Revista Cultura y Ocio

Galería de favoritos 26 / Humphrey Bogart

Por Calvodemora

Galería de favoritos 26 / Humphrey Bogart

Fotografía: Richard Avedon


En ocasiones, conviene cierta contención en el rostro, prevenir que alguien confíe en que esa aparente naturalidad de los gestos vaya a facilitarle ningún tipo de acceso. Por eso la dureza, por eso la apariencia granítica. De ahí procede después el ánimo puesto que la cara es espejo de lo adentro y uno afecta indisolublemente a lo otro, aunque haya quien sostenga lo contrario y lo asiente con la ciencia y lo confirme con sí mismo. No hay día en que no encuentre gestos en los otros que después, estudiados en firme, dan crédito a lo que uno sospechaba. Las caras tristes, a poco que las estudias, informan de almas tristes. Las alegres, sin ese gasto psicológico, almas alegres. También hay excepciones, siempre las hay, hacen que vivir sea un asombro continuo. Es en el término medio en donde probablemente podemos encontrar las más entusiastas adhesiones al siempre alentador género humano, pero yo prefiero los extremos. Los prefiero, al menos, en la ficción, en la restitución de una literatura o de una buena historia contada en una pantalla de cine. De Bogart, aquí tan a punto de darte una hostia o de echarse a llorar, quién sabe, en el fondo, me quedo con sus personajes atormentados. Los otros, los más dulces, los rehúyo. Me aportan una cantidad irrelevante de placer, me llenan menos de lo que mis vicios querrían. Al vicio hay que abastecerlo sin pudor, darle esa punzada de lirismo violento, involucrarle en el relato del mal y acostumbrarlo a pensar que siempre hay tiempo de la templanza. Que en el rostro de Humphrey Bogart está el periplo de la entera raza humana. Ahí están los bárbaros invadiendo Roma y el bardo escribiendo el último verso antes de abrirse las venas y la luz precipitando su belleza en las cavernas absolutas del sueño. No vengan a otra cosa. Aquí, en su más elemental disposición, está el hombre. Con su miseria. Con la altura de su corazón. Con toda la evidencia del caos que lo carcome dentro. Con la ternura de los ojos. Vean, por favor, toda la ternura enmimbrada en esos ojos, la punzada del amor, el destello que produce.

La suya, la de Bogey, es la historia de un hombre pequeño con una astilla en el labio.

Hablaba como si masticara algo. Lo quemaron medio millón de whiskies. Lo leí el otro día y no se me ha ido de la cabeza. De la cabeza a veces no se van las cosas irrelevantes. Que medio millón de whiskies y un severo cáncer de esófago se llevara a este tío enjuto, cabezón, huesudo y arrastrado en el habla (hay que poner DVDs en versión original, tirar de subtítulos y disfrutar con su deje un poco gangoso y reptil, por lo de la astilla, presumo) entra en mis planes. Quizá porque habrá cientos de miles de tíos como él que se perdieron en el alcohol y dejaron este mundo temprano. Vi morirse a un amigo que se suicidió a base de gintonics y de blues a media tarde. No es una frase bien montada ni estoy en plan poético; así sucedió. Hoy he pensado en Bogart y en el suicidio asistido que supone ponerse ciego de alcohol desde que abre el día hasta que se despeña en el horizonte. Incomoda el fondo del vaso, perturba. Como si desde allí Bogey mirara y recriminara o pidiera, qué sabe uno, un vaso para él, para recordar viejos tiempos. 

Caso de que Bogart hubiese vivido algunos años más, habría tenido que mantener a su esposa (Lauren Bacall, que ya tenía medios para subsistir ella sola) y a su barman. El chiste no es mío, claro. Bogart tuvo ese aire canalla de chico de barrio que escalafona y se come el mundo desde su estatura pequeñita y su cara de estibador o de camionero: era de esos hombres que, cruzándonos con ellos en la calle, no reparamos en su rostro, en lo que ese rostro puede significar en la historia no ya del cine, sino del siglo XX. Bogart murió de una afección hepática o de un cáncer de pulmón o comido por alguna dolencia enorme y necesariamente mortal: no se veía salida distinta a una vida excesivamente escorada al exceso. "El camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría", escribió William Blake. Yo añado, mosdestamente, que se muere uno joven y sabio, y tampoco la acuñación es mía del todo: es el lema del rock, del pop, del capitalismo consumista y de ese siglo XX que acabamos de nombrar como envoltorio de la vida de este hombre irregular, imperfecto, curtido en mil batallas y conocedor, como pocos, de las artes de la buena vida. Rodando La reina de África ue, junto con John Huston, el único que no se vio aquejado por unas fiebres palúdicas o algo así, adquiridas por la ingesta del agua contaminada de la zona. Ni Huston ni Bogey bebieron una sola gota: se atizaban tragos de bourbon como sustituto de la no confiable agua. Y así vivió, entre la chulería y la modestia, porque parece que era un hombre sencillo, nada ostentoso con su fama, frecuentemente tímido y, en absoluto, embebecido de sí, como otros divos de la época, mucho peores actores, encima. Sus besos fueron considerados siempre buenos o de los mejores, y nunca fue un galán. Su labio partido, con una astilla dentro, le daba una voz profunda, gangosa, como perdida en un vértigo de dolores, pero venía que ni inventada a posta para darle a sus gangsters, a sus fuera de la ley, un aire de fracasado solemne, de héroe pobre que nunca llegará a casarse con la niña rica. Humphrey murió en decenas de ocasiones: no le importaba. ¿ Qué era morir en un film ? Vendrían otros. No estaba, en absoluto, pagado de sí, únicamente por su diálogo con Sam junto al piano en el Ricky's de la inmortal Casablanca o por su cháchara con Claude Rains en la niebla de aeropuerto al final de la cinta tendría un hueco, uno grande, en la Historia del Séptimo Arte, pero Bogey hizo más. Su ruda melancolía ha ocupado cientos de films memorables, cientos de pósters: era como el Brad Pitt, en feo, de los años cuarenta o cincuenta, aunque ninguna chavala quisiera presentárselo a sus padres. Su masculinidad ha alimentado una mitología inigualable: ningún otro actor ha cubierto como él ese sector, ese umbral finísimo entre el tipo corriente y el mito inalcanzable: él fue todo eso y lo fue en grado sumo. Tras ocho vasos de whisky estoy en plena posesión de mis facultades", decía.Esta noche me tomaré un bourbon en su nombre mientras coloco en el DVD El tesoro de Sierra Madre, que da un Bogart puro, perdedor e íntimo, héroe de nuestro corazón más humano, accesible y puro.



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