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Guerra en la librería

Publicado el 22 diciembre 2013 por Francissco

lib

Aquí la enfilamos. Es la entrada al gran local librero, repleto de volúmenes encuadernados con la pulpa de árboles del amazonas. Oyes música navideña y el placer de comprar se despierta en forma de zarabanda química en tu cabeza, una zarabanda que no se calmará hasta que la dopamina te sature enterito. Una vez hayas pagado en caja, claro.

Y no te lo pierdas: muy adentro de ti, en el núcleo accumbens, tus receptores de recompensa ya han empezado a gritar, de hecho. Y va a ser difícil que los ignores. Porque ya empiezas a sentirte gravitar hacia una de tus secciones preferidas ¿No lo notas? Es esa misma que siempre visitas quedándote atrapado en las portadas y en los comentarios de las tapas. Acaricias los lomos y te deleitas en las frases, que vas atisbando mientras hojeas los volúmenes.

En general, cada vez se va redactando mejor, independientemente de la pertinencia  y la calidad del contenido. Con los procesadores de texto y las innumerables correcciones editoriales posteriores las ediciones salen, al menos, legibles. Un texto puede poseer una cualidad hipnótica y nos puede proporcionar una ilusión de verdad. Y si no de verdad, al menos nos puede hacer creer que somos más inteligentes porque nos parece que asimilamos lo que dice. Es una forma de comunión en diferido con la certidumbre de otro, incluso aunque esta venga disfrazada de supuestas perplejidades. Siempre he pensado que el “Solo sé que no sé nada” es, en realidad, una de las mayores muestras de soberbia intelectual pero en fin, a lo que íbamos. Suponemos que, leyendo a ciertos autores, nuestra mente asimilará pistas útiles para mejor comprender el mundo.

Si encima las compartimos con otros el efecto aumenta. Nada como intercambiar con los demás las sensaciones que nos produce un autor compartido: “Me quedé impresionado”,  ”Sí, yo aluciné leyéndolo”. Porque la lectura aporta sentido y posee un efecto centrípeto. Es evidente que no toda, pero en el mar de los libros cada vez es más complicado señalar cual. No obstante, somos animales de sentido, como decía Víctor Frankl. Necesitamos tener un porqué, a veces incluso más que comer, y de la época de nuestra vida en clanes nos viene la atracción ante las voces que narran frente a una hoguera. El narrador nos proporcionaba un relato sobre el mundo que también nos incluía a nosotros, con lo que ya podíamos ubicarnos en el sistema de las cosas.

Pero aquellos tiempos terminaron. Hoy tenemos una proliferación de narraciones, muchas de ellas contradictorias. En España, el poder nos cuenta la de “Los sacrificios duros que verán su recompensa” y la ciudadanía, perpleja, comprueba que la que le afecta a ella es, más bien, la de “Nuestra sangre es la que lubrica la maquinaria”.

Y en la librería que estamos visitando existe una guerra civil entre relatos, libros, etc. La narración del poder ha conseguido movilizar a los textos con mayor poder estupefaciente y evasivo. La narración de los ciudadanos, por contra, es menos erótica, menos atrayente. Habla de lo mal que van las cosas ¿Cual creéis vosotros que ganará?

Bueno, tú ya has pagado y el local te vomita a la calle. Afuera lloviznea y el libro se acabará mojando…

Saludos y feliz año, claro.

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