Revista Cultura y Ocio

Grandes historias de cosas pequeñas-2: Historia en el jardín cercado.

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
Grandes historias de cosas pequeñas-2: Historia en el jardín cercado.
En el borde del estanque, entre las siemprevivas que lo tapizan, ha brotado una pequeña higuera. ¿Cómo ha llegado hasta aquí su semilla? Quizás algún pájaro picoteó el higo de alguna higuera cercana y transportó en su pico parte del dulce fruto para consumirlo, tranquilamente, sobre el césped de mi jardín desierto, sin presencia humana durante semanas por las vacaciones.  Algunas semillas tuvieron que caer y perderse en el laberinto de alcachofa de las siemprevivas y brotar con la humedad de los cercanos aspersores. O quizás algún tordo comió una de las brevas del árbol del vecino y terminó su digestión expulsando desde el borde del estanque algunas duras semillas no digeridas entre las carnosas hojas estrelladas. Sea como fuera aquí está, abierta al mundo, con sus cuatro hermosas hojas saludando al sol de julio. Es la humilde higuera, el árbol resistente cuya historia de reproducción resulta fascinante. Me permito citar algunos párrafos de mi admirado Richard Dawkin en su libro "Escalando el monte improbable": 
"En el higo subyace una paradoja genuina y una poesía real, con sutilezas capaces de ejercitar una mente inquisitiva y maravillas que harían las delicias de una mente estética."
 "Un higo no es un fruto, sino un jardín de flores vuelto del revés. Parece un fruto; sabe como un fruto; ocupa un nicho en forma de fruto en nuestros menús mentales y en las estructuras profundas reconocidas por los antropólogos. Sin embargo, no es un fruto: es un jardín enclaustrado, un jardín colgante y una de las maravillas del mundo. "
Y para mostrar esta maravilla, Dawkin nos propone un viaje hacia atrás en el tiempo mostrando una hipotética evolución de este fruto. Tras una foto de un higo actual, en las primeras imágenes (a cámara lenta, pues hemos de alargar la brevedad geológica de la Historia del Hombre) contemplaríamos a Jesús tomando uno de los higos de Palestina hace 2000 años, para después continuar con la mano de un esclavo de Nabucodonosor recolectando frutos para su señor en los Jardines Colgantes de Babilonia , después enfocaríamos un higo del país de Nod, al este del Edén (Hay quien piensa que el "árbol de la ciencia del bien y del mal era una higuera") y retrocederíamos hasta un huerto de neolítoco en un poblado de Cromagnon o, más hacia atrás, a un grupo de "homo hábilis" nómadas ante una higuera silvestre o incluso a la pequeña Luky de Afgar masticando con fruición uno de ellos... Los higos mostrados no serían diferentes de los actuales prácticamente en nada. Acaso fueran un más pequeños y duros, pero sustancialmente iguales. 
"Más radical y sorprendente es el cambio que observaremos después de haber retrocedido millones de años. El «fruto» se abrirá. El minúsculo agujero, casi invisible, en el ápice del higo fruncirá los bordes como si de los labios de una boca se tratara, después se abrirá y bostezará hasta que habrá dejado de ser un agujero para transformarse en una copa. Si se observa atentamente la superficie interior de la copa se verá que está tapizada de flores diminutas. Al principio la copa es honda; después, a medida que seguimos rebobinando la película hacia atrás en el tiempo, se hace paulatinamente más abierta. Quizá pase por un estadio plano como un girasol, porque un girasol está también formado por cientos de pequeñas flores, apretujadas en un lecho masivo. Avanzando deprisa más allá del estadio de girasol, nuestro higo en forma de copa se evagina hasta que las florecitas o flósculos se encuentran en la parte exterior, como en una mora (el higo es un miembro del orden de las moras). Más atrás en el tiempo, pasado el estadio de mora, los flósculos se separan y se convierten en flores reconocibles individualmente, como en un jacinto (aunque los jacintos no son parientes cercanos de los higos).
La frase de "jardín cercado" está tomada del Cantar de los Cantares  del sabio rey Salomón y podría expresar muy bien lo que los ojos de los insectos verían en el interior del humilde higo. 
 "En él hay plantadas cientos de flores completas en miniatura, tanto masculinas como femeninas. Además, para los diminutos polinizadores el higo es realmente un mundo enclaustrado y en gran parte autosuficiente"... "Los polinizadores pertenecen a una familia de avispas —los agaónidos— tan minúsculas que sólo pueden verse claramente con ayuda de una lupa"... "Las flores de los higos son polinizadas exclusivamente por estas minúsculas avispillas"...  "Casi cada especie de higuera (y hay más de 900) tiene una especie propia de avispa que ha sido su compañero genético único a lo largo del tiempo evolutivo desde que ambos se escindieron de sus ancestros respectivos"
Pero no solo las avispas polinizadoreas orientan su vida alrededor de este jardín cerrado, existe también una variedad increíble de fauna asociada:
"El jardín cercado es un paraíso cultivado para el beneficio de pequeños insectos, y no puede sorprender que albergue una rica y bulliciosa fauna liliputiense, además de las avispas cuyos servicios de polinización lo hacen posible en último término. Hay abundancia de escarabajos, polillas y moscas miniaturizados, así como ácaros y pequeños gusanos. También hay depredadores que acechan a la puerta misma del jardín, a la espera de sacar provecho de la rica fauna del interior. Y existen gorrones, parientes lejanos de los polinizadores genuinos y parásitos de éstos. En lugar de penetrar en el higo a través del agujero apical, estas avispas parásitas suelen ser inyectadas en forma de huevo a través de la pared del higo mediante la jeringa hipodérmica espectacularmente larga y delgada que constituye el oviscapto de su madre, único y especializado. En las profundidades del higo, la punta de la jeringa hipodérmica busca las pequeñas flores en las que han sido depositados los huevos de las avispas polinizadoras genuinas. Una hembra de avispa parásita es una especie de equipo de perforación y funciona como tal; el agujero que excava a través de la pared del higo es, a su propia escala, equivalente a un pozo de 30 metros. Los machos suelen ser ápteros, como los de las verdaderas avispas de los higos. Para rematar la historia, hay parásitos de segundo orden, avispas que acechan junto a una avispa tipo «equipo de perforación» a la espera de que termine su trabajo. Tan pronto como ésta retira su oviscapto, el hiperparásito introduce el suyo, más modesto, en el agujero e inserta su propio huevo."
Las diversas especies parásitas que viven a expensas de ellas participan, dentro del higo,  en complicados juegos de estrategia. Esto fue investigado W.D. Hamilton y lo describe en un párrafo fascinante:
 «Se diría que su lucha es a la vez cruel y cautelosa; cobarde sería la palabra, solo que, si se piensa en ello, este calificativo parece injusto en una situación que sólo puede equipararse, en términos humanos, a una habitación oscurecida llena de personas que forcejean entre sí y entre las cuales, o bien acechando en alacenas y escondrijos que se abren por todos lados, hay una docena de maníacos homicidas armados con cuchillos. Un mordisco puede ser fatal. Un gran macho de Idarnes es capaz de cortar a otro por la mitad de un mordisco, pero con frecuencia una pequeña perforación en el cuerpo resulta letal. La parálisis que sigue con rapidez y regularidad a una pequeña herida sugiere el uso de algún veneno... Si del primer o segundo ataque recíproco no resulta una herida grave, uno de los machos, quizá herido por la pérdida de un pie o sintiéndose de alguna forma superado, se retira e intenta esconderse... Desde esta posición puede morder los pies del vencedor u otro macho que pase por ahí con mucho menos peligro... Una fructificación de un árbol grande de Ficus supone probablemente varios millones de muertes en combate».
Como podemos ver, una historia con elementos que la harían grandiosa: Belleza, lucha, pasión, sacrificio, muerte, amor... 

En mi casa de Cabanillas del Campo (población famosa por sus "secos" que son citados por C. J. Cela en su Viaje a la Alcarria, 2º parte) ha crecido,  tras la epopeya que culminó en su germinación, una pequeña higuera. Antes de proceder a trasplantarla y llevarla quizá 350 km. al norte, a  una pequeña huerta del valdaviés pueblo de Ayuela de Valdavia, he querido contar su historia. Una gran historia que transcurre en un pequeño jardín cercado. 


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