Revista Deportes

Fútbol sala, primo hermano lejano del fútbol once

Publicado el 15 octubre 2014 por Davidmaldini @ConDdeDeporte

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Juan Carlos Ceriani tenía una preocupación importante en la cabeza. Era 1930 y la flamante victoria de la Selección de Uruguay en la primera edición de la Copa del Mundo de fútbol había elevado la popularidad del deporte balompédico hasta cotas insospechadas. Esa explosión de fútbol patrio había provocado, entre otras cosas, una “invasión” de chavales en la pista de baloncesto de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA), en pleno corazón de Montevideo, lugar donde el propio Juan Carlos era profesor. Los chicos querían jugar al fútbol como fuese pero no era precisamente sencillo buscar una explanada de cien metros con porterías para practicarlo. Por eso mismo, en un alarde de creatividad, unas porterías de waterpolo, una cancha de baloncesto, una pelota inspirada en el balón de balonmano, normas de deportes recogidas aquí y allá y ¡voilá! Acababa de crear un nuevo deporte, el fútbol sala.

 

Se trataba al fin y al cabo de la adaptación lógica de un deporte de masas. Para qué jugarlo en enormes espacios si la esencia del fútbol también se puede extraer en cualquier patio, plaza, parque y, en general, superficie lisa. Así nació la vertiente de calle del deporte esférico, primo hermano del fútbol grande pero con sus propias características que han terminado por convertirlo en una modalidad deportiva única.

Contexto de juego

Cien metros de longitud no son cuarenta. Sesenta metros de ancho no son veinte. Las dimensiones en uno y otro deporte lo condicionan todo. El Sala, creado para un contexto pequeño (básicamente el tamaño de una cancha de baloncesto), obliga a una reconversión total de todos los aspectos del juego. Por supuesto las porterías son más pequeñas: 3 metros de largo por 2 de alto. Nada que ver con los 7,32 metros del fútbol once, y el balón, inspirado en uno de balonmano, es más pequeño en diámetro y pesa más. Algo lógico si tenemos en cuenta lo que hemos comentado líneas atrás. Un balón de fútbol once no sería factible en un espacio tan reducido igual que unas raquetas de tenis no pueden utilizarse en una cancha de pádel. Además favorece el control al pie del mismo y la transición del juego que, por norma general, se realiza en raso, con pases cortos a poca distancia.

La superficie de juego varía por supuesto. El césped o la tierra, que tienen la característica de volverse irregulares y afectar al movimiento natural del balón cuando rueda, son sustituidos por una superficie lisa en su totalidad, parqué cuando es posible, lo cual reduce prácticamente a cero su influencia sobre el esférico o el jugador.

Desarrollo del juego

Se podría decir que uno y otro deporte se parecen en que hay que marcar goles en una portería con un balón esférico que se puede tocar con cualquier parte del cuerpo excepto las manos (excluyendo al portero). En lo demás, las circunstancias anteriores configuran dos deportes bastantes distintos entre sí.

El esfuerzo del colectivo se configura como algo fundamental en cualquiera de sus dos versiones pero con evidentes diferencias. El fútbol once se diseñó para un campo grande, cubierto por once jugadores en distintas demarcaciones. Significa que el esfuerzo personal va asociado a cada demarcación. Cierto es que un delantero puede y debe bajar a contribuir en tareas defensivas pero es un apoyo o complemento, no una obligación determinada por su puesto. En teoría, dispondría de dos cortinas defensivas por detrás suyo: centrales y mediocentro (o incluso pivotes), pero por lo general, son posiciones estáticas sobre el papel. Un lateral derecho presiona en su banda de acción y podrá hacerlo en un momento puntual a banda cambiada pero siempre determinado por una acción concreta que le obligue a ello, no porque deba hacerlo pues estorbará al compañero que ocupe esa banda. En el fútbol sala, la rotación determina el esfuerzo y por tanto cada jugador contribuye al mismo nivel defensivo y ofensivo en función de las circunstancias. Con un terreno de juego tan reducido la presión se localiza en casi todo el área de juego: quien conduce el balón y el resto de compañeros. Normalmente un jugador libre de marca genera una situación de evidente peligro al rival por lo que la implicación de los ochos jugadores de campo es total en cada momento: cuatro atacan y cuatro defienden.

Cualidades del juego

A pesar de las diferencias, cada una de las dos modalidades exige como es obvio un nivel técnico adecuado para desenvolverse correctamente en el partido, si bien, como es lógico,  se dan ciertas diferencias.

El fútbol sala requiere una calidad técnica con el balón entre los pies que no se requiere en el fútbol once. Mucho se habla en el fútbol grande de jugadores míticos que no destacaban por sus cualidades técnicas pero sí por su esfuerzo y dedicación, principalmente los centrales. En el sala esto es poco factible pues cada jugador debe tener la suficiente soltura para sacar un balón jugado en cualquier área del terreno de juego. Por ejemplo, el mítico “Tato” Abadía hacía las delicias de la afición del Compostela allá por los noventa, por su garra y por su lucha, algo que, notable y útil en el fútbol once, serviría de poco en el fútbol sala. Todo jugador de sala debe ser técnico, entendido en el sentido de tener un control suficiente en la conducción del balón. Existen muchos jugadores cuya talla técnica supera con creces la media: Ricardinho, Hamdaoui o Falcao son buena muestra de ello, pero no se requiere ser un maestro en el arte de la filigrana. Las claves son: conducción, pase, regate, control y disparo. Aplicables a ambas modalidades pero con diferencias en cuanto a su importancia.

La conducción es clave en el fútbol sala, tanto o más que en el fútbol once. Supone la posibilidad de manejar convenientemente el balón entre los pies y tener un dominio real sobre él a través de todos y cada uno de los gestos corporales. Que sea un factor más importante en el fútbol sala viene determinado precisamente por la escasez de espacios que obliga a sufrir la presión constante de cualquier rival en casi cualquier área del terreno de juego. Pensar y actuar en consecuencia sólo será posible en la medida en que el jugador haya trabajado lo suficiente esta faceta.

El pase en cualquier deporte es una pieza fundamental. No tiene ni más ni menos importancia porque es igual de esencial. Nuevamente los espacios generan diferencias entre una forma y otra de realizar el pase. La cercanía de compañeros y rivales en el sala obliga a ser rápido en el mismo y preciso también, si bien la composición del balón y la bota de suela lisa facilita esta faceta enormemente. En el once, cuenta mucho más la precisión (en conjunción con la recepción y control del mismo) pues existe además la posibilidad de realizar pases a larga distancia y cambios de orientación que no son posibles o factibles en el sala (siendo además una faceta, el juego por alto, poco amiga del fútbol indoor cuando el campo mide apenas cuarenta metros).

El regate es principalmente distinto. El fútbol once requiere de un regate en velocidad que maximice las posibilidades de evadir contrarios. Los gestos técnicos pueden ser aquí infinitos en función de la calidad del jugador. La diferencia básica con el fútbol sala radica en que por norma general el regate precede a una situación estática, es decir, con el jugador en parado o casi. Por eso, elementos como la finta, pivotando sobre uno mismo, se convierten en alternativas necesarias para ganar la ventaja respecto al rival. Sin espacio suficiente, saber regatear en el canto de un ladrillo da la ventaja a los jugadores que pueden sobre aquellos más limitados técnicamente. Ganar un metro en un sólo movimiento es más que suficiente. En definitiva, ambas modalidades permiten cualquier tipo de regate aunque lo habitual es abusar de la velocidad en el once y de la finta con gesto rápido en los pies en el sala.

Control y disparo pueden ir unidos de la mano pues son elementos base del deporte esférico. Por norma general, el peso de un balón de fútbol sala así como la suela lisa de una zapatilla de futsal facilitan su recepción pero finalmente dependerá de cada jugador y su calidad técnica recibir y controlar en óptimas condiciones. Y respecto al disparo (continuación del control: control-disparo, característica habitual del pivote), el fútbol sala entiende poco de precisión y sí de potencia mientras que podríamos decir que el fútbol once entiende de lo contrario. Con una portería tan pequeña y a tan poca distancia, con el portero bajo palos y posiblemente un jugador mínimo en la trayectoria, pensar en colocar el balón en la escuadra es una quimera. Aunque el jugador sepa qué hacer y hacia dónde disparar, lo razonable es rematar con dureza buscando el fondo de la red con un tiro seco y lineal. La parábola no suele ser una faceta muy habitual en el futsal. No así en el once donde una portería mayor de siete metros, mayores espacios y posibilidad de ganar la línea de ventaja y generar espacios, así como las características del balón, permiten optar por disparos con orientación, efecto o parábola sin necesidad de prestar tanta atención a la potencia.

Exigencia competitiva

El fútbol es deporte, sea cual sea su modalidad. El nivel de exigencia físico y mental es alto en ambas disciplinas. Cuando el balón está en los pies, se piensa en décimas de segundo. Seguramente el sala te deja menos décimas para decidir pero la rapidez es, en general, fundamental. Es cierto que el futsal se diseñó como un deporte intenso, de total implicación durante el periodo en el cual el jugador se encuentra en el terreno de juego. Por eso mismo, sólo dura cuarenta minutos y no noventa, y los cambios son ilimitados. Es complicado pensar en un jugador rindiendo todo el partido a máxima potencia y eficacia. Seguramente, no sea algo factible o recomendable.

Cómo encarar un partido es algo íntimo y personal de cada jugador. Los partidos de fútbol once permiten parones en el juego que dejan respirar el cerebro durante unos segundos, incluso cuando el juego se está desarrollando en la otra punta del campo. El agotamiento mental, como cualquier disciplina afecta de forma determinante. La ventaja del sala permitiendo el cambio en cualquier momento del desarrollo del juego, da la posibilidad de cambiar la perspectiva una vez que se entra de nuevo en acción.

Nivel táctico

En este aspecto lo mejor es resumirlo diciendo que se parecen como la noche y el día. La transición de balón es radicalmente distinta en cada modalidad. Lo mismo la ubicación de los jugadores en el campo. Sobre el papel parece más fácil distinguirlos en el fútbol once por el área de influencia que recorren (la famosa firma de calor que la FIFA ha comenzado a utilizar desde el pasado Mundial que mide en colores el área del campo que más frecuenta cada jugador) pero los aspectos en general, son diferentes, algo que daría incluso para un post entero. Como ya se ha dicho, la rotación en el fútbol sala genera un dinamismo, sobre todo estético, que es complicado ver en el fútbol grande, consecuencia lógica también del espacio de juego y el número de jugadores que lo pueblan. Pero en general, son dos disciplinas distintas con características propias que llenan manuales y libretas de entrenadores de medio mundo.

Conclusión

En definitiva, son dos modalidades distintas, que nacieron de una misa raíz y terminaron por desarrollarse como dos deportes completamente opuestos, aunque no por ello complementarios. De hecho la FIFA engloba ambos deportes desde hace varias décadas por entender que en el aspecto genérico son el mismo deporte, con los mismos objetivos. Pero ya hemos visto (y muy resumido) que poseen enormes diferencias. Decantarse por una u otra modalidad es una cuestión de gusto y motivación.

DAVID ABELLÁN FERNÁNDEZ

 


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