Revista Opinión

Frágil, preciosa e inquietante

Publicado el 27 julio 2014 por Miguel García Vega @in_albis68

genieA Genie le robaron la vida. Ni siquiera el nombre es el suyo, Genie es el nombre que le puso el estado de California a una niña que desde su nacimiento en 1957 no tuvo ninguna posibilidad. La suya fue una vida no vivida. Pasó un tercio de la misma torturada por su padre, otro estudiada por especialistas y del resto no sabemos nada. Se supone que sobrevive todavía en alguna institución mental, pero se ha optado por respetar su privacidad después de que su triste caso gozara durante un tiempo de gran popularidad.

El nombre de Genie, según sus investigadores, proviene de la idea de un genio encerrado en una botella. Ellos pretendieron sacarlo a la luz, sin éxito. Genie es un caso moderno de niño salvaje, una de esas historias a las que la crueldad inicial de crecer sin contacto humano se une el interés que estos raros casos despiertan en la comunidad científica. De esta manera la llegada de estos niños a la ‘civilización’ viene a ser el paso de niño salvaje a objeto de estudio. Con mayor o menor compasión, pero cobaya al fin.

Todas las historias de los niños salvajes suelen ser trágicas y acaban mal, la de Genie es una de ellas.

Como decía, Genie Wiley nace en un barrio de Los Ángeles llamado, cruel ironía, Arcadia. Los Wiley son una familia desestructurada con una madre, Irene, medio ciega, un hermano mayor, John, y un padre depresivo, Clark, que maltrata a su mujer. Muy controlador, apenas dejaba salir de casa a su mujer y su hijo. Pero la peor parte se la lleva la hija pequeña. Genie nace normal pero le cuesta empezar a hablar, con lo que su padre se convence de que sufría un retraso. A partir de ahí todo son especulaciones: la versión del padre no está muy clara, más aún cuando al poco de incoarse el juicio por abusos y malos tratos el padre se suicida. Tal vez por miedo a que se la llevasen los servicios sociales, la vergüenza o vaya usted a saber (el padre es más digno de estudio que la hija) el caso es que al poco de nacer Genie, Clark Wiley decide mantener a su hija encerrada, asilada del resto del mundo, incluso de su propio familia.

Doce años enjaulada

Cuando en noviembre de 1970 las autoridades visitan la casa de los Wiley se encuentran un panorama de pesadilla. En una de esas ironías de la vida, no hacía ni una semana que acababa de estrenarse El pequeño Salvaje, la película de Truffaut. Genie se ha pasado los 12 años de su vida encerrada en una pequeña habitación de paredes desnudas y ventanas cubiertas. Los únicos muebles eran una silla orinal y una pequeña jaula hecha de madera y alambre a la que su padre ataba para dormir. Eso cuando se acordaba, si no se tenía que pasar toda la noche sentada en la silla. Vestía solo un pañal. Ese es todo el mundo de Genie, esas paredes y un pequeño resquicio de cielo de 5 centímetros que entraba por una ventana mal tapada.

Recreación de la habitación en una película sobre Genie (Mockingbird don't sing, 2001)

Recreación de la habitación en una película sobre Genie (Mockingbird don’t sing, 2001)

El padre no dejaba al resto de la familia relacionarse con la pequeña. La alimentaba con papillas y cereales, que comía con sus manos ya que nunca le enseñó a usar cubiertos. Se comunicaban con gruñidos, órdenes cortas y ladridos del padre cuando quería intimidarla, por lo que el lenguaje humano no existía para ella. Bueno, ni lenguaje ni humanidad propiamente dicha, claro.

Al estar tanto tiempo confinada en una pequeño agujero oscuro tenía dificultades de visión y de movimientos, apenas podía andar erguida. Cuando los asistentes sociales y posteriormente los investigadores la encuentran describen a una niña “frágil, preciosa e inquietante”. Sobre todo frágil. Era una niña hermosa, con grandes ojos expresivos y piel fina. Tenía que ser chocante ver a esa muchacha de apariencia angelical comportándose como el animal salvaje en el que la habían convertido. Caminaba de una manera muy extraña, casi como un simio, más que hablar gruñía, escupía constantemente, solo olía y arañaba.

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Pero a la vez era evidente su voluntad de explorar ese mundo maravilloso que se le había abierto de golpe. Es lo que le hacía inquietante y a la vez enternecedora para sus cuidadores. Tenía una risa contagiosa y miraba muy intensamente, como queriendo absorberlo todo. Cada excursión, cada nuevo objeto era una aventura extraordinaria. Utilizaba sobre todo el tacto, llevándose los objetos a la boca y los labios para sentirlos.

Sujeto de estudio

Los investigadores -médicos, psicólogos y lingüistas- encontraron en Genie un regalo del cielo. Y aunque doy por sentada su humanidad e incluso ternura, era tal la oportunidad que probablemente el afán científico pudo cegarles. De hecho no han faltado las críticas por anteponer la investigación al bienestar de la niña. En condiciones normales no puedes estudiar los efectos del aislamiento en el ser humano porque eso supondría infringir una tortura inhumana a alguien por motivos científicos. Con Genie ya tenían el mal hecho, así que debían aprovechar un paciente tan valioso. O no, eso es todo un dilema de difícil solución. La niña se convierte en una celebridad y empieza a recibir visitas de científicos y estudiosos de todo el mundo, lo que también genera una discusión sobre cómo tratar su caso y los límites de la investigación científica, una de esas zonas grises tan queridas en este blog.

Los lingüísticas quieren estudiar hasta qué punto el lenguaje es innato o adquirido. ¿Podía una adolescente de 14 años aprender a hablar? Chomsky, por ejemplo, consideraba que la sintaxis era innata en el cerebro, más que aprendida; un debate que aún permanece hoy en día.  También se quería estudiar hasta qué edad es posible el aprendizaje de una lengua materna y si era posible más allá de ese período crítico de la infancia. Por otro lado era otra oportunidad para estudiar el grado de importancia de las relaciones o los lazos afectivos con otras personas en el aprendizaje.

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El caso es que Genie sí aprendió pronto un vocabulario de unos cientos de palabras pero no tenía ningún sentido gramatical, sus habilidades lingüísticas no se desarrollaron y era difícil comprenderla las pocas veces que hablaba, más allá de palabras sueltas. Seguía comportándose como una autista. Fue sometida a un scáner cerebral que descubrió que su hemisferio izquierdo (el que se ocupa del lenguaje) estaba prácticamente inactivo. Lo que nunca se pudo demostrar es si esta inactividad provenía de un defecto de nacimiento o de la falta de entrenamiento y de la tortura a la que la habían sometido.

Se había llegado a un callejón sin salida. Los avances eran escasos y había más preguntas que respuestas. Así que ante la falta de avances y con la atención mediática en otras cosas, en otoño de 1974 la Asociación para la Salud Mental de los Estados Unidos cortó el presupuesto para Genie. A partir de ahí empezó para ella otro vía crucis. En primer lugar se le devolvió a la madre, ya operada de la vista, que no pudo cuidar de ella y la dio en adopción. Luego pasó por varias familias de acogida y en alguna de ellas volvió a sufrir castigos y abusos, lo que ocasionó una regresión en sus habilidades sociales. Supongo que si para ella el mundo ya era un lugar complicado e inhóspito, lo de ir rebotando de familia en familia no tuvo que ayudar mucho.

Y su pista se perdió. Se supone que hoy día vive en California en una institución mental dedicada al cuidado de enfermos mentales, autistas y personas con parálisis cerebral.

A Genie nunca pudieron sacarla de la botella.


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