Revista Cultura y Ocio

Fronteras imaginarias – @martasebastian

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

LAURA

Le gustaban sus manos… Le gustaba el roce de la punta de sus dedos con su piel. Una simple caricia y todo su cuerpo ardía. Se pasaría el día así, acariciándose, recorriendo su cuerpo, disfrutando de cómo él recorría el suyo. El deseo era caprichoso, el deseo era incontrolable… O, al menos, ella lo sentía así. Nunca había sido de controlar sus impulsos, siempre había preferido arrepentirse de lo que había hecho, que de algo que no había hecho.

Y sí. Tenía claro que muchos le censurarían. Él estaba casado. Tenía críos. Y por mucho que ella no tuviera ningún compromiso sabía que de enterarse todo el mundo le echaría la culpa a ella. Ella era la otra. Ella era la rompe familias… Y lo más divertido era que ella no quería romper ninguna familia, no quería una relación estable, no quería más de lo que tenía.

Quería sentir sus manos colándose por cada uno de sus rincones, quería su boca devorándola… Quería sentirle… No necesitaba más.

Y no, no se sentía culpable. Ni quería que él se sintiera así. ¿Por qué habrían de sentirse culpables de los instintos? ¿Era natural contener los deseos, las ganas, las necesidades? No era la naturaleza de los seres la que marcaba esa frontera entre lo correcto y lo incorrecto, no. Era la sociedad. O quizás ella era la que era una cínica. Ella no había puesto las normas. Ni siquiera había aceptado jugar con ellas. Ahora le tocaba hacer equilibrios, bordear la línea…

LUIS

El piloto anunció el final del viaje. Se acomodó en su asiento. Le dolían las piernas. Se había quedado dormido en una mala posición. Estaba agotado. Se le había hecho eterno. Demasiadas emociones no expresadas. Sentía un nudo en el estómago, nauseas por todo el cuerpo… ¿Y si todo eso era un error? ¿Y si había dejado toda su vida para perseguir un sueño y todo salía mal? ¿Y si eso no era la oportunidad prometida?

Él ya no tenía edad para esas aventuras. Dejar a su familia, a sus amigos, todo lo que le importaba… e irse a tantos miles de kilómetros. Eso era más propio de veinteañeros, buscando su lugar en el mundo. ¿O no? ¿Quién decide esas cosas? ¿Quién decide cuándo tenemos que lanzarnos de cabeza hacia el infinito? ¿Por qué poner etiquetas a todo, hasta a los sueños? ¿Por qué poner fecha de caducidad a tomar las riendas de su vida y no seguir con la rutina, no dejarse llevar?

No. No iba a boicotearse a sí mismo. Había sido una decisión difícil. Algunas personas tampoco le habían ayudado mucho a tomarla, todo había que decirlo. Desde chantaje emocional a discusiones más o menos airadas. Pero había hecho las maletas. Cargadas de sueños, de decepciones y de muchas frases que se le quedarían grabadas en su mente.

La distancia no la hacen los kilómetros, si no las personas… Eso dicen. Claro. Eso dicen cuando no son ellos los que se van. Bajó del avión. Todos en fila. Como ovejas… Unos con más prisas que otros.

Encendió el móvil. Se conectó a la wifi del aeropuerto. Había quedado en que avisaría a su madre en cuanto llegara. Y, de pronto, un mensaje le sorprendió. Era un vídeo. Sonrió al ver a una buena amiga al otro lado. Estaba en su cafetería preferida, donde habían pasado muchas tardes.

“Hola, ¿te pensabas que te ibas a librar de mi? Ni de coña. Aunque hayas huido a miles de kilómetros, recuerda que las fronteras están solo en nuestra imaginación. Esta noche hablamos por skype. Bueno… tu noche, ¿es mi mañana o mi tarde? Da igual. Me lo dices. Y no se te olvide una cosa… Estamos muy orgullosos de ti. Muaacks”

LENA

Miró el ordenador. Empezó a escribir. Borró. Volvió a escribir. Suspiró. La maldita inspiración parecía haberle abandonado. Un solo párrafo le costaba horas y horas. Y ella tenía que presentar ese maldito artículo en menos de 24 horas. Pero nada. Tenia una idea pero luego… Las palabras no salían.

Y sabía que la culpa era suya. ¿Cómo escribir si se sentía vacía por dentro? Quizás era porque estaba demasiado agobiada. Quizás era porque los personajes de sus novelas, sus sentimientos, su tristezas, sus problemas… Habían llegado a inundarla demasiado. Era difícil de controlar.

Pasaba tantas horas diseñando personajes, dándoles vida… A veces hasta soñando con ellos. Les llegaba a querer, a odiar… Y cuando tocaba dejarles ir. Cuando tocaba terminar la historia… Algo se apagaba dentro de ella. Era difícil marcar la linea. Marcar la frontera. ¿Cómo hacerlo si a veces pasaba más tiempo con los protagonistas de sus libros que con la gente real?

“Tienes que conseguir que la gente se sienta identificada con los personajes” Y que fácil era decirlo. Qué fácil era dar consejos. ¿Y como conseguir crear personajes con los que identificarse y no involucrarse demasiado?

Y ahora que había terminado su última novela… Se sentía vacía. No podía cerrar el libro y olvidarse de todo. No podía. Necesitaba parar. Estar sola. Limpiarse por dentro y seguir. Quizás debería usar otra manera de escribir. Alguna que dibujara perfectamente la frontera entre la realidad y la ficción. Alguna que no le volviera loca, alguna que no le dejara vacía después… No. Ella no era así. Ella se involucraba hasta el final. Prefería estar un poco loca a no sentir, a no vivir.

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