Revista Cultura y Ocio

Forgotten. Capítulo 3.

Publicado el 07 agosto 2015 por Alicia Cardete Vilaplana @read_infinity
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Pub El Dorado. Beta Dorada. 01:58h

En las colonias Doradas, lo único que importa son los puntos que tienes. Los puedes conseguir a base de misiones y tareas militares, pero sin ellos, no eres nadie. Los puntos se cambian por payers, y con los payers –la moneda común- puedes permitirte comprar productos de importación provenientes de Upsidion u obtener asistencia médica.
El ejército nos da 50 puntos cada mes que estamos a su servicio, y asistencia médica básica. Es uno de los atrayentes para los nuevos reclusos. Las misiones rondan entre los 100 y los 500 puntos, dependiendo de su dificultad, así que si quieres conseguir algo más que pagar tu cuota militar -48 puntos mensuales-, tienes que participar constantemente en alguna.
Jessi pasa y desvela su jugada. Estamos echando una partida a mentiras. El mecanismo del juego es muy sencillo: solo consiste en engañar al resto con el valor de tus cartas. Somos diez participantes y hay en la mesa 20 puntos. Sé que soy el candidato predilecto a ganar –mi expresión es totalmente serena y contundente. Nada de sudores, nada de tocarse la nariz. Soy como un reflejo congelado-, pero decido retirarme, para sorpresa de todos. Estoy cansado de preocuparme solo por conseguir puntos.
Dejo la mesa y me siento junto a Leah en uno de los sillones de aire. Las vistas son envidiables: desde aquí tenemos una panorámica perfecta a las tres estrellas del sistema. La más lejana a nosotros, Danad, parece un guisante anaranjado. Me siento aliviado de no contemplar Upsidion desde esta perspectiva.
La pesadilla de la madrugada pasada se dibuja de nuevo en mi cerebro. Es como una escena que se repite una y otra vez en mi subconsciente: yo matando a mi padre con una pistola. Bajo la mirada y dejo escapar el aliento. Debería sentirme como un monstruo, pero no lo hago.
Decido olvidar el tema y pensar en otra cosa. En la FX500, por ejemplo. Rememoro punto por punto mi conversación con Alexander en la zona de entrenamiento. Si de verdad la misión se tratase de una mera intercepción, me hubiese escuchado y hubiese aceptado la ZD200. Pero no; su contestación ha sido contundente: necesitaremos una nave de combate. Es tan visible que algo no encaja en este puzle que cada vez me arrepiento más de haberme implicado en él. Al menos espero que nos paguen bien.
Miro de reojo a Leah. Está dispersa en su asiento. Observo el nuevo color de su cabello y de sus ojos; esta vez ha escogido una combinación de azules para ambos. La verdad es que su cambio ya no me sorprende; casi todas las semanas estrena un nuevo look. Desde que se puso de moda en la capital -hará unos seis meses- es casi un capricho necesario para la gente de alto rango.
Nunca he estado allí, en Alpha Blanca, aunque la he visto a través de las retransmisiones que muestran las pantallas principales. No me imagino cómo debe ser vivir en la nave; cada imagen que recuerdo, muestra una colonia construida a base de lujos y colores. Un mundo inalcanzable para una persona de mi nivel, lleno de caprichos como el de Leah.
—¿Te vienes?
Dejo caer la cabeza sobre el respaldo y sonrío a Jessi, que espera a mi lado de pie. A ella le gustaría cambiarse el color de sus ojos, pero todavía no tiene suficiente ahorrado -8000 payers-. Es ambiciosa, al igual que yo. La diferencia es que ella se deja arrastrar demasiado por las modas de los ricos y yo no. En realidad, me alivia que no tenga suficientes puntos; no la identificaría sin su mirada azulada, su cabello plateado y sus pecas.
Asiento y regresamos a nuestros cuartuchos. Es bastante tarde y mañana tenemos que estar lisos para la última reunión con Stone y Alexander. Cuando estamos solos, alza la voz.
—Algo va mal, ¿verdad?
—¿A qué te refieres?
Lo sé perfectamente, pero intento parecer despreocupado. No quiero empeorar sus dudas. Me pregunto si en este año que hemos estado separados mis mentiras le resultarán más contundentes.
—La misión… No es la que nos dijeron.
—Eso está claro –digo encogiéndome de hombros-. ¿Pero no querías un poco de acción?
Mi broma no surge efecto. Veo que se estremece, causándome un sentimiento de malestar que aumenta cuando me mira a los ojos.
—¿Por qué Alexander no te ha escuchado? Serás el piloto jefe de la nave –pierde su vista en el suelo, como si quisiera encontrar la respuesta entre sus pies-. No lo entiendo.
Dejo ir el aliento y cojo su cara entre mis manos. No soy muy cariñoso, pero sé cuándo Jessi necesita un poco de seguridad. Es mi mejor amiga; no voy a permitir que se inquiete en exceso.
—Da igual lo que diga el general –digo mirándola fijamente-. Soy uno de los mejores pilotos. Casi el mejor. Esa vaca pesada de la FX500 no me preocupa. Encontraremos la nave rebelde, la interceptaremos y nos quedaremos con la carga de bombas. Eso es todo. Ahora, vete y descansa.
Jessi cierra los ojos y reclina la cabeza entre mis manos. Sé que no son suaves –están llenas de cicatrices-, pero parece que no le importa. De hecho, casi diría que le gustan. Tras unos segundos asiente y se despide con una mueca cálida en los labios.
Cuando veo que se aleja dejo a flote mis temores. Tiene razón. Los dos sabemos que no será tan sencillo como pensamos.
Aeropuerto. Nivel 22.09:20h
Preparamos el cargamento mientras el general Stone conversa con Alexander unos metros más allá.
La reunión acaba de terminar y vamos a partir de inmediato. Stone ha decidido quedarse en Beta, para enviar órdenes y directrices desde el puesto de mando principal. Alexander, en cambio, sí que vendrá con nosotros –sustituyendo a Leah por primera vez en los dos años que llevo aquí-.
Me sorprende ver a Travis entre los participantes. Él no se presentó como voluntario. Se acerca a mí y me saluda con un choque de nudillos.
—Chaval –ladea la cabeza.
—¿Qué haces aquí?
Travis sonríe, bañado en una expresión de orgullo. Veo cómo se hincha como un gallo. Le encanta ser el ombligo del mundo, por decirlo de alguna forma.
—El general Stone me lo pidió –dice, señalándole con discreción-. Me dijo que necesitaba al mejor artillero de Beta.
—¿Artillero?
—Sí, Jackes –se acerca tanto a mí que escucho su respiración en mi oreja-. Me dijo que quizás hiciese falta. Por lo visto, puede que necesitemos soltarles un buen bombardeo en un momento dado.
Su voz se diluye cuando se aleja de mí, como si no sucediese nada. Veo que Stone nos observa con sigilo desde la esquina. Bajo la mirada; su presencia me atraviesa como nunca antes lo había hecho otra. Veo que Travis se reúne con Michael, Ross y el resto de compañeros.
Jessi aparece a mi lado y me ayuda a subir el cargamento que falta. En total, llevamos quince bombas electromagnéticas. Una sola bomba electromagnética es capaz de cortar todos los sistemas eléctricos y de comunicación de una nave con capacidad para doscientos soldados. Además, llevamos tasers, bombas de humo, asaltadores –pistolas cortas que ciegan temporalmente a los enemigos- y doradas –el arma tradicional de las colonias militares: sus balas son capaces de atravesar sin dificultad las armaduras de nicanto, una sustancia muy fuerte y flexible que se extrae de las minas de Upsidion-.
Una vez está todo preparado, nos cuadramos ante Stone.
—Soldados, espero que la misión sea todo un éxito –exclama-. ¡Suerte y vivan las colonias!
Gritamos al unísono y esperamos al general Alexander para subir a la nave. Es muy joven para tener ese cargo, pero es obvio que crecer bajo el entrenamiento de Stone tiene que haberle obligado a madurar.
Se detiene cuando pasa a mi lado.
—Brown –saluda-, espero que demuestre sus habilidades tan bien conocidas.
—No le defraudaré, señor.
Mis palabras suenan como una canción lejana y aburrida. Es curioso que tenga que llamarle señor a un chico dos años menor que yo. Por un instante, casi dibujo una sonrisa en mi boca.
Mis compañeros entran en fila. Me quedo para el final, echando un último vistazo al armazón de la nave. Quiero asegurarme que todo está preparado para la supuesta intercepción. Doy una última vuelta analizando cada pieza con detalle. Un ruido capta mi atención.
Busco la fuente de sonido. Sonaba cerca de mí, quizás a unos tres o cuatro metros de donde estoy. Me acerco y veo los conductos de los reactores secundarios. La oscuridad me impide discernir nada dentro de ellos. Busco mi colgante tragaluz –le llamamos así porque sus fotoreceptores se alimentan de la luz artificial de la nave- y lo acciono, enfocando al interior. No hay nadie.
Pienso en entrar y asegurarme, pero me detengo. Estamos a punto de despegar. Nadie podría llegar al interior antes de que nos vayamos. Solo tenemos que encender la nave y largarnos. Los reactores se encargarán del resto.
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