Revista Cultura y Ocio

Forgotten. Capítulo 4.

Publicado el 14 agosto 2015 por Alicia Cardete Vilaplana @read_infinity
Forgotten. Capítulo 4.

Nave FX500. 09:32h.

El corazón se me sale del pecho. Sus latidos son tan fuertes que confunden mis sentidos. Apenas oigo al soldado marchándose. Estoy escondida tras un resalto del conducto. Me ha enfocado con un tragaluz, pero no me ha visto. Por un momento, habría jurado que iba a internarse tras de mí; por suerte, no lo ha hecho
Me incorporo de un salto y echo a correr. Aunque soy baja, la altura del túnel me fuerza a ir curvada. Apoyo las manos en la superficie para darle más equilibrio a mis movimientos. Sé que no tengo tiempo, que quizás solo cuente con unos treinta segundos antes de que enciendan los reactores y muera abrasada por la combustión.
Cuento los segundos mientras la adrenalina corre por mi sangre, contrayendo mis vasos sanguíneos y dilatando mis conductos de respiración. “7”. Mi frecuencia cardiaca se dispara, impulsándome a correr más. Aparto de mí cualquier pensamiento negativo. Sé que puedo conseguirlo. De hecho, estoy segura de que lo voy a lograr. “14”
Cuando era pequeña, jugaba con Alex a colarnos en las naves. Era divertido. Nos gustaba cronometrar los resultados y competir por ver quién era el más rápido, el mejor. Esto fue hasta que Alex pegó el estirón y fue ascendido a teniente coronel. Después, dejamos de jugar. Casi puedo escuchar su voz retumbando por el conducto: “¡corres muy lento! Acelera”. “22”
Los segundos se me escapan de entre las manos, inexistentes. Escucho un zumbido a mis espaldas. Van a encender los reactores. “27”. Encuentro la doble escotilla de wolframio en un lateral del túnel. Abro la primera compuerta sin titubear, haciendo acopio de todas mis fuerzas. “29”. Al entrar me golpeo los codos, haciéndome daño. No me importa; cierro la compuerta y repito el proceso con la segunda. El zumbido se hace más intenso. “31”.
Los reactores se accionan un segundo después de que cierre la segunda escotilla. El ruido se vuelve un bramido. Sé que estoy a salvo tras el wolframio, pero no puedo evitar estremecerme de pavor. Me obligo a tranquilizarme y a mantener la calma. Todavía me cuesta respirar con normalidad. Me seco el sudor de la frente con el dorso de la mano y examino el alrededor. El conducto tendrá un diámetro de unos setenta centímetros. Apenas quepo.
Me arrastro quince metros antes de llegar a una bifurcación. La mayoría de las veces, uno de los caminos conduce a al cargamento y el otro, a las neveras. Tomo aleatoriamente la elección: izquierda. Cuando veo las neveras a través de las ranuras laterales me siento aliviada. No hay nadie.
Levanto la tapa y me dejo caer de un salto. Doblo las rodillas al caer para amortiguar el golpe, con agilidad. Después, corro a esconderme tras una mesa de metal, como si en realidad hubiese alguien que pudiese verme. Estoy extasiada entre los nervios y la adrenalina del momento, pero me obligo a escudriñar las sombras del recinto con detalle. Todo parece en calma. No oigo voces ni pasos: los soldados no están cerca.
No lo pienso más y me aventuro por los pasillos. Sé que esto es una locura y que podía haber muerto hace apenas unos minutos -ahora mismo podría ser polvo, lo sé-, pero necesito descubrir qué está pasando y saber de qué forma mi madre está involucrada en todo esto. Y nadie me dirá nada, así que esta vez, solo puedo confiar en mí misma.
Mientras camino, barajo la posibilidad de que mi madre haya sido asesinada. Si no, ¿a qué tanto secretismo? ¿Por qué tanta urgencia? Imaginármelo hace que se me acumulen las lágrimas en los ojos y mi visión se emborrone. No podría soportarlo; ella es todo para mí, ha sido mi único apoyo y guía siempre. Por un instante, mis piernas se tambalean. Es como si alguien me hubiese herido.
—Rumbo establecido, general. A esta velocidad, en doce minutos alcanzaremos las proximidades de Upsidion. Las bombas están preparadas.
Una voz masculina me asusta. Me asomo con precaución al pasillo contiguo. Son Alex y un soldado. Veo que Alex asiente con una expresión distante. Me apoyo contra la pared justo antes de que pasen a solo unos metros de mí. Vuelvo a sudar.
Ninguno de los dos se percata de mi presencia, así que continúan su camino. Me pregunto qué hacen tan alejados del puesto de mandos. Decido seguirles a expensas de poder captar algo más de su conversación. Sin embargo, permanecen en silencio. Alex para de golpe y levanta la mano; automáticamente dejo de respirar: me ha escuchado.
—Piloto –casi me caigo al suelo cuando veo que se lleva los dedos al comunicador de su oreja. Agacha la cabeza varias veces, asintiendo continuamente-. Entendido, Brown.
Aprovecho para esconderme.
Alex corta la comunicación con un chasquido de lengua y deja escapar un suspiro largo y profundo. De repente, me parece mayor de lo que es. El chico de diecinueve años que siempre me sonríe parece haber desaparecido en la nada. Escrudiño su rostro desde mi escondrijo. Me retuerzo por dentro cuando descubro en él un tenue reflejo de mi padre.
—Doce minutos, Travis. Estate atento.
El tono de Alex es sombrío. Cambia de dirección y pasa junto a mí, directo al recinto central. Camina con la barbilla erguida, como suele hacer. El uniforme oficial le queda como un guante.
Cuando desaparece en el pasillo, busco a Travis, pero ya no está. Seguramente también ha decidido regresar a su posición. En ese momento, me doy cuenta del malestar de mi cuerpo. Estoy tan tensa que mis nudillos están blanquecinos por la fuerza que ejerzo. Tomo aire y relajo los músculos.
Decido seguir la dirección de Alex con sigilo. Necesito acceder a donde va y ver con mis ojos lo que está sucediendo allí dentro. Con suerte, algún militar sabrá lo que esconde realmente esta misión, y con un buen soborno estoy segura que abrirá la boca.
No lo percibo a tiempo. Grito cuando unas manos me agarran los brazos y me los retuercen. Mi corazón empieza a latir estrepitosamente en un intento inútil y torpe por huir. Sus manos son ásperas y rugosas. Noto que me estira hacia él. No me resisto y dejo que mi espalda se apoye contra su pecho.
—Será mejor que te estés quieta. No te pasará nada –me susurra.
Hay algo en su voz que me calma.
No tiene sentido.
Relajo los hombros hasta sentir cómo afloja la presión. Entonces le doy un codazo entre las costillas con todas mis fuerzas. Se retuerce y me suelta. No espero un segundo más y echo a correr. Alex me enseñó a golpear de esa manera hace unos años. Me dijo que sería útil si algún día necesitaba defenderme. No le creí, pero ahora me arrepiento de no haberlo hecho. Sonrío sin bajar el ritmo.
El soldado me grita que me detenga, pero le ignoro. Ni siquiera echo la vista atrás. Sé que me está persiguiendo por el sonido que producen sus botas contra el suelo. Me doy cuenta que es muy rápido, pero por fortuna, no tanto como yo.
Giro y me lanzo por una compuerta semi bajada. Mis zapatos son perfectos para resbalar, así que me ayudan a entrar con más precisión por debajo. Busco el botón para cerrar la puerta con desesperación. Está alejado de mí, a unos cuantos pasos hacia mi izquierda. No voy a poder alcanzarlo.
—¡Quieta!
El militar entra tras de mí. Estamos en la sala de armamento. Salto sobre el cargamento de fusibles. Mi resistencia empieza a resentirse. Soy rápida, pero no soy un soldado. Ellos tienen una preparación física excelente y yo no. Solo puedo confiar en mi inteligencia para escapar de esta situación. Mi respiración comienza a ser un gemido inconcluso.
Veo los tanques de agua al fondo, formando una especie de piscina descubierta. Sé que están helados, pero no me queda otra alternativa.
Tengo que lanzarme.
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