Revista Cultura y Ocio

Francisco de Aldana, poeta Divino

Por Igork
No, y no hablo del divino Tino Casal. Hablo de un poeta enormemente popular en el siglo XVI, admirado por Cervantes y Quevedo, autor de uno de los mejores sonetos que he leído. Un artista olvidado hoy, apodado el Divino, extremeño como Agustín Ostos, ambos amantes de la poesía. Serán esos paisajes, a veces áridos, a veces fértiles, que dibujan una Extremadura eterna, donde si miras al horizonte, siempre el cielo pesa más que la tierra.
¿Para qué sirve la poesía? Para nada, como el rock, pero yo no sería el mismo sin ellos. Ambos rápidamente fagocitados por el tiempo, como una foto instantánea que se olvida. ¿Para nada? El soneto, Reconocimiento de la vanidad del mundo sí tiene una utilidad de largo recorrido: es un mapa vital, un tesoro que esconde claves y giros verbales para afrontar el vivir sin ahogarse en los mares de la amargura. Y Aldana propone vivir con valentía, como el soldado que fue, «sin que la muerte al ojo estorbo sea».
Su vida fue un frenesí, quizás el hecho de que con 15 años se iniciara su carrera militar facilitó que recorriera media Europa, formándose en Florencia. Partició en varias campañas, destacándose en Sant Quintín y graduándose como general en Flandes.
En los mares bravos de la red, leí este soneto creyendo leer a un contemporáneo. Pensé, “por fin un sonetista, un huracán”. El susto que me llevé cuando descubrí que el poeta llevaba más de cuatro siglos bajo tierra fue enorme. Y es que la buena poesía es eterna, y bella, y feroz hasta parecer una tempestad que se desata. Os dejo el soneto, para ser leído a tumba abierta.
Francisco de Aldana, 432 años después, se puede decir aquello de «mensaje recibido».
La vanidad del mundo.
En fin, en fin, tras tanto andar muriendo, tras tanto variar vida y destino, tras tanto de uno en otro desatino pensar todo apretar, nada cogiendo, tras tanto acá y allá yendo y viniendo cual sin aliento inútil peregrino, ¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino, yo mismo de mi mal ministro siendo, hallo, en fin, que ser muerto en la memoria del mundo es lo mejor que en él se asconde, pues es la paga de él muerte y olvido, y en un rincón vivir con la victoria de sí, puesto el querer tan sólo adonde es premio el mismo Dios de lo servido.

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