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Frases y fragmentos de Frankenstein de Mary Shelley

Por Cele2095
Frases  y fragmentos de Frankenstein de Mary Shelley

No tengo un amigo Margaret... Cuando me exalte el entusiasmo del triunfo no habrá quien participe de mi gloria y si me descorazona el fracaso nadie se esforzará por sostenerme en mi desprecio.

Después de mucho tiempo llega la mente a convencerse de que aquella a quien veíamos todos los días y cuya existencia parecía ser parte de la nuestra, pudiera habernos abandonado para siempre, que se hubiese apagado el brillo de unos ojos queridos y que el sonido de una voz tan familiar y tan cara a todos nosotros no seria escuchada ya jamás. Tales son las reflexiones de los primeros días; la verdadera amargura de la pena comienza cuando el paso del tiempo demuestra lo real de la perdida. Pero ¿a quién no le ha llevado la muerte u n ser querido? ¿Por qué haré de describir una pena que todos hemos sentido y tendremos que sentir? Llega por fin el día en que la pena es más un alivio que una necesidad y que la sonrisa, aunque juzgada un sacrilegio, puede afluir a los labios. Mi madre había muerto, pero teníamos siempre deberes que cumplir, u n camino que seguir con nuestros semejantes, y la obligación de considerarnos afortunados mientras quedase uno de nosotros.

Llegaba a olvidar su desgracia en su preocupación por hacérnosla olvidar a todos.

Cuanto más se haya hecho, decía el alma de Frankenstein, más mucho más he de hacer yo. Siguiendo las huellas ya marcadas abriré nuevos caminos, exploraré poderes desconocidos y revelaré al mundo los misterios más insondables de la creación.

La labor de los pioneros geniales, aunque a veces haya sido mal dirigida, rara vez deja de ser útil a la humanidad.

Una nueva especie me adoraría como su creador: muchas personas felices y buenas me deberían el ser, ningún padre podría reclamar la gratitud de sus hijos como yo la de ellos.


Con una ansiedad que era casi agonía, dispuse a mi alrededor los instrumentos que me permitieron una chispa vital a aquella cosa muerta yacente a mis pies. Era ya la una de la mañana, la lluvia tableteaba melancólica sobre los cristales y m candil estaba casi consumido, cuando a su débil resplandor vi abrir ellos ojos amarillentos de mi obra. Inspiró profundamente y un estremecimiento le agitó de la cabeza a las extremidades inferiores.

Así hablaba mi alma premonitora cuando, atormentado por el remordimiento, el horror y la desesperación, veía a quienes amaba verter inútiles lagrimas sobre las tumbas de William y Justine, las primeras y desgraciadas victimas de mis manipulaciones científicas sacrílegas.

Esperaba este recibimiento. Si todos odias a los miserables, ¿Cómo han de odiarme entonces a mí, que soy el más miserable de los seres humanos? Pero tú, mi creador también me detestas y me desprecias, a pesar de que soy obra tuya, y de que estoy ligado a ti por lazos solo disolubles por la desaparición de alguno de los dos. Quieres matarme. ¿Cómo te atreves a jugar así con la vida y la muerte? Cumple tu deber para conmigo y y o cumpliré el mío hacia ti y el resto de la humanidad. Si aceptas mis condiciones te dejaré en paz a ti y a ellos. Mas si las rechazas, sembraré la muerte hasta que mi sed se sacie con la sangre de todos los deudos que te quedan.

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