Revista Opinión

Gravity: Bullock debe morir

Publicado el 05 octubre 2013 por Rbesonias

Gravity: Bullock debe morir
La excusa emocional, las motivaciones vitales de su protagonista (una Bullock simulando ser actriz) se reducen al recurrente tema del proceso de duelo de una madre. El director se esfuerza por equilibrar por un lado la metáfora de la gravitación y la colisión contra la basura espacial y por otro la evolución emocional del personaje. El resultado: quisiéramos que Bullock nunca regrese a la Tierra, que permanezca en esa placenta insonora. Poco importa si al hacerlo pervertimos las reglas bíblicas del guión hollywoodiense. Bullock debe morir para que el espectador continúe disfrutando. Solo entonces Gravity hubiera superado la complaciente convención narrativa del psicoanálisis (happy end incluído), para situarse en la órbita metafísica que en ocasiones parecer querer alcanzar (solo por su media hora inicial merece la pena pagar la entrada), pero que -no sé si por falta de ambición, miedo o presiones de producción- al final decide obviar, brindándonos una coda no exenta de belleza, pero mediocre al fin y al cabo. (De su final en plan ¡Lázaro, levántate y camina! ni hablamos.)El verdadero personaje de Gravity es el espacio; o, para ser más justos, el vacío y su infinito. Redoblemos la exégesis: la muerte, ese es el tema, la pulsión de muerte, representada de manera magistral a través de esa paz que encontramos al descubrirnos parte insignificante del universo, cigotos de nuevo, incapaces de desprendernos del cordón umbilical que nos liga al resto de la materia. La contemplación desde la óptica de la eternidad (Spinoza dixit), cuya fuerza lejos de hacernos gravitar, nos atrae a través de su oscura grandeza. Deseo y muerte se tocan la yema de los dedos.La metáfora del duelo convierte el potencial hermenéutico de este thanatos espacial en mero macguffin, escenario y detonante del viraje de su protagonista. Sin embargo, pese a la corrección narrativa de Cuarón, el espectador (por lo menos este que escribe) salió de la sala fascinado -síndrome de Stendhal multiplicado por infinito- por la puesta en escena, la maestría estética de las coreografías espaciales y del equipo de sonido (¿o hemos de decir equipo de silencios?; mejor), quienes consiguen que deseemos estar allí. ¡Qué digo desear!: estamos allí, nuestra butaca hace las veces de improvisada nave, sobre la que contemplamos la Tierra, bella, irreconocible, perdonable. No en vano el cristianismo imagina a su Dios habitando el cielo estrellado; no en un Olimpo a modo de suite de lujo, no. En la insondable presencia de lo infinito. En tierra tenemos una referencia, un pie de nos dé seguridad; allí arriba no. Cuerpo y alma vuelven al feto primigenio. Ningún bebé desea pasar a formar parte de la vida terrestre; quizá por ello nuestro primer gesto es llorar. Respuesta natural de aquel que es despojado de su confortable placenta.Resignémonos, admitamos que Cuarón no es Tarkovsky, tampoco Kubrick. Pero pudo llegar a serlo, lo rozó. Quizá algunos crean, fascinados por la belleza de las imágenes, estar ante una especie de nueva odisea del espacio. Efectos de la gravitación. Gravity modula forma y contenido a mayor gloria de la taquilla, sin riesgos. Su propuesta estética acaba siendo fagocitada por un discurso de deja al espectador satisfecho de haber entendido las motivaciones de su personaje y a salvo. Tras la odisea, regresamos a la plácida seguridad de sentirnos por fin pisando tierra firme. Eso sí, quien escribe está aún levitando, junto a Clooney, cautivo del infinito, gozando. No me bajen, por favor.

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