Revista Salud y Bienestar

Frágil

Por Ana46 @AnaHid46


FrágilGerardo Esparza, es un abogado 27 años de edad, originario de Michoacán, México, quien actualmente vive con su madre, su media hermana y su sobrina.
Se supo enfermo de IRC desde los 25 y literalmente, desde entonces, su vida dio un giro total poniéndole los pies en la tierra y demostrándole lo frágil que es.
Su vida transcurría como cualquier estudiante Universitario: buenas notas, amigos, familia, diversión; tenía lo necesario, nada le faltaba.
Al parecer tenía una vida prácticamente resuelta, rara vez pensaba en los demás, en sus sentimientos, lo que pensaban, no creía en nada ni nadie y mucho menos valoraba lo que estaba a su alrededor. Pero el destino estaba a punto de darle la lección de vida más grande de todas.
Regresó de la Universidad, y un mes después comenzó a trabajar. Tres semanas después, en un prometedor y excelente trabajo, parecía que todo le marchaba como lo había planeado ¿Por qué tenía que salir algo mal? se preguntaba de una forma hilarante.
Jamás olvidará los tres días en que vio que su vida estaba construida en algo tan endeble que faltaban tres letras dentro de él que harían que todo se derrumbara.
Jueves por la mañana: Se levantó para irse a trabajar como normalmente lo hacía, pero esta vez era diferente; tenía la sensación de devolver el estómago, algo que nunca había sentido y no le prestó mucha importancia; se alistó y se fue.
Llegando a su casa se sentía muy cansado, más de lo habitual. Llegaba e inmediatamente caía dormido sin importarle lo que había dejado pendiente...no tenía ánimos ni mucho menos ganas; se despertaba y seguía con la sensación de estar cansado, con dolor de cabeza...pero en fin, pensó que serian pasajeros.

Viernes: amaneció de nuevo con esa sensación, pero más intensa. Esta vez su abdomen se contraía queriendo vomitar pero no expulsaba nada, repitiéndolo una vez tras otra durante todo el día.
Por la noche al llegar a casa tenía una comezón en todo su cuerpo, irónicamente pensaba que era por el trabajo, estrés, una vida ajetreada, no se alimentaba correctamente y no dormía lo que debía dormir. Se prometió a la semana siguiente ir con un doctor y mejorar sus hábitos. Pensó…

Sábado: decidió de última hora ir a la casa de su madre; una vez ahí, desayunando, repentinamente y de una forma desesperada se levantó y corrió hacia el baño a vomitar... ¿Qué? La madre confusa, de una forma desesperada, dejó todo y lo llevó al doctor a lo que pensaban que sería una simple indigestión, total ya había pasado antes, y con un simple par de pastillas bastaría para solucionarlo. Cómo olvidar la mirada penetrante y triste del doctor, atónito, quien clavaba fijamente su mirada como queriendo consolar lo que estaba a punto de suceder, obvio, él sabía, desde el momento que lo vio, lo que pasaba. No dijo nada hasta no corroborarlo diagnosticándole unas simples y llanas letras que cambiarían su vida en un fin de semana…. IRC.
Era algo realmente increíble, se preguntaba por qué a él, que había hecho mal. Comenzó a tratar de hallar un culpable y, a su vez, dándose cuenta de lo frágil que era sabiendo que no todo dependía de él.  Su madre se destrozó completamente; simplemente no pudo decir nada, derramando lágrimas de un sentimiento tan profundo y amargo, abriendo una herida que costaría más lágrimas sanar.
Créanme, jamás olvidaré la imagen del hijo sentado en una fría silla de un consultorio vacio de calor, de sensaciones o emociones que denotaran lo que sucedía en ese momento; tenía a su madre al lado tomándolo del pelo con ese amor infinito que irradiaba haciéndole saber que todo estaría bien, que no se preocupara que ahí estaría ella cada vez que la necesitara, saldrían juntos adelante, sin pensar que ambos eran los que necesitarían ayuda para poder desvanecer ese sentir.
Esperaron otro día para consultar a otro especialista, pero ¡no!, solo hizo mas tardía y agonizante la noche sabiendo perfectamente que nada frenaría lo que estaba por venir.
Saliendo de ahí,  su presión empezó a subir súbitamente, la respiración era cada vez más agitada, no toleraba alimentos, con un dolor de cabeza impresionante, palideció, se cansó de seguir, de pensar...tenía la sensación de que se hubiera activado un botón dentro de él que desencadenó todo un sistema que lo único que provocaba era angustia, desesperación y un dolor punzante y constante.

Una vez en el hospital mientras el doctor le colocaba el catéter, miraba la pared fijamente, sin parpadear, créanme sabía lo que sentía en ese momento, quería gritar, llorar, culpar a todos, salir corriendo de ahí y no volver a saber nada de él, simplemente que lo olvidaran, olvidaran su sentir, sus manías, llevarse todo como si nunca hubiera existido ya que no quería herir a nadie.
Lo veía que continuamente miraba al cielo y cerraba los ojos muy fuertemente pensando que al abrirlos estaría recostado en su cama, sudando, temblando y pensando en la peor pesadilla que en su vida había tenido, mirando el reloj y dándose cuenta que se le había hecho tarde para alistarse e ir a trabajar, y para colmo no alcanzaría a desayunar como de costumbre. Pero al abrirlos lo único que seguía viendo era esa fría pared y la mirada inexpresiva del doctor haciendo su trabajo pensando cuantas personas faltarían para poder irse a casa.
Las primeras veces, cada sesión de hemodiálisis era una verdadera tortura. "Pobre de él" comentaban los conocidos, "imagínenlo, estar encadenado en un sofá conectado a una máquina para poder completar un día más de vida, tan joven, con un futuro por delante", y repetían, y seguían repitiendo, "pobre de él",  sin pensar en que cada palabra alimentaba cada vez más su dolor y su enorme sensación de vacío.
Es inimaginable como le asustaba su realidad evadiendo todo lo que se le presentaba a su paso, mirando a los doctores y enfermeras dándole lo que en ese momento únicamente podía ofrecer, una sonrisa y un buen comentario, sabiendo perfectamente que por dentro estaba destrozado, conteniendo las lágrimas, queriendo gritar desesperadamente que lo dejaran, que ese no era su mundo, añorando que llegara la noche, recostarse en su cama cerrar los ojos muy fuertemente, dormir y a la mañana siguiente todo volviera a ser lo mismo.
Estúpidamente repetía lo mismo noche tras noche durmiéndose entre lágrimas sordas que no podía controlar, ya que no quería que su familia escuchara, viendo lo frágil y quebradizo que era y a cualquier provocación terminaría desmoronándose por completo; si algo estaba seguro era que el sufrimiento sería de él y no se permitiría lastimar a nadie más, mucho daño estaba ya hecho.
Desde el primer momento en el que supo que la vida de Gerardo jamás volvería a ser la misma, su hermana quiso ser su ángel protector, compartiendo su dolor y dándole el regalo más grande que solo Dios y la vida puede ofrecer: “volver a vivir”. Él solamente decía -sí-, sin un gesto, una mueca o cualquier expresión que denotara lo afortunado que era. Estaba lejos de su realidad, lejos de pensar lo que en verdad iba a recibir.
Se comenzó el protocolo, y afortunadamente dentro de lo malo, de esa nube de humo que lo envolvió y no le permitía ver nada más que un futuro negro e incierto, comenzó a ver una luz, una nueva esperanza de vida que le devolvía la ilusión de seguir adelante, tener un motivo por qué luchar y saber que no estaba solo, que detrás de él tenía un ejército de familiares, amigos, conocidos que lo apoyaban incondicionalmente en todas las formas posibles, personas a las que no les había dado la menor importancia, pues en ese momento no sabía lo que tenía a su lado.
Ocho meses después de que comenzó todo, volvió a nacer y como un bebé empezaron los tropiezos,las lágrimas y los deseos inmensos de sentirse protegido; se volvió a enfermar, miraba con tristeza como entraba y salía del hospital, síntoma tras síntoma, dolor tras dolor, lágrima tras lágrima... pero al final de cuentas su vida definitivamente había cambiado; mejoró dándose cuenta que tenía una nueva vida por delante...tenía, de cualquier forma posible, que aprovechar al máximo y sabiendo que si decidía detenerse seria su decisión.
Amigos, mil gracias por haberse tomado estos minutos para leer la historia de una persona que hoy día valora cada nuevo amanecer, cada sonrisa, cada gota de agua, cada mirada, cada vez que ve a su familia y a sus amigos, su alrededor...levantando la mirada al cielo y sin cerrar los ojos como lo hacía antes dar infinitas gracias por despertar y seguir  teniendo fuerzas para luchar demostrándose y demostrando que él puede y lo seguirá haciendo, que éstas simplemente son cosas de la vida.
Esa persona soy yo, hoy día tengo nueve meses después de mi trasplante, estoy reconstruyendo mi vida y creándome un futuro mejor al anterior y es así como recuerdo esos días de amargura, en tercera persona, como un espectador más, viendo a mi alrededor lo que tuve, perdí, tengo y seguiré teniendo y ganando porque solo así es como podremos entender las cosas de la mejor manera.
Recordemos que nunca hay que forzar el destino, las cosas suceden por algo, solo tenemos que esperar pacientemente disfrutando la vida a que ese “algo” llegue y termine de llenar nuestras vidas.
Gracias.

Escrito por: Gerardo Esparza R.



Ana Hidalgo


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