Revista Opinión

Gato Gordo bajo aviones

Publicado el 20 agosto 2017 por Carlosgu82

-Gato Gordo, ven a casa, entra ya!!

No puede este felino de 7 años quedarse quieto vale, es un enorme gato amarillo con hermoso rostro y mirada de angelito. Cada día, todos los días desde mayo 2010 mi hermoso gordito se pasea por todos lados como un actor. Camina fino, si lo llamo se voltea con elegancia, me ve y sigue si no le tengo un obsequio.

-Dime la verdad gatico bonito, ¿por qué eres tan elegante con tu gran barriga? Le digo de cerca.

Sus ojos son dos metras amarillas intensas, mientras le hablo no los cierra, es un animal fiel. Lo dejo ir a su lugar favorito, la ventana. Allí sueña por horas hasta que las tripas lo obligan a su meowww meowww. No hay ninguna historia que cuente sin la gracia callada que regala el Gordo. En su plato lleno de crujientes galletas se perdió por un buen rato, y a mí siempre frase después de comer a dormir todo el mundo, y soy yo quien cae rendida.
No tengo idea de la hora, el ruido sacude todo, entre la noche y el día, amanece, eso sí. Por la puerta salen aquellos que cargan maletas, veo gente en las escaleras camino abajo. Nadie responde, decido seguirlos pero un momento, qué es aquello que se mueve y no distingo, pues qué más, mi súper gato amarillo, haciendo espacio entre los vecinos a punta de maullidos. Nada vale, el ruido proviene de unas aeronaves que sobrevuelan mi barrio, nos atacan.
El zumbido asusta, un avión sin bandera se ve pasar junto a la ventana, el señor Leonardo no deja de gritar por ayuda a Dios, solo lleva la Biblia en brazos. En la calle, todos reunidos en abrazos, lloraban. Logré bajar con apenas un abrigo y una manta para el gran felino parado encima de un auto, me veía tranquilo. El edificio ya vacío, muchos con sus hijos, perros y hasta pájaros al hombro. Nadie cargaba un puto radio que dijera lo que ocurría. Quienes cargaban teléfonos móviles se tomaban fotos selfies, otros llamaban sin respuesta.
No tardaron las bombas en sonar cerca, o la angustia hacia el efecto de acoso por un enemigo agresivo. Abracé a mi mascota, y sentada junto al hombre de la Biblia, esperé noticias como el resto.
-Estos son los jinetes del Apocalipsis. Me contaba Leonardo, y por allí comenzó a relatarme cómo sería el fin de la Humanidad. Solo el Gordo le puso atención.
-Fíjate, el cielo está rojo, la gente confundida, y esos aviones lanzan fuego. Definitivamente, esto termina muy pronto, mejor recemos. Lo miré en silencio, preferí buscar un lugar seguro para resguardarnos. La calle no tardó en colapsar, se me ocurrió preguntar qué pasaba con esos aviones sin bandera conocida, me dijo un policía que Estados Unidos decidió arrasar con todo para robarse las minas del oro azul que justo se encontraban en esa montaña que veíamos. No pude creerlo, vi a un profesor de lenguas conocido de la zona, y estaba tan desorientado que le puse mi manta, lo senté en la acera y seguí caminando. El gato no dejaba de en su lenguarada, hablarme. Eso fue lo único lógico que entendí esa tarde.
No creí nunca que de veras íbamos a sufrir una invasión extranjera. Las noticias carecían de veracidad. Por la señal de un teléfono pude ver un uniformado explicando algo, movía sus manos y tenía el rostro serio.
-Se los dije, esos aviones son mercenarios, no militares y quieren someternos. Empezó a gritar el hombre que mostraba a todos la noticia.
La verdad que no tuve miedo, me preocupaba mi gato, pero a él no le importaba nada. Caminaba elegante entre las personas que lloraban. Un niño intentó agarrarlo y éste brincó a mis hombros. No antes con sus paticas, hizo gesto de no quiero jugar contigo, al pequeño.
La situación era una sola, estos aviones nos volaban encima, nadie sabía nada y nos estábamos acostumbrando a eso. El hambre sonaba en mi barriga, pero el aburrimiento era más intenso. Mi gato estaba igual, aburrido.
-Vamos a quedarnos quietos aquí, escuché detrás. El señor Leonardo se acostó debajo de un árbol, puso la biblia de almohada y no dijo más nada. Echó a roncar tranquilamente. Vi a mi gato enrollado en su regazo.

Sin camino seguro, lo cargué dormido, a mi gato. La noche estaba muy oscura, las luces que sonaban duro eran de los aviones que ahora se reían de mí. Un bombillo se quemaba encima de mi cama, chispeaba en azules y rojos.

La luz vino y se fue tanto, Gato Gordo en mi barriga chillaba, quería despertarme, su hambre superaba todo mi extraño sueño.

¿Seguimos la aventura?

Me dicen y echamos paticas.


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