Revista Religión

GARCÍA APARICIO, Francisco Javier La generosidad de Luz María

Por Joseantoniobenito

GARCÍA APARICIO, Francisco Javier La generosidad de Luz María


GARCÍA APARICIO, Francisco Javier La generosidad de Luz María (Sindéresis, Madrid, 2018, pp.105)

Su lectura me deja la paz de "Historia de un alma" de santa Teresita, la belleza sorpresiva de "Platero y yo", el encanto de "El Principito", la fuerza del testimonio de conversos como García Morente  y la hondura mística carmelitana del "muero porque no muero" de Teresa y el Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz. Por tanto, comienzo por dar las gracias al autor. De corazón. Quiero ser muy breve para animar a mis lectores con la lectura del preciso texto.

De modo poético y con hondura filosófica, sin faltar a la verdad y sencillez, se nos cuenta la muerte de Luz María, a los 53 años de edad, religiosa de las Hermanitas de Belén, psicóloga por la Universidad de Salamanca. Paralelamente se nos narra el "milagro" de la conversión del autor, su hermano, filósofo agnóstico que recobra la fe vivida en la niñez.

En la dedicatoria se agradece al Camino Neocatecumenal y a la congregación Hermanitas de Belén por ayudar a Luz María "a encontrar el camino de vuelta a Casa"

En doce breves capítulos, acompañados de decisivos textos bíblicos y oportunas vivencias, se relata de modo discontinuo la trayectoria de Luz María, especialmente los últimos momentos de su vida en el convento. En todo momento se sentirá guardada como "la niña de tus ojos" (Salmo 17), se hace niña (Mt 18, 2) y puede balbucir en medio del dolor y en vísperas de su muerte: "Se lo he dado todo a Dios. Dios es bueno". De igual modo su madre, en el momento de máximo dolor, da "gracias a Dios por sus 53 años". El propio autor nos brinda un hondo y bello relato de su conversión gracias a la vivencia gozosa de la muerte de su hermana que les comparto:

"Fue en el Gran Silencio monástico de las Batuecas donde empezó a ocurrir lo que quiero contaros. Meses después del fallecimiento de Luz María, en la Semana Santa posterior, se me reveló -si se me permite decirlo así- un sentido más profundo del significado teológico de esa escena, supuesta naturalmente, de la Virgen con su hijo en brazos atrás el Descendimiento.

Había estado varias veces en la basílica de San Pedro en Roma, y la bella escultura -que solo ahora me parece sublime- de La Piedad de Miguel Ángel había permanecido muda. Claro está - el profundo misterio que quiere representar es "invisible a los ojos", como todo lo esencial.

…Fue en medio de los ritos que reavivan aquellos arcanos acontecimientos de la Pascua de Jesús, vi nítida la imagen de María, la doliente y serena generosidad en su rostro entregando a su Hijo al Padre. Se me figuró, de pronto, ese amor que trasciende nuestra animalidad, la resistente biología que nos subyace; ese amor que nos permite, incluso, superar la humanidad que se resiste a encajar esa pérdida que habría de matarnos…Y pude "ver", y esto es lo que quiero contaros, porque sobre la  evocación de aquella imagen sublime de Miguel Ángel que se me venía, sobre aquella conmovedora escena teológica que representa, se sobreponía en mi corazón, como un calo preciso, esa otra imagen de mi madre dando gracias a Dios, acurrucada aquella tarde en el amor de su hija que se moría…Allí, en el silencio de aquel santo monasterio, se me regaló esta visión sobrecogedora, se me mostró la naturaleza y el poder de ese amor confiado que permite a una madre entregar más que la vida: la vida de una hija.

La cruz misma se llenó esa tarde de un sentido nuevo, inusitado, que me removió en lo profundo en aquel silencio del monasterio del Carmelo. Cuando entonces la miraba, cuando desde entonces la miré, puedo decir "veo" – en el sentido bíblico del término- la generosidad extrema de Jesús dando su vida para salvar a mi hermana…Y esa sencilla revelación suscita en mí, desde entonces, una extraordinaria sensación de agradecimiento, un agradecimiento desconocido hasta ahora, profundo y conmovedor que me sosiega.

También vi, y desde entonces veo, clavada en ella a mi hermana. No la veo perdiendo su vida, la veo entregándola- un poco también por mí- con la cara iluminada por la luz del Cielo que en ella se complace. Muriéndose, pero con sus generosos brazos abiertos otra vez de par en par como cuando se consagraron. Veo su "hágase" y a través de él, esa Verdad que salva de la muerte"· (pp.65-67)

Entre las muchas sorpresas encerradas en el centenar de páginas están la entrañable página manuscrita de Luz María en la que se refiere al Cielo como algo "familiar" (p.99), la gracia del aprobado de las Oposiciones como profesor de Instituto por intercesión de san José (p.97) y el sentido "excursus" escrito al tercer día de su muerte (Cáceres, 3 de diciembre 2015). Culmino con sus últimas palabras: "Mi hermana ha muerto. Fue desde siempre una mujer sencilla; nunca se tuvo en valor…Aun así, se achicó hasta no poder más. Kénosis, lo llaman los místicos…Pero, llegada la hora, ganó la gran batalla. Miró a la muerte a la cara y le sonrió, confiada, tranquila. Y yo vi La Verdad -tal vez me equivoco- en la bondadosa belleza de sus manos vacías" (p.105)

Más información: https://editorialsinderesis.com/wp-content/uploads/texto-la-generosidad-de-luz-maria.pdf


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