabido que la ética depende y trata de personas). (Para no extenderme también doy por sabido qué es una persona).
Para saber cuándo aplicar un comportamiento ético (y por tanto ser tolerantes o intolerantes) es preciso saber qué diablos es un comportamiento ético. Un comportamiento ético es aquel que busca cuidar la existencia de la persona (no es ético golpearse la cabeza contra la pared o conducir totalmente borracho; es ético alimentarse, vacunarse, etc.). Pero la ética no es tampoco mera egolatría, existe el comportamiento ético de cara a los demás si se promueve cuidar la existencia de otra persona. Como suponéis a estas alturas, el conflicto ético está servido: ¿dejo de comer yo para dar de comer a mi hijo? Por no mencionar el relativismo ético. Hay sistemas de valores que dan solución a muchos de estos conflictos y que resuelven el problema del relativismo (la doctrina de la Iglesia Católica, por ejemplo). Tampoco hace falta liarse, años de convivencia y experiencias nos empujan a saber que dañar una persona es "malo" (por tanto, asesinar, robar, mentir) y beneficiar su existencia es "bueno". Hay ocasiones en las que una mentira es éticamente deseable para evitar la muerte de una persona, etc. Incluso habrá ocasiones en que el asesinato pueda ser éticamente "bueno" (en el caso de una enfermedad dolorosa intratable, aunque esto va cambiando con nuevos descubrimientos médicos).
Moral
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En general, como no somos Robinson Crusoe, el comportamiento ético se inserta en una comunidad de personas. Esta comunidad tiene comportamentos morales. Lo moral sería lo deseable para la existencia de la comunidad. El comportamiento ético y la norma moral pueden entrar a su vez en conflicto (suele ganar la moral porque los tanques y los fusiles normalmente están de su lado, aunque no siempre). Ah, pero este conflicto no es eterno porque las personas y las comunidades cambian con el tiempo y con ellas las normas morales (y éticas, por ejemplo, en el caso de la eutanasia y de los descubrimientos médicos).
¿Qué usamos a la hora de "forzar" la aplicación de normas morales? Pues una cosa que se llama justicia, que muchos temen y otros alaban.
Justicia

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Insisto en que hablo de justicia en una sociedad libre, no en una banda de gángsters.

La fuerza del Estado impone coactivamente un reglamento jurídico que tiende a resolver (en muchos casos poner fin) conflictos entre ética y moral y entre varias morales (en el ámbito del Estado hay varios grupos en conflicto). De forma menos evidente el Estado se esfuerza (usa la fuerza) por imponer una norma moral común y homogénea que le evite recurrir a la fuerza bruta (por ejemplo mediante campañas de publicidad o mediante el control de la educación). Así, a la mayoría de la población le acaban pareciendo moralmente deseables asuntos que a la generación de sus padres les parecería aberrantes.
En las sociedades libres donde la mayoría de ciudadanos pueden moldear el reglamento jurídico, se logra minimizar el conflicto entre ética y ley. La representación política también aminora los conflictos entre varias morales porque la coexistencia implica la procura de acuerdos que limen asperezas.
Conclusión
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Ante un conflicto de morales (de lo "bueno" para la comunidad) debemos preguntarnos si una parte daña a la otra. Si no hay daño (y la ofensa no es un daño si no se busca, y si es buscada y daña, hay que valorar qué cantidad de daño hace), en realidad no hay conflicto. Como la ofensa es algo subjetivo (tú no pretendes ofenderme pero yo me considero ofendido, "dañado"), entonces sí hay conflicto y el conflicto se resuelve acudiendo a la norma jurídica.
Como regla práctica en una sociedad libre yo defiendo la regla del puteo: tú puedes putear si aceptas que te puteen. No vale buscar el enfado del otro y luego enfadarte porque el otro se enfada. Aceptemos que todos nos ofendemos y nos enfadamos y compartamos amistosamente nuestro odio con exquisita educación ("le traigo otra taza de té, señora Peabody, que todavía no he acabado de decirle lo mucho que apesta").
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