Revista Cultura y Ocio

GRANDES INSTRUMENTALES: MARAVILLAS SIN LETRA La pieza instrumental existe desde que existe el rock, no en vano ya en los balbuceos del género se produjeron fantásticos instrumentales. Las épocas posteriores produjeron fabulosas partituras que trascendi...

Publicado el 27 diciembre 2015 por Carlosdelriego

GRANDES INSTRUMENTALES: MARAVILLAS SIN LETRA La pieza instrumental existe desde que existe el rock, no en vano ya en los balbuceos del género se produjeron fantásticos instrumentales. Las épocas posteriores produjeron fabulosas partituras que trascendi...

Allman Brothers Band dejó, entre otros muchos titulos, un instrumental legendario, 'Jessica'.

En la primera infancia del rock el instrumental iba casi siempre dibujado por una guitarra eléctrica limpia, cristalina, natural. Desde entonces, formaciones del más diverso pelaje, estilo, tendencia, sonido o subgénero han deseado, de vez en cuando, callar la voz y dejar que los instrumentos pasaran al primer plano del escenario. Otra cosa es que la pieza sin letra trascienda, es decir, es mucho más fácil conseguir un éxito con una cantada que con una sin voz, e igualmente resulta más que difícil que un instrumental atraviese barreras temporales; en fin, un estribillo sencillo y bien rimado siempre se recuerda más. Por ello, cuando una canción afónica gana al público y sigue tarareándose o haciendo vibrar al personal durante décadas, se tiene la señal inequívoca de que se está ante una obra dotada de talento.  
A la hora de recordar instrumentales se presentan abundantísimos títulos y artistas, pues siempre han existido verdaderos especialistas en la partitura muda, auténticos virtuosos cuya creatividad ha dado lugar a obras inolvidables. Así, que puedan colocarse en el universo del rock, es imposible olvidarse de que el surf nació como estilo instrumental (The Ventures, The Surfaris), ni que grandísimos clásicos fueron concebidos sin pensar en el texto, como el ‘Tubular Bells’ de Mike Oldfield, como las largas suites tecno-líricas de Tangerine Dream o tecno-mecánicas de Kraftwerk, o como las etéreas creaciones de Jean Michel Jarre. Tampoco se pueden ignorar a grandísimos instrumentistas, ya sean guitarristas como Georges Benson o Roy Buchanan, baterías como Cozy Powel o Topper Headon (muy interesantes los trabajos en solitario de los percusionistas de Rainbowy y The Clash respectivamente) o saxofonistas como Kenny G; todos ellos mostraron todo lo que un instrumento puede dar de sí sin ser vasallo de la voz. Y si se habla de partituras sin componente oral, también se pueden incluir las alegres piezas de lo que se llamó ‘sonido de Filadelfia’ e incluso las creaciones con destino fílmico de Vangelis (la de Blade Runner es apoteósica), puesto que este teclista posee un abultado currículo dentro del mundo del rock.

           

Sí, el capítulo de la canción sin voz cuenta con muchas páginas en el libro del rock; de hecho, raro es el grupo o solista con guitarra, teclado o flauta que no se ha dejado llevar por el enigmático encanto de la música sin componente fonético. Incluso hay casos en que es la misma realidad la que impide al cantante participar en el hecho musical junto a su banda; el ejemplo más cruel lo preside la gran Janis Joplin: la cantante tenía que ir a grabar la voz del tema ‘Buried alive in the blues’ el día 4 de octubre de 1970, pero murió el día 3, así que dicha canción se publicó como estaba, instrumental.     
En los sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado se publicaron auténticas maravillas sin texto, y se pueden escoger muchas que representan a la perfección la forma de pensar y concebir la música en cada momento. Así, en la década de los sesenta la canción instrumental proponía una melodía fácil de retener y con mucho apoyo  de metal; además del surf original (y de aportaciones de bandas como The Shadows), fue la música soul la que más apostó por el single sin palabras. Inolvidables son aquellas maravillas negras que ponían a todo el mundo a bailar, irremediablemente e independientemente de la edad o gustos musicales. Abundan los títulos memorables, como el ‘Green onions’ de Booker T & the Mg´s, o la irresistible ‘Soul finger’ que The Bar-Kays convirtieron en éxito imperecedero en 1967; de hecho, la melodía de ésta se sigue recordando sin dificultad, y sus arreglos de trompeta son tan evocadores, tan brillantes que no hay quien la escuche sin revivirla mentalmente una y otra vez.
En el siguiente decenio, los setenta, el instrumental estaba mucho más orientado hacia las guitarras, aunque el órgano (o incluso la flauta) también disfrutaba de vistosos primeros planos. El sonido era mucho más rock, netamente coloreado por subgéneros como el progresivo, el sinfónico, el hard e incluso el glam; de todos modos ese decenio fue el de los grupos de jazz-rock (y otros híbridos) que se movían perfectamente por las composiciones sin habla. Es difícil entresacar, pero bien puede recordarse el poderoso ‘Frankenstein’ de Edgar Winter Group; el turbador ambiente del ‘Careful with that axe, Eugene’ (incluyendo el escalofriante alarido) de Pink Floyd; y ¡cómo no! los holandeses Focus!, que dejaron instrumentales cargados de encanto y gracia como ‘Silvia’ o su característico ‘Hocus Pocus’. Sin embargo, muchos se quedarán con esa maravilla titulada ‘Jessica’ de los Allman Brothers Band; su ritmo, su protagonista (la guitarra), sus secundarios, su línea melódica…, todo en ella destila clase, estilo, fascinación, irresistible belleza.
Y llegaron los ochenta, deslumbrados por los nuevos sonidos surgidos de las nuevas tecnologías. No es que las canciones sin texto tuvieran en esa época menos alma, menos pasión, pero sí es cierto que atendieron más a las formas que al fondo (en realidad, tal cosa se ha hecho, en mayor o menor medida, en cada período); por eso abundan las que se impregnan de tecno o utilizan sus tics, recursos y técnicas. Así, es fácil rememorar piezas de los alemanes Propaganda (‘Abuse’), los belgas Front 242, los divertidísimos suizos Yello (‘Oh yeah’) y a los New Order más melancólicos (‘Elegia’). Pero tal vez sean The Art of Noise quienes mejor materializan ese modo de entender el instrumental; su álbum ‘Wo´s afraid the art of noise’ está lleno de piezas rebosantes de personalidad e intención, de sorpresas y golpes de efecto; el ‘Beat box (Divertimento 1)’ o el más conocido ‘Moments in love’ se siguen escuchando con agrado a pesar de ser tan deudoras de su tiempo. De todos modos, en esos alocados y contradictorios años ochenta del siglo XX también hubo composiciones que no precisaron parte vocal para resultar cálidas e incluso cercanas, como el ‘Lily was here’ de Dave ‘Eurythmics’ Stewart, con ese bonito diálogo entre la acústica y el saxo.Y en España también hubo Pekenikes y Relámpagos, que merecen capítulo aparte.  
Si es música, puede ser instrumental, y si no puede ser instrumental, no es música.

CARLOS DEL RIEGO

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