Revista Psicología

Fracaso escolar y actitudes de los padres

Por Mundotlp @MundoTLP

Fracaso escolar y actitudes de los padres
Pedro estudia 1º de Bachillerato. Ha realizado la segunda evaluación y le han suspendido en tres asignaturas. Hasta ahora era un alumno, no brillante, pero con esfuerzo y constancia sacaba todo el curso en junio. No sabe lo que ha ocurrido, pero ahí está esa ‘negra mancha de los suspensos’ en su historial académico. Además, como es el primero de tres hermanos, siempre le han puesto como ejemplo a seguir. Pero, ahora, tras su fracaso escolar, teme la reacción que vayan a tener sus padres.

Actitudes de los padres ante el fracaso escolar

En primer lugar, habría que definir claramente lo que entendemos por fracaso escolar y las características del alumno: edad, sexo, dinámica familiar, estructura escolar, profesores, etc. No siempre unas malas notas significan fracasar. Piénsese, por ejemplo, en el bajo rendimiento escolar de un niño tras una enfermedad grave, o en relación con la separación de los padres, o simplemente provocado por el cambio de residencia, etc. En todas estas circunstancias, aunque los resultados sean negativos, no se puede hablar de fracaso escolar, en sentido estricto.Sea como fuere, lo cierto es que, ante “las malas notas” de los hijos, los padres pueden adoptar distintas reacciones basadas en sus actitudes también diferentes ante esos suspensos. He aquí algunas muy frecuentes:

  • 1.- Frustración
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La frustración es el sentimiento predominante en las familias con hijos con bajo rendimiento académico. Son padres que se sienten angustiados y sufren por ese acontecimiento. Pero, mirando con detenimiento, podemos descubrir que no sufren por los hijos, sino por ellos mismos: “Mi hijo no ha cumplido mis expectativas y por esto soy un desgraciado”, se dicen.Se contemplan más a sí mismos, que al posible origen o causa del presunto fracaso. No se dan cuenta, por ejemplo, de que el ‘listón’, quizás, esté demasiado alto para las posibilidades del hijo.En estas circunstancias, es más lógico pensar que ese fracaso escolar del hijo reactualiza y remueve viejos ‘fantasmas’ de la insatisfacción de los progenitores.

  • 2.- Agresividad

Una reacción agresiva puede ser consecuencia de lo anterior. Se manifiesta de muy diversas maneras:
  • Disciplina severa, acompañada de castigos físicos o reproches constantes.
  • Unas exigencias desmesuradas de los padres.
  • Convertir a los hijos en los causantes de todas las desgracias: “Tu mal comportamiento y tus mala notas me van a llevar a la tumba”. De esta forma, el hijo poco estudioso se convierte en el ‘pararrayos’ de todos los males de la familia.
Más que detenerse en analizar las causas de los suspensos, el padre frustrado y agresivo descarga su angustia sobre el hijo. Y justifica su acción diciendo que “el niño es un vago”, que “lo hace por su bien”, o que su gran deseo es “que el día de mañana sea un hombre de provecho”. Estas son algunas de las excusas más frecuentes para justificar una conducta que a los propios padres no les satisface: su propia agresividad.Esta reacción agresiva de los padres provoca en el hijo un doble sentimiento:
  • Culpa. Por no poder cumplir las expectativas de los padres
  • Desvalorización de sí mismo. Por considerarse él mismo origen de esos males.
Y el círculo vicioso se cierra, porque esos sentimientos llevan al fracaso escolar y éste, a su vez, incrementa la culpa y la baja autoestima.

  • 3.- Alivio

Aunque pueda resultar paradójico, el fracaso escolar puede ser vivido de forma positiva y como un alivio por algunos padres:
  • Es la forma de no sentirse superado por el hijo.
  • Es la manera de desviar la atención a otro asunto ‘olvidando’ otros conflictos más graves de la pareja o de la propia familia.
Así, padres inseguros, frustrados por sus escasos logros profesionales o laborales, pueden experimentar, a niveles más inconscientes, bienestar por ese fracaso escolar del hijo. De esta forma se sienten ‘seguros’ de no ser superados por él.Externamente esta reacción del progenitor se configura frecuentemente bajo el modelo del “padre pasota” ante las malas notas del hijo: no le da importancia al rendimiento académico, tanto si es positivo como negativo. Es más, a veces, toma una postura tan excesivamente tolerante y comprensiva que provoca la irritación del otro cónyuge.Por otra parte, y en muchas ocasiones, las “malas notas” son una buena excusa para aplazar la resolución de otros conflictos familiares: alcoholismo del padre, grave conflicto de la pareja, difícil situación económica o laboral, etc. Todo ello pasa a un segundo plano tras la llegada del boletín de notas. El fracaso escolar se convierte, transitoriamente, en el ‘salvavidas’ de una familia que está naufragando. Pero los problemas no se solucionan con ¡otros problemas!

El éxito escolar

Por extraño que parezca, no siempre el éxito escolar es bien recibido en la propia familia. Así, en ocasiones, las buenas notas pueden provocar fuertes rivalidades entre los distintos miembros, con la amenaza de desestabilización del equilibrio familiar, o bien, de producirse una inhibición en el reconocimiento público de los buenos resultados. Se intenta, de este modo, mantener la aparente normalidad del sistema familiar.Un ejemplo: Jaime tiene 17 años. Es un chico inteligente y con grandes cualidades para las ciencias. Su padre, catedrático de literatura en el mismo instituto, descalifica todo lo que sea técnica: “El hombre se embrutece con los números”, dice con frecuencia.Jaime se siente inmerso en la siguiente ambivalencia:
  • Por un lado, el reconocimiento de la valía de su padre como profesor de literatura.
  • Por otro, su propio deseo de estudiar informática.
Surge así una rivalidad manifiesta entre ambos, incrementada por los éxitos del joven en las asignaturas de ciencias. En definitiva, el padre no puede soportar que Jaime sea mejor que él en algunas parcelas del saber. Esta situación puede llevar a la falta de reconocimiento público de los logros del hijo y a la preocupación por resaltar sus pequeños fracasos: “Mi padre –me cuenta Jaime- siempre está pendiente de mis aprobados, pero nunca me felicita por los sobresalientes o las matrículas de honor”.Entramos en lo que algunos expertos han llamado “la pedagogía del fracaso”: se actúa fijándose, principalmente, en los errores y deficiencias, y no potenciando los logros del hijo.En realidad, los padres y los educadores deberíamos poner en práctica “la pedagogía del éxito”: un refuerzo constante de los éxitos del hijo para dar consistencia a su autoestima, tan necesaria para el desarrollo psicológico de la persona.Es una actitud que contemplamos constantemente tanto en la consulta profesional como en la vida cotidiana: padres que verbalizan con claridad su disgusto por las malas notas, pero que nunca manifiestan su felicidad y su bienestar por los buenos resultados académicos de sus hijos. Ciertas personas están siempre prestas para levantar ‘el látigo del castigo’, pero no para ofrecer un elogio, un beso o una palmadita en la espalda, cuando algo se ha conseguido de acuerdo a las posibilidades del hijo.Las alabanzas se las guardan para cuando están con los amigos, pero entonces están presumiendo de padres, no de hijos (¡!) Hasta estos límites llega a veces lo absurdo del comportamiento humano.

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