Revista Cine

Gritos de cine para una humanidad perdida

Publicado el 15 septiembre 2011 por La Mirada De Ulises

Si buscamos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española el significado de “grito”, encontraremos que una de sus acepciones hace alusión a la “manifestación vehemente de un sentimiento general”. Sería algo así como el último y fogoso intento por expresar una realidad interior cuando no se puede contener por más tiempo, o el esfuerzo por sacar de dentro algo que inunda y ahoga el alma ya sea como gozo o dolor. Además, al margen del sentimiento individual, se trataría también del reflejo de un estado social generalizado que se materializaría en esa manifestación, unas veces con carácter de protesta y reivindicación y otras de simple impotencia. El cine ha recogido en infinidad de ocasiones este desgarro que sufre el hombre en su íntima humanidad, y son numerosas las películas que reflejan ese grito estentóreo y dramático al sentirse agredidos por un entorno hostil, que muestran el alma rota del protagonista y que encogen al espectador sobre la butaca. Repasamos a continuación algunos ejemplos recientes de cómo el hombre grita porque el ambiente se ha hecho irrespirable y la injusticia amenaza gravemente su dignidad como persona.

Gritos de cine para una humanidad perdida

Bajo esta perspectiva, sin duda la guerra se nos presenta como una de las mayores tragedias de una Humanidad que se destruye a sí misma. En ella se dan todo tipo de tropelías, abusos y humillaciones que desembocan con la muerte de alguien igual a nosotros, muchas veces ante la mirada atónita y desconsolada de los suyos. Nada es igual para quien ha vivido una guerra, y menos cuando la sufren individuos con vínculos estrechos entre sí y que dan intensidad a la tragedia… hasta ser necesario elevar un grito al cielo clamando paz y sensatez. Es el grito de Eleni, la madre de dos gemelos enfrentados por una irracional contienda en que el destino también hace de las suyas. El griego Theo Angelopoulos nos ha mostrado en “Eleni” (2004) la odisea que la niña del mismo nombre comienza a vivir cuando, muertos sus padres en Odessa a mano de los bolcheviques, regresa a Salónica junto a otros refugiados griegos. Allí será adoptada por Spyros y educada junto a Alexis, el hijo de éste, para una vez que ha enviudado… encapricharse de la joven y humillarla en lo más profundo de su ser al impedir su amor con Alexis y quitarle a sus hijos. Un camino de huida y de búsqueda sin rumbo se inicia entonces para la joven pareja hasta concluir, en plena guerra civil, con la escena en que la desconsolada madre sostiene a su hijo muerto como una auténtica “Dolorosa”, mientras lanza un grito desgarrador y la cámara asciende a lo alto clamando justicia y un plano en negro deja lugar al silencio.

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El odio y la arrogancia, el egoísmo y la soledad han triunfado, y la humanidad ha sido vencida y mancillada. No se ha permitido que la historia de amor de la joven pareja llegara a buen puerto, porque la violencia estaba incubada en el propio hombre e impregnaba todo lo que tocaba. A modo de metáfora, Angelopoulos ha levantado una crónica de muerte mientras buscaba un rastro de compasión y sensatez por esas calles y muelles griegos. En el tratamiento de este drama humano, contrasta el uso de bellas y poéticas estampas con una realidad de sangre y violencia: las sábanas colgadas y manchadas de sangre mientras son zarandeadas por el viento, las barcas que coreográficamente surcan el río en un sepelio fúnebre o tras la inundación del pueblo, el puerto de mar con una decoración minimalista que acentúa el sentimiento de soledad y desazón… son preámbulos para ese trágico final en que el hermano ha matado a su hermano, y la madre llora y grita por un sinsentido llamado guerra.

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Semejante ciclón bélico y destructivo de la dignidad humana pudimos verlo en la película “Hermanos (Brothers)”, tanto en la versión danesa de Susanne Bier del 2004 como en la americana de Jim Sherindam de 2009. Estamos ante una nueva historia de amor matrimonial y fraternal que se va al traste por una guerra que engendra división y rencor, escepticismo y violencia, y ante un nuevo enfrentamiento de quienes habían convivido desde el seno materno… metáfora de la gran familia humana divida contra sí misma. Con el mismo tono de tragedia y con la guerra de Afganistán como suceso catalizador, estamos escuchando permanentemente el grito sordo de la esposa y del hermano que siente la soledad de la pérdida, ya desde que ella recibe -sin palabras en la versión danesa- la noticia de la muerte de su marido, y también el dolor perturbador que tiene su prolongación y culmen en la tortura física y psicológica de Michael (Sam en la película de Sherindam) a manos de los guerrilleros afganos.

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Sometido al mayor de los tormentos y crueldades cuando se le pide que mate a su compañero con una vara de hierro… si quiere seguir viviendo, Michael estalla en gritos de angustia al sentir atropellada una dignidad que entonces cae a la mayor de las simas posibles: en un momento de locura e histeria, después de ser apuntado en la frente con una pistola por el afgano, estalla de rabia y descarga toda la tensión acumulada sobre el cuerpo de su compatriota, hasta el ensañamiento más atroz y salvaje. Difícilmente podrá ya restablecerse del peso de la culpa por tamaña acción, porque ha sufrido la máxima pérdida de humanidad posible, porque ha atentado contra sí mismo en la humanidad que compartía con la víctima… y a su vuelta a casa será irreconocible incluso para su mujer y sus hijas. El mundo de Michael ha cambiado porque él ha cambiado, porque vendió su dignidad para seguir vivo en una guerra en la que se ha alimentado de un odio que ahora traslada a la sociedad civil y familiar, porque volvió con la muerte y la culpa en la conciencia, embrutecido por la barbarie cometida y sin dejar que las aguas fluyeran y limpiaran tal vileza.

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Pero no sólo la guerra puede hundir al individuo en terrenos pantanosos que le obliguen a gritar desesperadamente. La dificultad para sentirse humano o ser tratado como tal, para poder amar o ser considerado sin despecho pueden generar en la persona una angustia que un día estallará bruscamente en un chillido escandaloso. Si no, que se lo pregunten a Tommy, el chico de “Nunca me abandones” (Mark Romanek, 2010). En esta película, los niños del internado inglés de Hailsham no son como los demás: han sido creados (clonados) para donar sus órganos, cuando lleguen a la juventud, a personas enfermas, y después de dos o tres “cumplimientos”… morir. Sin embargo, han oído que son posibles los “aplazamientos” si una pareja se tiene amor auténtico y verificable… algo que sucede en ocasiones porque no dejan de ser personas normalmente constituidas. De hecho, es lo que ha experimentado Tommy primero con Ruth, pero sobre todo después con Kathy… que ha pasado a ser “cuidadora” de los jóvenes donantes cuando es correspondida por el chico. Sin embargo, en el momento en que Tommy descubre que realmente no existían esos aplazamientos para los clonados enamorados, y que la “galería de dibujos” no servía para conocer su alma y certificar la verdad de su amor…. sino para comprobar si tenían sentimientos humanos, su grito de desesperación estalla en medio de la carretera cuando regresa a casa con Kathy, porque no hay sido reconocida su humanidad ni su amor.

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No hay esperanza de felicidad para Tommy porque no hay futuro para su amor ni para su vida, porque no ha sido tratado como los receptores… por mucho que sus dibujos reflejen humanidad y un interior rico en sentimientos, aunque el suyo sea un amor sea sincero y profundo. Y a pesar de que la muerte o “finalización” iguale a receptores y donantes y que nadie pueda huir de ese destino final, Tommy no puede dejar de gritar porque a él le han cortado arbitrariamente y sin ningún derecho las alas para amar, y porque no puede rebelarse ante esa situación: sin amor ni libertad no hay humanidad, y eso le empuja a protestar airadamente, o al menos a descargar su tensión ante la indefensión que siente. Ya siendo niño habíamos visto cómo gritaba en el jardín del internado, entonces quizá por sentirse minusvalorado por unos dibujos que no eran seleccionados para la “galería” y sentirse humillado en su sensibilidad: eran los comienzos de una vida tratada con poca delicadeza y humanidad, despreciada por quienes se creían dueños de las personas y poder disponer de ellas al margen de la ética, aunque fuera con fines terapéuticos.

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Otro estallido de rabia y dolor, de humillación y despojamiento de dignidad es el sufrido por Elisa K. en la película que Judith Colell y Jordi Cadena realizaron en 2010. Los abusos de cuando era niña por parte de un amigo de su padre han quedado durmiendo en su subconsciente durante años, aunque aflorado en algunas manifestaciones de su afectividad. Pero tal vejación no puede permanecer siempre enterrada en la memoria, y sale a flote en su etapa universitaria con una crisis de angustia donde parece que el mundo se le viene encima. Es tremendamente dolorosa es la escena en el baño de su apartamento, con la joven retorciéndose de dolor y con el ritmo de respiración perdido, como ella en un mundo paterno que miró hacia otro lado por el miedo a lo que se pudieran encontrar. Un alma mancillada que es mostrada por los directores con formas pudorosas que saben utilizar artística y éticamente la elipsis y el fuera de campo, así como otros recursos del lenguaje cinematográfico. Un grito de dolor necesario para después abrir el alma a su amiga y a quien fuera necesario, para comenzar una nueva vida sin miedo ni silencios en los que esconder las miserias.

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Pero no hace falta llegar a la muerte ni a la vejación íntima para sentir rabia y gritar. En “Villa Amalia” (Benoît Jacquot, 2009), Ann Elian es una pianista de prestigio que un día decide romper con toda su vida anterior, después de haber visto cómo su marido le era infiel y engañaba. Despechada de un mundo falso e hipócrita, metida en el coche en una noche desapacible, lanza gritos de dolor y vacío que se pierden en la espesura de la oscuridad, sin que nadie escuche su lamento y soledad. Su reacción de vender el piso y sus pianos, de cerrar las cuentas corrientes y quemar fotos y partituras… recuerda a aquella Julie que encarnó Juliette Binoche en “Azul” (Krzysztof Kieslowski, 1993) y que un día lo vio todo negro y buscó la libertad en la ruptura de ligazones. Ahora, Ann busca también la luz y la ausencia de compromisos en la tierra de Tánger y en la Villa Amalia… dando rienda suelta a sus afectos y consolándose en una soledad que firmaría el mismo Albert Camus, pero que no impiden que sigamos oyendo ese grito de escepticismo y fracaso existencial.

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Hay otro grito sordo y otra tragedia de nuestro tiempo que ha merecido la atención del cine, por dejar una huella imborrable en quien lo sufre… al margen del silencio al que es sometida la primera víctima: es el caso del aborto. Un ejemplo crudo y realista de ello es lo que contemplamos en “4 meses, 3 semanas, 2 días” (Cristian Mungiu, 2007). Allí no hay ruido escandaloso ni histerias sensibleras, pero sí la dureza de esas dos jóvenes que deciden abortar en la clandestinidad de la Rumanía de Ceauşescu, y que sufren tanto los chantajes y abusos del oportunista sin escrúpulos, como el dolor íntimo y el peso de conciencia que les acompañará en adelante. Hasta tal punto alcanza el desgarro de este fracaso humano y social… y la necesidad de mirar hacia al futuro obviando lo vivido en esas horas, que la película concluye con la conversación de las dos amigas prometiéndose nunca más hablar de lo sucedido, mientras una de ella mira a cámara y al espectador… como queriendo advertirle del dolor que se encontrará quien camine por ese sendero.

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Para terminar, rescatamos el grito de los simios revolucionarios que un día vieron cómo su comportamiento en pro de la justicia era más humano que el de los mismos hombres, enfrascados en negocios que comerciaban con la vida y que se negaban a aceptar la caducidad de lo que había tenido un principio. En “El origen del planeta de los simios” (Rupert Wyatt, 2011), los protagonistas evolucionados demuestran saber poner los intereses individuales al servicio de otros mayores en servicio de la comunidad, mientras que los otros protagonistas, en su involución de humanidad, se han dejado llevar por unos sentimientos -comprensibles pero sin contrapunto racional y ético- que hablan de su pérdida de sentido como criaturas y de un modo desnortado -desorientado-de estar en el mundo.

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La guerra y la muerte que rompen lazos humanos, la experimentación irresponsable con afectos y con órganos considerados como objeto mercantil, el abuso sexual y el atropello de los más indefensos, la mentira continuada y la infidelidad en el amor son algunas de las circunstancias que han obligado a directores y actores, a personajes y espectadores, a no callar y a gritar contra todo lo que convierte al hombre en alguien sin otra dignidad que la de ser instrumento, contra una sociedad dormida en su complacencia que se mira a sí misma y donde todo está permitido… si la técnica, el propio provecho o los beneficios materiales así lo dictan.

En las imágenes: Fotogramas de “Eleni” – © 2004. Distribuida en España por Tornasol Films, Ensueño Films y Alta Films. Todos los derechos reservados. De “Hermanos” – © 2004 Zentropa Entertainments 14. Distribuida en España por New World Films Internacional. Todos los derechos reservados.  De “Brothers” – © 2009. Distribuida en España por Universal Pictures International Spain. Todos los derechos reservados. De “Nunca me abandones”, película distribuida en España por Hispano Foxfilm © 2010 DNA Films, Film4 y Fox Searchlight Pictures. Todos los derechos reservados. De “Elisa K.” – © 2010. Distribuida en España por Wanda Visión. Todos los derechos reservados. De “Villa Amalia” – © 2009. Distribuida en España por Karma Films. Todos los derechos reservados. De “Tres colores: Azul” – © 1993. Distribuida en España por Wanda Films y Cameo Media. Todos los derechos reservados. De “4 meses, 3 semanas, 2 días” – © 2007. Distribuida en España por Golem. Todos los derechos reservados. De “El origen del planeta de los simios”, película distribuida en España por Hispano Foxfilm © 2011. Todos los derechos reservados.


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