Revista Cocina

GALLETAS DE LENTEJAS [La vecina]

Por Anamelm

CAL 548,9 · HC 50,2 · PR 12,4 · GR 33,4 [100 G]

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La relación con nuestra vecina de al lado, comezó mucho antes de que mi vecina comprara la casa y se mudara al edificio.

Ella no lo sabe, pero antes de que decidiera mudarse a nuestro lado, nuestra gata y su casa habían iniciado una relación.

La casa en cuestión, es un piso de tamaño mediano en un edificio de corrala. Sus antiguos dueños lo abandonaron a su suerte, de modo que pasó a ser propiedad del banco y posteriormente, de mi vecina. De ellos no sé nada, el piso estaba vacío cuando yo vine al edificio.

Y no tenía ventanas. Y si juntamos corrala + sin ventanas + gata en la misma ecuación, ya os podéis imaginar a donde se iba de excursión mi pequeña dueña de cuatro patas en cuanto abríamos una ventana y podía salir al pasillo. Al piso de al lado, claro.

¿Que la gata se aburría de su relajada vida de sofá y silla giratoria? Se iba al piso de al lado. ¿Que la reñíamos por cualquier trastada que hubiera hecho? Se iba al piso de al lado. ¿Que la liaba parda y se olía la bronca? Pues eso.

Y un buen día, el piso de al lado, fue vendido, posteriormente reformado [con un gran escándalo de yeso, escombros y radiales a todo trapo a la hora de la siesta] y habitado. Por Rogelia, o Roge. Más maja la Roge.

Que se vino de su otro piso en el mismo barrio por el ascensor, aunque vivamos en un primero, la Roge. Un encanto de mujer, eso hay que decirlo. Y una cotilla de armas tomar.

Tenía la Roge mucha curiosidad por varias cosas relativas a nuestro piso, a saber: qué hacíamos tres personas viviendo juntas y qué relación había entre todos [vikingo, servidora y una amiga que pasó una temporada viviendo con nosotros], qué tipo de gente era esta que siendo jóvenes no está nunca en casa y cuando está, ni se nos siente [la música se pone al fondo de la casa, si viviera al otro lado no diría lo mismo de nosotros, ejem] y por qué el vikingo nunca salía a trabajar, entre otras cosas.

También tenía una gran curiosidad por nuestra casa. Vivimos al fondo de la corrala, en el lado más corto, pero tenemos la casa más larga. La distribución de nuestra vivienda le traía de cabeza, y no es para menos. La casa, es peculiar. No conseguía armar en su cabeza un puzzle razonable de puertas y ventanas, y no comprendía qué clase de vivienda tenía una distribución tan loca.

Así que en cuanto pudo, la Roge se coló en casa.

Un día la gata, que se había asignado un derecho de paso a la casa de mi vecina, se coló en su cocina a ver que tenía la Roge de cenar. Y claro, hubo que ir a buscarla.

Y así como sin querer, como que empezamos a hablar en la escalera, que contenta estoy con mi reforma, chicos, me han dejado la casa… ya que estáis os la enseño y tras la visita de rigor oye Roge, que te han dejado la casa fenomenal la pregunta: Chicos, y vuestra casa… ¿a dónde da?

Y claro… pasa, pasa mujer, que te la enseñamos. Un día de diario, de esos que no has limpiado el suelo en cuatro días. Que no has pasado un trapo a los armarios de la cocina, que por cierto está hasta arriba de moldes, galletas, rejillas y harina por todas partes. Que no has recogido los cuatro envases de frutos secos que tenías para cocinar. Ni has fregado. Ese día que la colada te ha superado y hay parte de ella en el suelo esperando turno para la lavadora.

Y la habitación de tu antigua compañera de piso parece el desván de la tribu de los Brady.

Ese.

Ni el de antes, ni el de después. Justamente, ese.

Y tú con tu mejor sonrisa. Estoooooooooooooo la casa está un poco desastre la verdad… ejem… quieres una galletita? Las acabo de hacer! 

Y la Roge coge una galletita. Y le encanta. Y le suelto Son de lentejas y la Roge aún no se ha repuesto del susto.

Yo le quería explicar a la Roge que en realidad soy un poco más ordenada de lo que parezco, pero esto es a nivel interior, porque a nivel exterior entre el trabajo y la militancia a mí la vida no me da para limpiar cristales todo el tiempo. Y la cocina está perfectamente recogida y reluciente un día a la semana, los demás está como se puede. Y el baño brilla con brío cinco minutos, más no.

Y la gata me llena de pelos el sofá, la silla de trabajar y la vida misma, y no puedo ir todo el día con el cepillito sacando pelo de gata de todas partes, porque a veces hago bolas de pelo tan grandes que si les pongo nombre y les doy pienso, crecen.

Y no, de verdad, no somos unos guarros, al menos… interiores. Luego la vida llega para lo que llega, y entre limpiar y vivir nos quedamos con lo segundo la mayor parte del tiempo. Que también limpiamos, ojo. Pero limpiamos menos y vivimos más.

Y como estamos alquilados, no hemos pintado la casa porque no podemos poner colorines, los muebles son los de la casera y son oscurísimos para el piso y no pegan con nada, y el suelo es catastróficamente feo, pero muy fresquito en verano.

Y sí, que de verdad que no te engaño, que son de lentejas. De una tipa que se llama Bal Arneson, que es hindú y mola mucho.

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  INGREDIENTES [60 GALLETAS]   Lentejas rojas, 150 g [Peso cocidas: 380 g] Mantequilla, 190 g Azúcar moreno, 165 g Huevo, 1 Harina integral, 120 g Bicarbonato, 1 cucharadita Vainilla Avena, 80 g Almendras laminadas, 90 g Semillas de calabaza, 75 g

Chips chocolate, 110 g

MODUS OPERANDI

Comenzamos cociendo las lentejas. Son lentejas rojas, las he escogido porque son muy suaves, no tienen piel, y no necesitan remojo. Resultan perfectas para este tipo de recetas, pero puedes usar cualquier otra variedad, sin problema.

Cocemos las lentejas rojas unos 12-15 minutos, como decía, sin remojo previo. Las escurrimos bien, y las reservamos en un bol amplio.

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Mientras hacemos esto, ponemos el horno a precalentar a 250ºC.

Si la mantequilla no está a temperatura ambiente, la ablandamos un poco en el microondas, hasta que esté en punto pomada [me pasé un poco y la dejé líquida… tampoco pasa nada, aunque la masa es un poco más pegajosa así]. Añadimos el azúcar y la mantequilla al bol de las lentejas y batimos ligeramente.

No se trata de reducir las lentejas a puré, aunque una buena parte va a deshacerse por completo durante el proceso, no debemos esforzarnos en tener una masa de textura uniforme, queda más bonito con lentejas enteras.

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A esta masa le añadimos el huevo ligeramente batido, la harina con el bicarbonato y la vainilla, y finalmente la avena en copos.

Sobre esta base, en realidad podemos hacer las galletas con lo que queramos, y añadir los frutos secos que se nos ocurran o lo que tengamos a mano. Incluso si tienes un paquete de muesli que hace tiempo que no usas, puede ser un final muy digno para él.

Añadimos uno tras otro y en cualquier orden los frutos secos y el chocolate.

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Removemos bien hasta tener un engrudo uniforme, que iremos colocando en pequeños montoncitos en una bandeja para galletas, o en una bandeja de horno sobre papel sulfurizado. En este caso, dejamos espacio entre ellas, porque crecen.

Las horneamos a 180º, unos 10-12 minutos.

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