Revista Cultura y Ocio

Galería de favoritos 17 / Katherine Hepburn

Por Calvodemora
Galería de favoritos 17 / Katherine Hepburn
Fotografía: Richard Avedon, 1955
Una vez me preguntó un amigo si era capaz de escribir en cualquier momento: le interesaba conocer si la inspiración acudía en cuanto se la llamaba o se resistía, si se podía substraer uno de lo que le circundaba y centrarse en la escritura. Recuerdo la pregunta, no qué le contesté. En todo caso, podría hacerlo ahora, si me lo encontrara de nuevo. Le diría que no. No siempre posee uno iniciativa, no concurre el arrebato creativo (pongamos que sea un arrebato) y salen las palabras como si se hablasen, sin que una censure otra y, conforme se escriben, uno perciba que son esas las que más convienen a lo que se desea contar, aunque más tarde haya corrección (yo hago desgraciadamente poca y hasta a veces ninguna, vicio del que no consigo desprenderme) y el texto se mire al espejo y observe en qué flaquea o qué precisa para resultar mejor.  Cuando pude, le hice esa pregunta a Fernando Savater: recuerdo que le hablé de Borges y de Cortázar, por si entablábamos una conversación más larga (que no se produjo, iba con prisas el hombre, no fue cercano como yo habría querido ) y sobre la inspiración, requiriendo yo que me confiase el lugar de donde procedía. Se rió y me tocó el hombro, como si hubiese formulado la pregunta más difícil de contestar de todas. Probablemente lo fuese. Ahí es adonde voy. Katherine Hepburn, de haber sido preguntada sobre el origen de su inspiración, no habría sabido qué contestar. Ella era actriz a tiempo completo, no tenía que hacer forzamiento alguno. No hay otra, no al menos para mí, que tenga el don de la interpretación tan a la vista, como si fuera de las tablas del teatro o de la pantalla de cine también ejerciera ese oficio y no quedase nada de ella, de la persona. Es la actriz absoluta, el regalo que alguna divinidad aficionada a la mentira (la literatura es una mentira consentida, el teatro es otra, el cine lo es en idéntica manera, quizá más acelerada) hizo a la raza humana. Se dedicó a hacer cine cuando otros hacían películas. No tengo constancia de ninguna (no creo que haya visto todas las suyas) en donde se aprecie que sea remisa en su entrega, siempre está espléndida, nadie llena como ella una pantalla. Como me mueve la pasión, no me pongo ahora a pensar en otras que la llenan igual, ni voy a pensar en ellas, disculpad mi obcecación de hoy. También está la mujer detrás de las películas: la que contravino el modo en que las mujeres eran consideradas en el Hollywood dorado (tan de hombres entonces y más tarde y casi aun hoy) o el carácter indomable (como la fierecilla del clásico de Hawks) de su personalidad. Todo eso es un añadido biográfico, que uno conoce pero con el que no se desea contar. Tampoco el amor eterno con el eterno Spencer Tracy. Sólo estoy contando el tamaño de su cuerpo. Ocupaba toda la pantalla. Entera. Anoche (ya tarde, había dormido una siesta indecente) volví a ver Historias de Filadelfia. Fui feliz como sólo es feliz el que profesa no el amor al cine, sino incluso el amor a ciertas películas, el amor a ciertas caras, el amor a cierta manera de andar también.

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