Portugal es para mí un país de belleza agrietada y aun así brillante; cuando se está allí, se respira su grandeza decadente y aun así asombrante; se percibe un estilo de vida reacio a las urgencias y hasta a la moda; impermeable a las novedades más vulgares. Las liturgias de la prisa y de la apariencia allí parecen desinflarse algo. La nostalgia es el sentimiento que prevale en mi cuando allí paseo, miro, hablo, escucho, pregunto. Se respira personalidad; se respira autenticidad; se respira lo antiguo que te acompaña llevándote hacia lo moderno; se respiran las voces, los sonidos y los olores de otros lugares muy lejanos que allí están presente.
Un fragmento de todo este poderoso coctel de sensaciones lo encontramos en Tomar, la ciudad de los templarios a la cual he dedicado mi nuevo artículo para la plataforma Dodho.
En Portugal los templarios eran una orden bien asentada, “enrollada” y protegida por los reyes de entonces, porque les habían echado una importante mano durante la “reconquista” contra los musulmanes. En Portugal, para proteger los templarios, los reyes portugueses cambiaron el nombre de la orden, llamándola “Orden de Cristo. Decir Tomar, es decir el Convento del Cristo, epicentro del poder de los templarios en Portugal.
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