Revista Cultura y Ocio

Fototeca. Casa de Galicia y el juego prohibido. Madrid, 1916

Por Historia Urbana De Madrid Eduardo Valero García @edjaval

De aquella Casa es la fotografía y la historia que pasamos a contar.

Los toldos que se ven a la izquierda protegen los escaparates del local donde en 1920 se instalaría la sombrerería de Franco y Romero. En el margen opuesto el edificio de Crèdit Lyonnais. Marcado con X el principal del número 10 de la calle de Alcalá, donde estuvo la Casa de Galicia y su Casino.

Fototeca. Casa de Galicia y el juego prohibido. Madrid, 1916

En ese mismo edificio coexistían la Cámara oficial de la Propiedad Urbana de Madrid, una casa de huéspedes, un dentista, una academia, y desde alguno de los despachos D. Ramón Molina Cánovas dirigía el "España Comercial".
También estaba afincada allí la Comisión, representación y transportes de la " Chambre de Commerce Française de Madrid", dirigida por Monsieur Albert Moncaut, quien a su vez tenía en el mismo edificio la Agencia de Transportes " Maison Fluiters et Moncaut".


Casa Galicia y el juego prohibido
Desde mucho tiempo atrás se cuestionaba la permisividad del Gobierno ante el juego clandestino y la falta de reglamentación. Bien recordaba la rumorología matritense que don Alberto Aguilera había levantado -supuestamente-, el Asilo de Santa Cristina con dinero proveniente de la timba.

En nuestras efemérides del ya dimos cuenta del tema del juego y la actitud del Gobierno que, ante las críticas, pasaba del tema sin plasma ni diferidos.

"Desde el Rastro a Maravillas,

Desde el puente de Segovia a la puerta de Alcalá,

Esas voces misteriosas se oyen claras

Y el sonido se produce sin cesar,

Sin que pueda la distancia disiparlos

Ni les quite intensidad...

¡Pues se escuchan en el centro de igual modo

Que en las frescas y agradables lejanías

Donde el verde da su nota original!... Es de noche. Canta el gallo

¡Cómo giran las estrellas en el cielo

Presididas por la luna, que es un cero colosal

Y también allí parece que se escuchan esas voces.

Que sé exaltan a compás...

Tres años más tarde, en 1916, el mapa de la ludopatía era muy amplio, con centro en las mismísimas narices del Gobierno:

"En pocos palmos de terreno, en el menguado perímetro del centro de la urbe, el forastero puede contemplar una admirable reproducción de Montecarlo. Aquí los balcones del Ministerio de la Gobernación, y enfrente y á la diestra y á la siniestra y á la espalda los croupiers realizando su noble función de justicia distributiva, dando á cada cual lo que el azar quiere concederle, que, ni cabo, esta es la vida."


Y es que en aquellos tiempos se jugaba en Madrid con total impunidad, superando incluso los límites de la tolerancia. En la calle del Príncipe existían cinco casas de juego clandestino casi pegadas las unas de las otras. También las había en laplaza del Ángel y en la de Canalejas; en el Magic Park y en Parisiana.
Por decirlo de algún modo, sin intención de ofensa ni de acabar en los juzgados, a los naipes jugaban hasta los mancos.

En cuanto a los Casinos y Círculos regionales, como la Casa de Galicia, o los profesionales, artísticos y literarios, el sustento de sus pilares venía mayormente de los beneficios del juego más que de la aportación de los socios, quienes, por cierto, lo permitían.
Algunos Casinos y Círculos políticos habían sido fundados justamente para el juego, bajo el amparo de figuras del Congreso.

En agosto de 1916, después de varios años de manga ancha, el que había sido alcalde de Madrid, y en aquel año ministro de la Gobernación, D. Joaquín Ruiz Jiménez, daba la orden terminante de prohibir el juego en Madrid y provincias.

El detonante había sido una trifulca en el Casino de la Casa de Galicia.

"Apenas mediada la noche, en lo más céntrico de Madrid, frente al Ministerio de Hacienda y á cien pasos del Ministerio de la Gobernación, entre la calle de Sevilla y la Puerta del Sol, han entrado dos individuos en una de las treinta casas de juego que funcionan con todo escándalo y cinismo."


La santa Casa de Galicia, donde por el día se realizaban actividades sociales de lo más sanas, por la noche se convertía en una timba clandestina disfrazada de Casino.

Fototeca. Casa de Galicia y el juego prohibido. Madrid, 1916


A las once y cuarto de la noche del 1 de agosto de 1916 dos sujetos entraban en el Casino de la Casa de Galicia. Uno de ellos, pistola en mano, se dirigía a una de las mesas de juego secundado por el otro individuo, que portando un puñal le cubría las espaldas. A punta de pistola, el primero ordenó a un pagador que le entregase 1.500 pesetas, a lo que el empleado respondió que nada le daría. Entonces otro pagador se abalanzó sobre el de la pistola y en el forcejeo recibió un disparo.

Fue tal la confusión que los que allí jugaban no sabían que hacer. Unos salieron escaleras abajo hasta la calle de Alcalá, donde ya se habían instalado los curiosos de siempre; otros mojaban los pantalones refugiados bajo las mesas de juego.
Mientras tanto, el pagador herido yacía en el suelo. Se llama Teodoro Muñoz Ramiro, de cincuenta y nueve años de edad, viudo, natural de Zaragoza, que vivía en la calle de Rodríguez San Pedro, número 23, primero centro.

Los supuestos ladrones también corrieron por las escaleras y una vez en la calle de Alcalá huyeron en dirección a la de Sevilla pero fueron interceptados por el sereno de la Carrera de San Jerónimo, quien logró detener al que llevaba pistola. El pobre Francisco Boto Fernández -que así se llamaba el sereno-, recibió un fuerte puñetazo del que portaba el puñal, que se había revuelto para auxiliar a su compañero de fechoría. En ese mismo instante, el guardia del Cuerpo de Seguridad Jesús García retenía al agresor. Poco después, ambos cacos eran maniatados y conducidos a la Comisaría del distrito del Centro.

Del pagador Teodoro Muñoz Ramiro podemos decir que fue asistido por un médico en el propio local y más tarde conducido a la Casa de Socorro donde los médicos de guardia, doctores Terceño y Palomeque, le curaron la herida cuyo diagnóstico fue el siguiente: " Herida por arma de fuego, que atraviesa el lóbulo de la oreja del lado izquierdo, con orificio de entrada en la región mastoidea y de salida por la región supraescapular del mismo lado, con pequeña erosión al lado del orificio de salida."

El sereno Francisco Boto Fernández, vivía en la calle de Preciados, número 10, cuarto piso. Fue curado en la misma Casa de Socorro de una fuerte contusión en la región frontal, encima del ojo derecho.

Conocida ya la identidad de los héroes, sabremos ahora la de los delincuentes.

El de la pistola se llamaba Félix Hortal Aparicio, de veintinueve años, que vivía en la calle de Esparteros, 8.
Decía ser abogado y que últimamente había opositado al Cuerpo de Vigilancia, ganando plaza.
Parece que el motivo de su "hazaña" venía dado por haber perdido en la Casa de Galicia 3.000 pesetas, y que le parecía que tenía derecho a desquitarse de parte de su pérdida. (Por esas cosas de la vida, hace pocas horas hemos conocido la noticia de un hecho similar ocurrido en Santa Coloma de Gramenet [])

Su compañero, el del puñal, se llama Iván Iscar Rodríguez, de veintitrés años, que vivía en la calle de Silva, 10. Ambos eran salmantinos.


El día 6 de agosto, el diarioLa Acción lanza una dura crítica sobre la tolerancia del Gobierno sobre el juego. Don Ángel Ossorio firmaba el artículo, del que ofrecemos un fragmento:

"El señor Ruiz Jiménez ha rasgado sus vestiduras. Unos disparos de arma de fuego en la calle de Alcalá han servido para notificarle que en Madrid se jugaba. E inmediatamente, con austeridad ejemplar, con indignación ruborosa, con la sublevación espiritual consiguiente al despojo de una virginidad, se ha escandalizado ante la llaga no sospechada, y, ajeno en absoluto a su formación, ha decretado el cauterio.
Todo esto es algo cómico. Si lo dijese un tonto, podría guardarse piadosa reverencia a su tontería. Mas como no es así, ni muchísimo menos, ha de endosarse la estupidez al auditorio que aguanta impertérrito la versión.
España es una inmensa timba. El croupier y sus amparadores han ascendido a la jerarquía de partícipes del Poder público. Para hacer eso que se llama gobernar en paz, y ofrendarlo en las gracias del Trono, es menester la explícita colaboración de prostitutas y jugadores.
En la calle de Alcalá, por derecha e izquierda, y en la plaza de Canalejas, y en la calle del Príncipe, y en la plaza del Ángel, y en los parques de diversiones, se juega. En todas las capitales de provincia hay no sólo orden de tolerancia para el juego sino prevención para que se estimule. [...] Los tiros de la calle de Alcalá son una modestísima edición del suceso diario. Por los juzgados, y más aún por los bufetes de los abogados, desfilan a diario las víctimas del juego, cada cual con su drama a cuestas."

No todos los periódicos arremetieron contra el Gobierno; algunos se limitaron a dar la noticia de la prohibición como quien publica un reclamo de venta de jabones. Otros criticaron más a sus iguales por criticar, que al propio juego y la tolerancia del Gobierno. Algunos otros hicieron mutis por el foro. Como en todas las cuestiones, había intereses creados e implicaciones.


De todos los templos de la timba de España, el único que se salvó de la perecedera ordenanza de Ruiz Jiménez fue el Casino de San Sebastián. Esto permitió a los señores pudientes y políticos, y a la mismísima Casa Real, veranear y disfrutar del juego con total impunidad.
De terrazas adentro, el Casino era territorio de una sociedad extranjera que no aceptaba -o eso se quería dar a entender-, las ordenanzas del Gobierno español. ¡Menudos caraduras!


Poco tardó en desmoronarse aquella orden de fulminar el juego en Madrid y España entera. En el mes de octubre, puntos y tahúres volvían a las andadas en las mesas de monte y de treinta y cuarenta... o como se diga.

El día 28, El Imparcial arremetía de la siguiente guisa:

"Desde hace unos cuantos días se juega en Madrid desenfrenadamente, en la misma forma que antes de ocurrir el crimen de la calle de Alcalá, que echó la llave a los garitos.
¿Qué ha sucedido? ¿Qué prisa corría dejar a los jugadores en libertad? (Se había nombrado en el Senado la Comisión para dictaminar en una proposición de ley para reglamentar el juego.) ¿Qué clase de influencias han intervenido en este feo asunto para que las autoridades se anticipen al fallo de las Cortes y al manifiesto deseo de la opinión pública? Lo lógico era esperar. ¿A quién o a quiénes importaba que no se esperase? ¿Será preciso que sobrevenga otro crimen para que definitivamente cese esta vergüenza?
No se nos arguya que el libre ejercicio del juego constituye un remedio para la mendicidad. Si así fuese, no habría mendicidad en Madrid desde hace muchos años; y ya se está viendo que el estar las calles inundadas de pobres y muchos Círculos de los llamados regionales poblados de tahúres, son cosas perfectamente compatibles y que pueden darse simultáneamente.
Ciertamente, nadie se explicaba esta anomalía."


Y esto es lo que ha dado de sí la fotografía captada por Salazar aquel agosto de 1916.
Cuando el edificio se echó abajo desaparecieron con él cientos de historias particulares y esta tan sonada que os hemos contado.

La Casa de Galicia había sido el chivo expiatorio de la triste realidad que se vivía en aquellos tiempos, con las similitudes que podemos llegar a encontrar en las políticas del Siglo XXI.

Más allá de la ludopatía, para muchos la necesidad y la esperanza de salir de pobre estuvieron y siguen estando asociadas al juego.
Encomendarse a la diosa Fortuna era y es casi obligatorio; disponer de un amuleto, necesario. Cada uno tenía el suyo o utilizaba alguno recomendado por su eficacia. Así, muchos utilizaban el del españolito aquel que había conseguido gran capital en Montecarlo; su fetiche consistía en tres saquitos de sal atados a un cordel y colgados como un collar, era indispensable que los saquitos estuviesen en contacto con la piel.

Fototeca. Casa de Galicia y el juego prohibido. Madrid, 1916


Había otra opción que bien podía combinarse con las anteriores, buscar consejo en las adivinadoras y los adivinadores. Si era extranjero, mejor que mejor...

Fototeca. Casa de Galicia y el juego prohibido. Madrid, 1916


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