Revista Opinión

Gobernar bien es fácil, pero el alma corrupta de los políticos no lo permite

Publicado el 21 abril 2013 por Franky
Gobernar bien es fácil, pero el alma corrupta de los políticos no lo permite Gobernar bien es mas fácil que gobernar mal, pero los compromisos contraídos, las alianzas, el ansia de poder y, sobre todo, el alma degenerada y corrompida por el poder que poseen los partidos políticos y los políticos profesionales lo impiden. Al PP, al que los españoles regalamos una hermosa mayoría absoluta cargada de esperanza, porque creíamos en sus promesas y pensábamos que iban a limpiar el país de corrupción y abuso, le hubiera resultado muy fácil ponerse del lado del pueblo y gobernar de manera decente, pero han optado por traicionar las promesas y beneficiar a los corruptos y usureros, dando la espalda a los ciudadanos y a la democracia.

Al PSOE de Zapatero le ocurrió lo mismo. Fue elegido porque la gente creyó que Aznar mentía y era demasiado arrogante. El país se dejó engañar por la sonrisa azul de ZP y él nos pagó aliándose con la banca, con los corruptos y con todo lo que le ayudaba a mantenerse en el poder a toda costa, aunque para ello tuviera que arruinar la nación y dar alas a los nacionalistas que mas odiaban a España.

¿Por qué los partidos terminan siempre por traicionar al pueblo y por beneficiar a los corruptos y desalmados? La respuesta es sencilla: porque los partidos políticos son organizaciones pervertidas, en cuyo seno no se cuece nada bueno y sus líderes no se han preparado para defender el bien común y respetar la democracia, sino para mantener el poder a toda costa y para practicar el saqueo, la mentira y el abuso.

La clave del drama está en la esencia perversa de los partidos políticos, organizaciones cerradas donde se aprende todo lo malo de la política y donde los valores mas elementales están ausentes. En los partidos no existe el debate libre, ni la libertad de pensamiento, ni la búsqueda de la verdad, sino la sumisión al líder, el culto a la personalidad, el valor de la propaganda, el desprecio a la verdad y el concepto de servirse de la política, que ha suplantado al de "servicio al ciudadano". Dentro de los partidos se aprende a anteponer siempre el bien del grupo y los intereses propios al bien común y al interés colectivo.

La conclusión es evidente y nítida: mientras existan los partidos políticos, no existirá la democracia, ni el respeto al ciudadano, ni sobrevivirán otros valores que la mentira, el abuso y el egoísmo.

Problemas tan graves como el de las participaciones preferentes, una estafa monumental practicada por los bancos con el apoyo y la bendición del PSOE y del PP, nunca se habrían producido en una democracia auténtica, donde el bien general privara sobre la miseria y el egoísmo. Pero, una vez producido el daño, sería fácil repararlo ordenando a los bancos que devuelvan hasta el último céntimo entregado por unos ciudadanos que no querían especular con esos valores, sino depositar su dinero en lo que nos decían los directores de las sucursales: "un producto que es igual a un plazo fijo, pero que rinde mas".

La deriva escandalosa de la Jefatura del Estado, cuya familia está bajo sospecha y algunos de sus miembros señalados como corruptos, no habría sido posible si el monarca y sus allegados no hubieran sabido que los partidos que gobernaban España, manchados también de corrupción, abuso e ignominia, iban a permitirles cualquier desliz o utilización del poder y de la posición en beneficio propio.

El drama de los desahucios no le habría durado a un gobierno verdaderamente demócrata y decente ni medio asalto. Habría bastado con negociar con los bancos que cuando se desahucia la primera vivienda hay que estudiar el caso para evitar injusticias y tragedias.

Si los partidos no fueran asociaciones muy parecidas a bandas de maleantes, no habrían permitido que miles de políticos se enriquecieran con robos de dinero público, ni los habrían protegido porque "son compañeros", ni habría sido posible el saqueo vergonzoso y delictivo de las cajas de ahorros, ni habría sido posible que los ladrones y saqueadores sigan libres, sin pagar por sus crímenes y sin que ni siquiera les reclamen lo robado.

Si los partidos fueran organizaciones válidas y decentes, no mantendrían, en contra de los deseos de los ciudadanos, el insoportable e incosteable tamaño del Estado, plagado de enchufados sin otro mérito que ser familiares o amigos del poder o militantes con carné de partido.

Si, por último, los partidos y los políticos fueran personas con entrañas y decencia, se morirían de vergüenza y dimitirían ante los datos que, a pesar del maquillaje oficial, arrojan las encuestas, en las que los ciudadanos señalan la corrupción política como el segundo gran problema de la nación y a los mismos políticos como el cuarto.

La clase política sabe que sin confianza de los administrados en sus administradores, la democracia no puede existir, pero disimulan, se hacen las víctimas y llaman "nazis" a los que protestan por sus desgracias y humillaciones, cuando son verdugos empedernidos. También saben que gobernar con la opinión ciudadana en contra es un pecado contra la democracia que deslegitima a los gobiernos, pero ellos ponen cara de poker, rearman a la policía, refuerzan la mentira del periodismo y siguen gozando del festín.

Simplemente, son indecentes.



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