Revista Coaching

Gracias a… “Españoles en el Mundo”

Por Antonio J. Alonso Sampedro @AntonioJAlonso

Españoles en el Mundo

Confieso que, hasta hace poco tiempo, no he logrado aclarar del todo un enigma en forma de paradoja territorial y cuya evidente simplicidad encierra algo más de lo que pueda parecer.

Desde pequeño y durante muchos años no he oído otra afirmación por parte de personas y medios de comunicación que aquella que aseguraba que como en España no se vivía en ningún otro lugar del mundo, llegando incluso a manejarse en este sentido algunas estadísticas que aparentemente lo corroboraban. Si a esto le unimos que yo comencé a viajar al extranjero a mediana edad, es fácil entender que también fuera preso de esta provinciana creencia, más propia de anticuadas veleidades autárquicas cuyo sabor endogámico no resistiría un riguroso análisis social.

Es evidente que lo que los medios dan los medios quitan y gracias al éxito de programas al estilo… “Españoles en el Mundo” ahora sabemos que, a la pregunta de si volverán a España, los felices expatriados entrevistados coinciden con una espontánea unanimidad más que elocuente: todos están encantados de vivir en el extranjero y “quizás algún día” se lo planteen. Por aclarar las cosas diré que estos programas comenzaron a emitirse con anterioridad a los años de crisis económica, por lo que cualquier explicación relacionada exclusivamente con asuntos de necesidad laboral no sería del todo concluyente.

Algo similar ocurre también con ese sentimiento muy mayoritario y tan arraigado por el cual el lugar de nacimiento de cada cual se constituye en el paraje más bonito de España, lo cual parece harto difícil de ser posible a poco que utilicemos el sentido común y la estadística.

Ahora, más viajado y estudiado, diré que en mi opinión España no necesariamente es el mejor lugar para vivir del mundo (aunque no podría precisar con exactitud cuál es) y además debo reconocer que nací en una población que nunca será merecedora de participar en un concurso de belleza urbana. Estas manifestaciones mías pueden parecer el mejor ejemplo de desarraigo territorial, aunque yo prefiero pensar que obedecen más a una deliberada obsesión por cuestionármelo todo para así contar con la oportunidad de decidir por mí mismo en lugar de tener que aceptar ajenos estereotipos de los demás.

¿Qué nos lleva a considerar nuestro territorio como el más bello y mejor de los posibles para vivir?. Sin duda no es la razón (según algunas de las argumentaciones anteriormente comentadas, aunque hay muchas más), por lo que me inclino a apuntar a la emoción como responsable de ello. El análisis “emocionado” de la territorialidad incorpora aspectos relacionados con la tribalidad o sentimiento independiente de pertenencia que, a poco se extremen, es evidente son fuente de graves conflictos como así lo demuestra la historia de la humanidad y más cercanamente nuestro presente nacional e internacional más preocupante.

El concepto de planeta Tierra como nave espacial que viaja por el universo y en la que debemos acomodarnos todos es la mejor metáfora antiterritorialista para aquellos que son capaces de entender que el todo solo lo es si es suma de todas y cada una de las partes y sin excepción. Partes que hay que compartir y respetar como ciudadanos de un mundo que no es propiedad de nadie y que, aunque ahora no lo parezca, está condenado a borrar las fronteras en un futuro seguro pero aun lejano, cuando el interés de lo económico sea sustituido por el interés de lo humano en una suerte de avance social por esa pirámide que Abraham Maslow ideó como individual.

Para ello será imprescindible alcanzar un nivel tecnológico que, garantizando la sobreproducción, asegure bienes y servicios para todos eliminando así los beneficios actuales de la especulación vinculada a la escasez o lo que es lo mismo, la tentación de la acumulación. Esto será tan posible como imposible parecía volar o que dos personas pudieran comunicarse instantáneamente y a más distancia que la del volumen del sonido de sus gritos permitiese. El progreso, aunque zigzagueante y a regañadientes, al final siempre es progresivamente unidireccional.

Yo soy español y cuando viajo por el mundo aprendo más de la vida. No encuentro mejor razón que justifique el que mi interés nunca deberá limitarse solo a mi cotidiano domicilio local…

Saludos de Antonio J. Alonso


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